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Paul Preston - La política de la venganza

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Paul Preston La política de la venganza
  • Libro:
    La política de la venganza
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1995
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La política de la venganza: resumen, descripción y anotación

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Capítulo 1: La resistencia a la modernidad: fascismo y militarismo en la España del siglo XX

CAPÍTULO 1

LA RESISTENCIA A LA MODERNIDAD: FASCISMO

Y MILITARISMO EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XX

En el verano de 1936 secciones importantes del cuerpo de oficiales del ejército español se alzaron en armas contra la Segunda República. Los oficiales implicados en el golpe estaban convencidos de que intervenían para salvar a su país de la desintegración del orden público, de la desintegración de la unidad nacional y de oleadas del desorden proletario inspirado por agentes extranjeros. Pensaban que actuaban de manera desinteresada, inspirados solamente por los valores más altos del patriotismo. De hecho, el alzamiento militar, la consiguiente guerra prolongada entre 1936 y 1939 y la dictadura que institucionalizó la victoria final de los rebeldes compartían una función partidista social y política. La función, aunque no la intención, de los rebeldes militares en 1936 y de los líderes militares de España después de 1939, fue, además de extirpar el regionalismo y reafirmar la hegemonía del catolicismo institucionalizado, proteger los intereses de la élite agrario-financiero-industrial. De hecho, lo que hacían era proteger a la oligarquía terrateniente reaccionaria de una reforma en profundidad de las obsoletas estructuras económicas vigentes en España.

En el año de 1936, debido a varias razones complejas, la sublevación militar podía contar con bastante apoyo popular. Este, que equivalía, en términos generales, a las fuerzas electorales conjuntas de los principales partidos derechistas de la Segunda República.

La «Unificación» sólo formalizó el hecho de que el régimen franquista estuviera construido sobre una coalición de fuerzas entrelazadas y vinculadas, falangistas, carlistas, católicos autoritarios y monárquicos aristocráticos. La coalición nacionalista fue legitimada por la Iglesia católica y dominada por su propia guardia pretoriana. Siempre habría cierta rivalidad por el poder entre los grupos componentes, aunque los conflictos fueron normalmente moderados y rara vez degeneraron en violencia. Las hostilidades dentro del régimen se vieron limitadas por una conciencia de la necesidad de aferrarse entre ellos en contra de la izquierda vencida. Se dice a menudo que la suma habilidad del general Franco fue su destreza para manejar, en pro de sus propios intereses, la competencia entre sus seguidores. Sería incorrecto pensar, sin embargo, que ello implicara que no fueron colaboradores de buena voluntad en sus malabares juegos políticos. La propia posición del Caudillo nunca estuvo seriamente amenazada durante treinta y ocho años de poder dictatorial.

El hecho de que a Franco le desafiaran tan poco reflejaba tanto el poder del ejército dentro de la derecha española como el cuidado que el mismo Franco dedicó a sus relaciones con el propio ejército. Aunque había de verse finalmente rebajada en la dictadura, el ejército mantuvo una posición privilegiada, en cierta medida au dessous de la mêlée. Los únicos aspirantes a dominar la organización franquista procedían de la Falange, y aun así sólo durante los primeros años del régimen. No es sorprendente que los dos instrumentos más poderosos del franquismo, lo civil y lo militar, que se unieron bajo presión durante la guerra civil y nuevamente durante los últimos días de la dictadura, entretanto resultaran ser rivales. Las tensiones experimentadas entre ambos iban a ser más agudas durante la segunda guerra mundial, cuando la Falange parecía quizás más fuerte de lo que realmente era. Las filas de la Falange se llenaban de nuevos reclutas procedentes de otros partidos y su influencia había aumentado gracias al éxito militar de Hitler y a las maquinaciones de la embajada alemana. Después de 1945, su fuerza había de desvanecerse lentamente. Durante la guerra, sin embargo, la Falange había de ser partidaria acérrima de la participación de España en la segunda guerra mundial del lado del Eje. Aunque no faltaban oficiales fascistas, muchos de los generales superiores, que eran invariablemente católicos y a menudo monárquicos, adoptaron un tono patricio y despreciaban a los falangistas como gente indigna y presuntuosa. Aún más, a diferencia de los fanáticos ideológicos de la Falange, después del desmantelamiento de la guerra civil, el alto mando se mostraba cauteloso en cuanto a comprometerse de alguna forma con el Eje, a pesar de su admiración por el valor militar de los alemanes.

