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Paul Preston - Idealistas bajo las balas

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Paul Preston Idealistas bajo las balas
  • Libro:
    Idealistas bajo las balas
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2007
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Voces periodísticas de primera magnitud bajo el fuego de la Guerra Civil - photo 1

Voces periodísticas de primera magnitud, bajo el fuego de la Guerra Civil española. Paul Preston profundiza en el destacado papel que los corresponsales de guerra extranjeros desempeñaron durante la Guerra Civil, la primera guerra moderna que cubrieron grandes figuras del periodismo y la literatura internacional como Ernest Hemingway y John Dos Passos. Con rigor y excelente pulso narrativo, Preston cuenta cómo algunos corresponsales se implicaron activamente en la contienda, participando en conspiraciones y en intrigas amorosas y políticas.

Paul Preston Idealistas bajo las balas Corresponsales extranjeros en la guerra - photo 2

Paul Preston

Idealistas bajo las balas

Corresponsales extranjeros en la guerra de España

ePub r1.1

ugesan64 20.10.14

Título original: We saw Spain die

Paul Preston, 2007

Traducción: Beatriz Ansón

Editor digital: ugesan64

Corrección de erratas: zaisei

ePub base r1.1

Agradecimientos Quisiera expresar mi gratitud a todos aquellos que han - photo 3
Agradecimientos

Quisiera expresar mi gratitud a todos aquellos que han contribuido a hacer posible este libro. Concretamente, debo dar las gracias a quienes con mucha generosidad me ayudaron a localizar los diarios, las cartas y demás documentos en los que principalmente se basa este libro: al reverendísimo deán Michael Allen y su hija Sarah Wilson, por facilitarme el acceso a los documentos de Jay Allen; a Patrick y Ramón Buckley, por prestarme el material relacionado con su padre; a Charlotte Kurzke, por concederme permiso para utilizar las inestimables memorias inéditas de sus padres, Jan Kurzke y Kate Mangan; a Carmen Negrín, por dejarme acceder a los documentos y fotografías del Archivo Juan Negrín, Las Palmas de Gran Canaria; a Paul Quintanilla, por permitirme acceder a los documentos de Luis Quintanilla; y a David Wurtzel, por proporcionarme el diario y otros documentos de Lester Ziffren.

También me alegra mucho poder dar cuenta de la colaboración de numerosos bibliotecarios que me ayudaron a localizar documentos concretos. Estoy en deuda con el personal del Liddell Hart Centre For Military Archives del King’s College de Londres por la condescendencia y el buen humor con que trataron mis rebuscadas peticiones en relación con documentos de Tom Wintringham y Kitty Bowler. Del mismo modo, estoy inmensamente agradecido a Andrew Riley y Sandra Marsh, del Churchill College Cambridge Archives Centre, por su entusiasta colaboración a la hora de localizar la correspondencia entre George Steer y Philip Noel-Baker. Durante muchos años, Gail Malmgreen ha sabido cumplir las peticiones y resolver las preguntas relacionadas con la Colección ALBA de la Biblioteca Tamiment de la Universidad de Nueva York con una pericia increíble. Kelly Spring, de la Biblioteca Sheridan de la Universidad Johns Hopkins, contribuyó a localizar los documentos de Robles. Natalia Sciarini, de la Biblioteca Beinecke de la Universidad de Yale, hizo lo que pudo y más para ayudarme a buscar datos concretos acerca de Josephine Herbst. Sobre todo, me gustaría dar las gracias a Helene van Rossum, de la Biblioteca de la Universidad de Princeton, por su ayuda y sus inteligentes consejos, que excedían con mucho lo que sus obligaciones le exigían, acerca de la voluminosa documentación de Louis Fischer.

Tengo la fortuna de haber recibido colaboración específica para determinados capítulos. En especial, para el capítulo sobre Mijaíl Koltsov, por el que debo dejar patente mi enorme deuda con Frank Schauff, cuya ilimitada ayuda con los documentos rusos resultó indispensable. Robert Service, Denis Smyth, Ángel Viñas y Boris Volardsky contribuyeron con sus sabios consejos y evitaron que cometiera muchos errores. René Wolf y Gunther Schmigalle me ofrecieron una valiosísima ayuda sobre la vertiente alemana de la carrera de Koltsov. Para el capítulo dedicado a George Steer, me beneficié de la generosa ayuda de Nick Rankin. Para el capítulo sobre José Robles, Will Watson compartió conmigo desinteresadamente sus enciclopédicos conocimientos sobre la estancia de Hemingway en España, y José Nieto, los recuerdos de sus conversaciones con John Dos Passos, Artur London y Luis Quintanilla. Por supuesto, la entusiasta respuesta de Elinor Langer a mis preguntas sobre Josephine Herbst me sirvió de gran estímulo. Para documentarme sobre los cambios de la oficina de prensa de Valencia, me aproveché de las aportaciones de Harriet Ward, la hija de Griffin Barry. También recibí ayuda de David Fernbach acerca del papel que desempeñaron Tom Wintringham y Kitty Bowler. En Madrid, el infatigable Mariano Sanz González fue más servicial que nunca. Por último, para los asuntos relacionados con las Brigadas Internacionales, me dirigí a Richard Baxell y jamás me defraudó.

