Oscar Wilde, 1996
Traducción: Ulises Petit de Murat
Ilustración de cubierta: Oscar Wilde y Lord Alfred Douglas
Editor digital: Titivillus
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Notas
[1] Para la elaboración de las notas que preceden a cada proceso, seguimos los datos que facilita Hesketh Pearson en su biografía de Oscar Wilde. (Nota de los editores.)
[2] Del Consejo de la Reina y Miembro del Parlamento.
[3] El traductor fue el conocido escritor francés Pierre Louÿs.
[4] P. Bloxam, un estudiante sin título, del Exeter College.
[5] El relato estaba firmado X., pero era un secreto sabido en ese tiempo que había sido escrito por el propio editor de la revista.
[6] Por su poema Ravena.
[7] Las cosas existían, según declaraciones posteriores, fuera del proceso, en escritos literarios de André Gide y Frank Harris, y confesiones directas de Alfred Douglas, después de su conversión al catolicismo, religión dentro de la cual, según Ross, también murió Oscar Wilde.
[8] El retrato de “Mr. W.H.”, que apareció el el Blackwood’s Edimburgh Magazine, en julio de 1889. Una versión corregida y aumentada de este ensayo fue anunciada por los editores de Wilde, pero el manuscrito, que le había sido devuelto el día de su arresto, desapareció misteriosamente, sin duda robado durante la venta de los efectos de Wilde en su bancarrota. Apareció años después en Nueva York, donde fue publicado en 1921.
[9]Al revés, de Joris Karl-Huysmans, en el que están inspiradas muchas de las exquisiteces de El retrato de Dorian Gray. Huysmans, al convertirse al catolicismo, dejó de lado esta obra y Allá lejos, que es más importante.
[10] Al referirse a la obra de Huysmans y a su protagonista, Wilde dijo en Dorian Gray: «… amando, por mera artificiosidad, esas renuncias que los hombres, neciamente, han llamado virtud, tanto como esas rebeliones naturales, que los sabios llaman pecado».
[11] Fue el resultado de un artículo aparecido en un periódico que se llamaba La Prensa del Norte de Londres, fechado el 16 de noviembre de 1889. Allí se alegaba que la casa de la calle Cleveland núm. 19, en Totthenham Court, era frecuentada por ciertos aristócratas con propósitos homosexuales. Se dieron nombres. Pero el editor no pudo probar todos sus cargos y fue encarcelado.
[12] Se trataba de Robert Buchanan, poeta y novelista. Nacido en 1841 y muerto en 1901.
[13] Marling interpretaba personajes femeninos en el music-hall. Fue conducido al tribunal de la policía, después del allanamiento, vistiendo un fantástico traje de mujer, negro y oro.
[14] Que Oscar Wilde alardeaba o presumía de sodomita.
[15] El abogado de la acusación hizo aquí un extenso análisis de los distintos testimonios presentados en el curso del proceso.
[16] El abogado de Taylor había pedido también que la causa de éste fuera separada del proceso a Oscar Wilde.
[17] Taylor se mostraba tan vacilante porque Schwabe estaba emparentado con el procurador general de la Corona, el propio fiscal que en ese momento le estaba interrogando.
[18] El procurador general usa a propósito, en su pregunta, el término que se aplica al paseo de las busconas, por esos mismos lugares de Londres, cercanos a la famosa estatua de Eros.
Un siglo después de los juicios que llevaron a Wilde a la cárcel y la ignominia pública, ofrecemos a los lectores la transcripción de los procesos en los que el arte y el ingenio del escritor se enfrentan en los tribunales a la moral y el orden victorianos. El primer juicio contra Oscar Wilde tuvo lugar en el Old Bailey ante el juez Charles el 26 de abril de 1895 y duró cinco días. Los prejuicios creados contra Wilde por la sociedad victoriana, bien azuzada por la prensa, las corrompidas declaraciones de los testigos, la injusticia con que fue tratado por los magistrados, la venta de sus bienes, la deserción de gente con la que creía contar: todo indicaba que no obtendría una sentencia favorable. El jurado fue incapaz de dar un veredicto. Por fin, en un segundo proceso, la Justicia inglesa consiguió un veredicto de culpabilidad, en una de las mayores farsas jurídicas de todos los tiempos, y Wilde fue condenado a dos años de trabajos forzados.
Oscar Wilde
Los procesos contra Oscar Wilde
Actas de los juicios
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Titivillus 21.10.2020
PRÓLOGO
Un hombre de 41 años está sentado durante horas en una estación de Londres, esperando el ferrocarril que le llevará a la prisión de Wandsworth. Tiene las manos esposadas y viste el grotesco uniforme de los penados. Una chusma morbosa se divierte insultándole, escupiéndole. De la cárcel de Wandsworth le trasladan a la de Reading. Su identidad, durante los dos años en que sus uñas se quiebran y sangran sus dedos en la torpe tarea impuesta por la condena que soporta, se fija así: C.3.3.
Es Oscar Fingel O’Flahertie Wills Wilde. El tres de enero de 1895 triunfaba en el Haymarket Theater con Un marido ideal. El seis de abril, a raíz de su arresto, se suspenden las representaciones. El Criterion Theatre la repone durante catorce días más. El escándalo del proceso desanima a los empresarios. La importancia de llamarse Ernesto, estrenada el catorce de febrero, es retirada de la cartelera el ocho de mayo. No sería repuesta en el mismo teatro, el Saint-James, hasta dos años después de la muerte de Oscar Wilde en París.
Del brillante poeta, novelista y dramaturgo Oscar Wilde al C.3.3. de Reading media la tensa iniquidad de un proceso. Únicamente por esporádicas menciones incluidas en las citas de sus biógrafos, se conocía la tempestad de hipócrita mogigatería desatada por la burocracia judicial victoriana. En un paseo por Charing Cross, ojeando un día una vieja colección de revistas dedicadas al fuero criminal, encontré la letra viva, día a día, de ese proceso tantas veces aludido. Lo traduje, sin soslayar una sola frase, sin abreviar una sola de las heladas fórmulas donde se coagulan cosas que tienen que ver con el más íntimo, con el más lacerado latido del ser humano. Su desnudo, dramático valor testimonial resulta incomparable. Llegamos sin aliento al instante en que un juez pomposo, hueco, cruel, pronuncia su sentencia con esas frases despojadas de piedad, que ya anuncia toda la atroz dimensión de la justicia en su primaria, insultante vindicta.
El juez engolado está macerando al hombre que cuatro años antes, en el prefacio de El retrato de Dorian Gray, había proclamado leyes estéticas perdurables, afirmando que no existe una cosa tal como un libro moral o inmoral, sino que los libros están bien o mal escritos, proporcionándoles un escudo a los que después de él lucharon contra la estupidez infinita de la censura. No hay en la gente que ese juez representa ni el menor atisbo de duda que les haga reflexionar que se encuentran frente a un neurótico o un individuo diferente o a la víctima de una enfermedad extraña, nada que investigar o empeñarse en curar. La única reacción es pensar en un castigo: el breve camino personal, o social, que llevaba al fondo de los pozos colmados de serpientes venenosas a todos aquellos endemoniados que hoy trata la psiquiatría y el psicoanálisis. Tampoco piensan ni por un instante en la proporción entre el delito y la pena impuesta. Han desenterrado una vieja ley para sumir a Oscar Wilde en la ignominia, y lo único que lamentan —fariseos de dudosa virilidad, exhibiendo la virtud de sus filacterias— es la benignidad de esa ley.