Hacia 1943 la pugna interna por el poder iba en contra de la Falange. Mientras la posición del ejército se mantenía tan fuerte como siempre, después de la caída de Mussolini la voz de la Falange quedó algo acallada. En la situación resultante de la segunda guerra mundial, la influencia de la Falange dentro de la dictadura fue rebajada por Franco, quien, deseoso de liberarse del estigma de sus vinculaciones fascistas y con el Eje, comenzó a buscar servidores políticos superiores en las filas de los católicos autoritarios.

Las diferencias existentes entre los oficiales del ejército de los años 1931-1936 y los de los años 1973-1981 demuestran los cambios enormes que habían tenido lugar en la derecha española durante la dictadura franquista. En los años treinta los oficiales estaban convencidos de que defendían los valores nacionales fundamentales, la integridad territorial de España, la Iglesia católica y a la oligarquía terrateniente contra las amenazas procedentes de Moscú. Además, al asumir el papel de defensores de la «verdadera» España podían estar seguros de representar a grandes sectores de la sociedad. Cuando tuvo lugar el alzamiento, el 18 de julio de 1936, las redes de la prensa moderna y sumamente politizada de la derecha los apoyaban sin reserva desde hacía meses o incluso años. Con esto, se garantizó el enorme apoyo perceptible en la geografía electoral de la derecha durante la Segunda República. Las partes más encumbradas de la jerarquía eclesiástica les apoyaba. Los banqueros y los industriales les consideraban como salvadores. Por tanto, el orgullo de los oficiales superiores de los años cuarenta no fue exclusivamente consecuencia de su victoria militar, sino también de su inamovible confianza de que desempeñaban un papel hegemónico en la sociedad española, con la aprobación de la Iglesia, la élite económica y numerosos españoles católicos.

Por contra, durante los últimos días del régimen franquista muchos oficiales del ejército se vieron por completo divorciados de la sociedad. En los últimos años de la década de los sesenta la Iglesia había retirado su apoyo al régimen de Franco, favoreciendo el creciente clamor popular por la democracia. Los sectores más dinámicos de la banca y de la industria apostaban por el cambio democrático. Después de la muerte de Franco, los sondeos de la opinión pública y las subsiguientes elecciones demostraron que la ultraderecha franquista ya no volvería a disfrutar de más del 3% del apoyo popular, y que casi todo se concentraba en las dos Castillas. Aunque la retórica de los conspiradores militares a finales de los años setenta apenas se diferenciaba de la que se oía en las salas de banderas durante los años cuarenta, ahora se hablaba no con orgullo sino con resentimiento. Los conspiradores de 1936 podrían creer razonablemente que estaban salvando España, no para todos los españoles, pero ciertamente para los que importaba. En cambio, los golpistas resentidos de 1981 estaban amargados, ya que ni a esos españoles que importaban les interesaban los valores de la guerra civil.

Las transformaciones de la estructura social y de los niveles de desarrollo económico dentro de España, junto con los cambios políticos en el mundo exterior, explican la evolución dramática de los papeles tanto del fascismo como de los militares dentro del repertorio franquista. En el turbio crepúsculo político de la decadencia senil de Franco, aquellos cambios habían hecho obsoletos la dictadura, su aparato falangista y sus defensas militares. Sin embargo, tanto falangistas como oficiales del ejército se ocuparon de la defensa de su régimen. Después de eso, la extrema derecha, civil y militar, conocida colectivamente con el nombre del «búnker», trabajó desesperadamente para derrumbar el proceso de democratización. El hecho de que algunos sectores del ejército y del Movimiento se negasen a desvanecerse junto con su Caudillo o a buscar algún tipo de

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