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Oscar Wilde - La decadencia de la mentira

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Oscar Wilde La decadencia de la mentira
  • Libro:
    La decadencia de la mentira
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1891
  • Índice:
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La decadencia de la mentira: resumen, descripción y anotación

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OSCAR WILDE Oscar Fingal OFlahertie Wills Wilde Dublín Irlanda entonces - photo 1

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OSCAR WILDE, Oscar Fingal O’Flahertie Wills Wilde (Dublín, Irlanda, entonces perteneciente al Reino Unido, 16 de octubre de 1854 - París, Francia, 30 de noviembre de 1900) fue un escritor, poeta y dramaturgo irlandés.

Wilde es considerado uno de los dramaturgos más destacados del Londres victoriano tardío; además, fue una celebridad de la época debido a su gran y aguzado ingenio. Hoy en día, es recordado por sus epigramas, sus obras de teatro y la tragedia de su encarcelamiento, seguida de su temprana muerte.

Hijo de exitosos intelectuales de Dublín, mostró su inteligencia desde edad temprana al adquirir fluidez en el francés y el alemán. En Oxford estudió en el curso de clásicos, llamado Greats; dio pruebas de ser un prominente clasicista, primero en Dublín y luego en Oxford; guiado por dos de sus tutores, Walter Pater y John Ruskin, se dio a conocer por su implicación en la creciente filosofía del esteticismo. También exploró profundamente el catolicismo −religión a la que se convirtió en su lecho de muerte−. Tras su paso por la universidad se trasladó a Londres, donde se movió en los círculos culturales y sociales de moda.

Como un portavoz del esteticismo realizó varias actividades literarias; publicó un libro de poemas, dio conferencias en Estados Unidos y Canadá sobre el Renacimiento inglés y después regresó a Londres, donde trabajó prolíficamente como periodista. Conocido por su ingenio mordaz, su vestir extravagante y su brillante conversación, Wilde se convirtió en una de las mayores personalidades de su tiempo.

En la década de 1890 refinó sus ideas sobre la supremacía del arte en una serie de diálogos y ensayos, e incorporó temas de decadencia, duplicidad y belleza en su única novela, El retrato de Dorian Gray. La oportunidad para desarrollar con precisión detalles estéticos y combinarlos con temas sociales le indujo a escribir teatro. En París, escribió Salomé en francés, pero su representación fue prohibida debido a que en la obra aparecían personajes bíblicos. Imperturbable, produjo cuatro comedias de sociedad a principios de la década de 1890, convirtiéndose en uno de los más exitosos dramaturgos del Londres victoriano tardío.

En el apogeo de su fama y éxito, mientras su obra maestra, La importancia de llamarse Ernesto seguía representándose en el escenario, Wilde demandó al padre de su amante por difamación. Después de una serie de juicios fue declarado culpable de indecencia grave y encarcelado por dos años, obligado a realizar trabajos forzados. En prisión, escribió De Profundis, una larga carta que describe el viaje espiritual que experimentó luego de sus juicios, un contrapunto oscuro a su anterior filosofía hedonista. Tras su liberación partió inmediatamente a Francia, donde escribió su última obra, La balada de la cárcel de Reading, un poema en conmemoración a los duros ritmos de la vida carcelaria. Murió indigente en París, a la edad de cuarenta y seis años.

Diálogo

Personas: Cyril y Vivian.

Lugar: la biblioteca de una casa de campo en el Nottinghamshire.

Cyril (entrando por la puerta de cristales que da paso a la terraza).— Querido Vivian, no te pases el día encerrado en la biblioteca. Hace una tarde preciosa. El aire es una delicia. La neblina envuelve el bosque como la suave púrpura de una ciruela. Vamos a tumbarnos en la hierba, a fumar y a gozar de la Naturaleza.

Vivian.— ¡Gozar de la Naturaleza! Celebro decir que tengo del todo perdida esa facultad. Nos dicen que el Arte nos hace amar la Naturaleza más de lo que la amábamos antes; que nos revela sus secretos, y que tras un estudio atento de Corot y Constable vemos cosas en ella que habían escapado a nuestra observación. Mi experiencia personal es que cuanto más estudiamos el Arte menos nos interesa la Naturaleza. Lo que el Arte verdaderamente nos revela es la falta de plan de la Naturaleza, sus curiosas tosquedades, su extraordinaria monotonía, su estado absolutamente inconcluso. La Naturaleza tiene buenas intenciones, por supuesto; pero, como dijo Aristóteles, no sabe hacerlas realidad. Cuando yo miro un paisaje no puedo por menos de ver todos sus defectos. Sin embargo, para nosotros es una suerte que la Naturaleza sea tan imperfecta, porque si no fuera así no tendríamos arte. El arte es nuestra protesta enérgica, nuestro intento valeroso de enseñarle a la Naturaleza cuál es su sitio. En cuanto a su infinita variedad, es puro mito. No se encuentra en la Naturaleza misma. Reside en la imaginación, o fantasía, o ceguera cultivada del que la contempla.