Por desgracia, son pocos los protagonistas que siguen vivos. De manera que me alegró de forma especial poder contar con los recuerdos de tres personas que estuvieron en España durante la Guerra Civil: sir Geoffrey Cox, cuyas crónicas desde el Madrid asediado continúan siendo fuentes relevantes para la historia; Adelina Kondratieva, que fue intérprete de la delegación rusa; y Sam Lessor, que combatió con las Brigadas Internacionales y trabajó también para los servicios de propaganda republicana en Barcelona.

Cuatro amigos han sido determinantes para la creación de esta obra. Acabé escribiéndola en primera instancia como consecuencia de una invitación para colaborar en el catálogo de la espléndida exposición sobre los corresponsales extranjeros en España organizada conjuntamente por el Instituto Cervantes y la Fundación Pablo Iglesias. Un viaje a Lisboa para participar en la inauguración de la exposición me puso en contacto con Carlos García Santa Cecilia, el comisario de la misma. Encontrar a alguien que compartía mi entusiasmo por este tema resultó una experiencia muy emocionante y sirvió para convencerme de que no estaba embarcado en una empresa absolutamente disparatada. Will Watson leyó varios capítulos con una mirada cuya precisión era digna de un halcón. Como siempre, Lala Isla ha desbordado cariño y apoyo y le estoy inmensamente agradecido por su detenida y comprensiva lectura de todos los capítulos. Por último, quisiera dar las gracias a Soledad Fox, cuyos generosos consejos acerca de las fuentes y archivos de Estados Unidos me han ayudado tremendamente a encontrar y aprovechar la información. Sin su colaboración en este aspecto, sin sus ánimos y sin sus sabios y generosos consejos sobre el estilo, la estructura y las fuentes documentales, este libro habría sido infinitamente más pobre.

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La capital del mundo

los corresponsales en el asedio de Madrid

El 21 de septiembre de 1936, el general Franco tomó una sorprendente decisión que afectaría a todo el curso posterior de la Guerra Civil española. Aquel día, en su vertiginoso avance desde Sevilla hacia Madrid, sus Columnas Africanas habían llegado a Maqueda, en Toledo, desde donde la carretera hacia el nordeste que conducía a la capital se hallaba despejada. Madrid estaba a su merced, pero Franco no permitió que sus tropas se apresuraran a avanzar en busca de una victoria fácil, sino que decidió desviarlas hacia el sudeste para que liberaran el sitiado Alcázar de Toledo. Lo que parecía un error imperdonable, formaba parte en realidad de la orquestación del complejo plan de Franco para hacerse con el control de las fuerzas rebeldes y convertirse en Generalísimo y Caudillo. Desoyendo las advertencias de que estaba desperdiciando una oportunidad irrepetible de arrollar la capital española antes de que sus defensas estuvieran preparadas, Franco había decidido que acumularía un prestigio infinitamente mayor, tanto entre sus camaradas rebeldes como en el plano internacional, si liberaba la guarnición asediada. Por tanto, decidió nutrir su posición política con una victoria emocional y un gran golpe de propaganda en detrimento de una rápida derrota de la República. Cuando sus soldados entraron en Toledo el 27 de septiembre, a los corresponsales de guerra que iban con ellos se les impidió presenciar la sangrienta matanza provocada por los legionarios y los «regulares indígenas» marroquíes. No tomaron ningún prisionero. Los cadáveres quedaron esparcidos por las angostas calles y formaron riachuelos de sangre. Webb Miller, de United Press, dijo al embajador de Estados Unidos que había visto cadáveres de milicianos decapitados. Cuatro días después, los demás generales de Franco le recompensaban nombrándole Caudillo y jefe del Ejército y el estado rebeldes.

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