Mi embajada en Londres durante la guerra civil española abarca las memorias de Pablo de Azcárate, embajador de España en el Reino Unido. Un testimonio crucial de primera mano en uno de los momentos más trascendentales de España y de Europa. Una obra imprescindible para conocer los entresijos de la «internacionalización de la guerra civil» y la política de la «no intervención».
Porque lo que hizo Azcárate en Londres fue una diplomacia de combate, una lucha en la que creía que debía hacer todo para que triunfase la causa que él consideraba justa. Sus memorias son el testimonio de un combatiente que dejó de lado sus aspiraciones personales en aras de defender el sistema que consideró necesario para modernizar España. Para ello luchó por atenuar la simpatía que despertaban en la sociedad británica los sublevados y se enfrentó al gobierno conservador británico y a los prejuicios y falsedades que sobre la República se difundían.
Pablo de Azcárate
Mi embajada en Londres durante la Guerra Civil Española
ePub r1.0
Titivillus 07.02.15
Título original: Mi embajada en Londres durante la Guerra Civil Española
Pablo de Azcárate, 1976
Editor digital: Titivillus
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PABLO DE AZCÁRATE Y FLÓREZ (Madrid, España, 1890 – Ginebra, Suiza, 1971) fue un político, jurisconsulto, diplomático e historiador español del siglo XX . Originario de una familia de gran tradición liberal, era sobrino de Gumersindo de Azcárate, y nieto de Patricio de Azcárate.
Comenzó su carrera diplomática en la recién formada Sociedad de Naciones, que abandonó para actuar como embajador del gobierno de la Segunda República en Londres durante la Guerra Civil Española, lo que le obligó a exiliarse al término de la misma.
Se dedicó después a la búsqueda de ayuda para los republicanos que habían abandonado el país, a través del Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (SERE). En 1948, fue enviado por la ONU como comisionado para la Tregua en Palestina, y después ejerció como secretario de la Comisión de Conciliación de la ONU que entre 1949 y 1952 buscó una solución al conflicto árabe-israelí.
Posteriormente se retiró en Suiza, donde se dedicó a escribir varios libros y ensayos basados en sus experiencias. Estas obras y sus archivos particulares han sido utilizados como referencia y se consideran de un gran valor documental.
«Me atrevo a pensar que el relato de mi experiencia personal, tal como aparece en las páginas siguientes, puede constituir una aportación valiosa al conocimiento de ciertos aspectos de la guerra civil de España, y en particular de la tristemente célebre no intervención».
«Al oír que se trataba del embajador de España, rojo de ira y sin estrechar la mano que yo instintivamente le tendía, Churchill declaró que no quería tener relación alguna conmigo y se alejó murmurando entre dientes: “sangre, sangre…”».
«La conversación con el rey (que no duró más de diez minutos) fue banal y sin interés: unas palabras sobre España, pero sin la menor alusión a los acontecimientos actuales; unas frases sobre mis servicios en la Sociedad de Naciones y eso fue todo».
«El señor Bosch Gimpera me explicó que Azaña consideraba imposible el triunfo militar de la República, que la situación interior era muy peligrosa y que era indispensable conseguir urgentemente que el gobierno británico tomara la iniciativa de una mediación que pusiera término a la guerra».
Prólogo a la presente edición.
PRÓLOGO A LA PRESENTE EDICIÓN
Este libro de memorias de don Pablo de Azcárate, embajador de la República en Londres durante la guerra civil, es un auténtico clásico. Lo publicó la editorial Ariel en los albores de la transición. Hoy es inencontrable excepto en buenas bibliotecas. Sin embargo, se trata de un trabajo al que recurren una y otra vez casi todos los historiadores que se han acercado a un complejo de temas que suelen subsumirse bajo el título general de «internacionalización de la guerra civil» o subtítulos como los de «no intervención», «relaciones hispano-británicas en la guerra civil» y «política exterior republicana».
El que ahora las memorias de Azcárate de aquellos años aciagos aparezcan de nuevo es un pequeño hito. Reforzará la deuda de gratitud hacia Ariel que confío sientan todos los historiadores jóvenes, así como el público en general, interesados por dimensiones absolutamente esenciales de la contienda española.
En puridad, este prólogo a la reedición no es necesario. La presentación que hizo a la edición original el hijo de don Pablo, el entonces destacado dirigente del PCE Manuel Azcárate, dio en el clavo: «más que de una historia, se trata de materiales para la Historia».
Es una caracterización que, treinta y cinco años más tarde, no ha perdido un ápice de su vigencia. Pablo de Azcárate no intentó escribir la Historia, con mayúsculas. No era posible en aquellos años. Se concentró en lo que sabía personalmente y en lo que había visto y vivido. Con ello ofreció a sus lectores, y a los historiadores, un recorrido por los altos y bajos de su gestión en Londres. También de las aventuras diplomáticas en que estuvo involucrado a causa de las fortunas de la guerra y de la política exterior republicana, que siguió de cerca y a la que tanto contribuyó.
No es propósito de este prólogo ni enmendar algunas inexactitudes del de la edición original de Ariel ni, mucho menos, resituar las memorias. Eso sería un enfoque que debe quedar reservado a las investigaciones que se sirvan de ellas como lo que son: materiales, recuerdos de un protagonista, recreación de una atmósfera e identificación del tipo de relaciones personales que no siempre afloran en los documentos oficiales.
Sobre la personalidad y carrera del embajador Azcárate he tenido ocasión de hacer algunas consideraciones en el prólogo de mi edición a sus memorias de posguerra, aparecidas en octubre de 2010. Fue entonces consejero para Asuntos Internacionales del presidente del gobierno republicano en el exilio Juan Negrín. No es menester reproducir ni sintetizar aquí lo que entonces ya escribí. Conviene, no obstante, recordar que don Pablo procedía de una familia culta, universitaria y de talante más bien prorepublicano y que había sido uno de los alumnos predilectos de don Gumersindo de Azcárate, cofundador de la Institución Libre de Enseñanza y uno de los motores de la Junta de Ampliación de Estudios.
Sí quisiera subrayar, no obstante, dos rasgos que me parecen esenciales. El primero es que, a diferencia de sus memorias del exilio, Azcárate tuvo tiempo de elaborar y reelaborar las relativas a la guerra civil. Esto no ocurrió con las posteriores, en las que el texto quedó, salvo uno o dos capítulos, muy en borrador. El segundo rasgo es que en uno y otro caso Azcárate no se basó en recuerdos falibles, afectados de los imponderables que suscita la lejanía en el tiempo y en la memoria personal, que es necesariamente selectiva cuando no hiperselectiva.