Cyril.— Bueno, pues no mires el paisaje si no quieres. Puedes tumbarte en la hierba a fumar y charlar.

Vivian.— ¡Es que la Naturaleza es tan incómoda! La hierba está dura y húmeda, llena de bultos y de horribles insectos negros. Hasta el más mísero obrero de Morris sabría hacerte un asiento más cómodo que el que es capaz de hacer la Naturaleza en pleno. La Naturaleza palidece ante el mobiliario de «la calle que de Oxford tomó el nombre», como expresó vilmente ese poeta que tanto te gusta. No me quejo. Si la Naturaleza hubiera sido cómoda, la humanidad no habría inventado la arquitectura, y yo prefiero las casas antes que la intemperie. En las casas nos sentimos proporcionados. Todo se subordina a nosotros, todo está hecho para nuestra utilidad y nuestra satisfacción. Hasta el egotismo, tan necesario para una idea cabal de la dignidad humana, es enteramente resultado de vivir bajo techo. A la intemperie uno se vuelve abstracto e impersonal. Su individualidad le abandona. ¡Además, la Naturaleza es tan indiferente, tan desdeñosa! Yo, cada vez que doy una vuelta por ese parque, siento que no le importo más que el ganado que se apacienta en la ladera o la bardana que florece en la cuneta. Nada más palpable que el odio de la Naturaleza a la Mente. Pensar es la cosa más insana del mundo, y hay gente que se muere de eso como de cualquier otra enfermedad. Afortunadamente, en Inglaterra al menos el pensamiento no es contagioso. La espléndida constitución de este pueblo se debe enteramente a la estupidez nacional. Yo espero que sepamos conservar por muchos años ese gran bastión histórico de nuestra felicidad, pero temo que estemos empezando a instruirnos en exceso; por lo menos, todo el que es incapaz de aprender se ha puesto a enseñar, y en eso consiste realmente nuestro fervor educativo. Pero tú ahora vuélvete a tu insulsa e incómoda Naturaleza, y a mí déjame que corrija estas pruebas.

Cyril.— ¡Conque escribiendo un artículo! No es muy congruente con lo que acabas de decir.

Vivian.— ¿Y quién pretende ser congruente? El obtuso, el doctrinario, la gente insoportable que lleva sus principios hasta el vergonzoso extremo de la acción, hasta la reductio ad absurdum de la práctica. Yo no. Yo, como Emerson, escribo sobre la puerta de mi biblioteca la palabra «Antojo». Además, mi artículo no es sino una advertencia saludable y valiosa. Si encuentra eco, puede haber un nuevo Renacimiento del Arte.

Cyril.— ¿De qué trata?

Vivian.— Pienso titularlo «La decadencia de la mentira. Una protesta».

Cyril.— ¿De la mentira? Yo creía que nuestros políticos mantenían a alto nivel esa costumbre.

Vivian.— Te aseguro que no. No se elevan más allá de la tergiversación, e incluso se rebajan a demostrar, discutir y argumentar. ¡Qué lejos de lo que es el verdadero mentiroso, con sus afirmaciones francas e intrépidas, su soberbia irresponsabilidad, su sano y natural desprecio de toda clase de pruebas! En el fondo, una buena mentira ¿qué es? Sencillamente la que constituye su propia prueba. Si uno es tan falto de imaginación como para aducir pruebas en apoyo de una mentira, tanto da que diga la verdad sin rodeos. No, los políticos no sirven. Algo se podría decir, quizá, de la abogacía. El manto del Sofista se ha tendido sobre sus miembros. Sus fingidas vehemencias, su retórica irreal son deliciosas. Saben hacer pasar por mejor la causa peor, como si acabaran de salir de las escuelas leontinas, y se les ha visto arrancar de jurados remisos el veredicto triunfal de la absolución para sus clientes aunque estos fueran, como a menudo son, clara e inequívocamente inocentes. Pero se instruyen en lo prosaico y no les da vergüenza aducir precedentes. A pesar de sus esfuerzos, la verdad acaba por brillar. Hasta los periódicos han degenerado. Ahora son absolutamente de fiar. Se nota cuando uno se sumerge en sus columnas. Siempre lo soporífero es lo que sucede. Temo que no haya mucho bueno que decir ni del abogado ni del periodista. Aparte de que lo que yo defiendo es la Mentira en el arte. ¿Te leo lo que he escrito? Podría hacerte mucho bien.

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