Michel de Montaigne - De la amistad
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- Libro:De la amistad
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1580
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De la amistad: resumen, descripción y anotación
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Una mirada extremadamente inteligente sobre temas como las relaciones, el arte de conversar, la educación idónea, los libros o el miedo: la filosofía del creador de la forma moderna del género del ensayo, y la exquisitez de su sentido del humor.
Michel de Montaigne
ePub r1.0
Titivillus 27.07.16
Título original: Essais (selección)
Michel de Montaigne, 1580
Traducción: Constantino Román y Salamero
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Al ver cómo trabajaba un pintor a quien empleo en casa, me han entrado deseos de seguir sus pasos. El artista escoge el lugar más apropiado de cada pared para pintar un lienzo conforme a las reglas de su arte, y en torno a él emplaza figuras extravagantes y fantásticas, cuyo atractivo radica solo en la variedad y la rareza. ¿Y qué son estos bosquejos que aquí trazo, sino figuras caprichosas y cuerpos deformes, una mezcolanza de miembros, sin orden alguno, ni método, ni más proporción que el azar?
Desinit in piscem mulier formosa superne. En el segundo punto sí me asemejo a mi pintor, pero en el otro, en el principal, reconozco que me supera, pues mi capacidad no llega, ni se atreve, a emprender un cuadro magnífico, trazado de inicio a fin conforme a los principios del arte. Así pues, se me ha ocurrido la idea de tomar uno prestado a Étienne de La Boétie, que honrará el resto de esta obra: es un discurso que su autor tituló La servidumbre voluntaria. Quienes no conocen este título lo han llamado después y con acierto El contra uno. Su autor lo escribió a modo de ensayo en su primera juventud, en honor de la libertad, contra los tiranos. Hace ya tiempo que este discurso corre de mano en mano entre las personas cultas, no sin aplauso merecido, porque es agradable y contiene todo cuanto contribuye a realzar un trabajo de su naturaleza. Es cierto que no cabe referirse a él como lo mejor que hubiera podido salir de la pluma de su autor, pues si a una edad más adulta (cuando yo le conocí) se hubiera propuesto transcribir sus fantasías, tal y como yo pretendo, habríamos visto cosas sorprendentes que lindarían con las producciones de la Antigüedad. A ciencia cierta puedo asegurar que no he conocido a nadie capaz de igualársele en talento natural. De La Boétie solo nos queda el citado discurso —y de casualidad, pues según creo, una vez escrito no volvió a tocarlo—, y también algunas memorias sobre el edicto de enero al que dieron fama nuestras guerras civiles, que quizá en otro lugar de este libro encuentren sitio adecuado. Es todo cuanto he podido rescatar de sus reliquias. En afectuoso recuerdo, en su testamento me nombró heredero de sus papeles y biblioteca. Hice que se imprimieran algunos escritos suyos, y respecto al libro de La servidumbre, le guardo especial cariño en tanto que fue la causa de nuestras relaciones, pues lo conocí mucho antes de conocer a su autor, y me dio a conocer su nombre, propiciando así una amistad tan duradera como Dios ha tenido a bien que fuese, y tan cabal y perfecta, que no es fácil encontrar otra que se le parezca en tiempos pasados, ni aun presentes. Tal cúmulo de circunstancias hace falta para fundar una amistad como la nuestra, que no es peregrino que se vea una cada tres siglos.
Parece que no hay nada a lo que la naturaleza nos impulse tanto como al trato social. Aristóteles asegura que los buenos legisladores han cuidado más de la amistad que de la justicia. El último extremo de la perfección en las relaciones que ligan a los humanos reside en la amistad; por lo general, todas las simpatías que el amor, el interés y la necesidad privada o pública forjan y sostienen son tanto menos generosas, tanto menos amistades, cuanto que se unen a ellas otros fines distintos a los de la amistad, considerada en sí misma. Ni las cuatro especies de relación que establecieron los antiguos —y que llamaron natural, social, hospitalaria y amorosa— tienen analogía o parentesco con la amistad.
La relación entre padres e hijos se basa en el respeto. Es la comunicación lo que alimenta la amistad, y esta no puede darse entre hijos y padres debido a la disparidad que existe entre ellos, y además, porque chocaría con los deberes que la naturaleza impone: ni los padres pueden contar a los hijos todos sus pensamientos íntimos, para no dar lugar a una confianza perjudicial y dañina, ni los hijos podrían dirigir a los padres las advertencias y correcciones que constituyen uno de los primeros deberes de la amistad. Sabemos de pueblos en los que la costumbre llevaba a los hijos a matar a los padres, y otros en que los padres mataban a los hijos para resolver así los problemas que pudieran originarse entre unos y otros. También sabemos de filósofos que han desdeñado el natural afecto y unión que existe entre padres e hijos; entre otros, Aristipo: cuando se le mencionaba el cariño que debía a los suyos por haber salido de él, empezaba a escupir y decía que su saliva también tenía el mismo origen, y añadía que igualmente engendramos piojos y larvas. Plutarco habla de otro a quien deseaban reconciliar con su hermano, y que objetó: «No doy mayor importancia al accidente de haber salido del mismo agujero».
Lo cierto es que el término hermano es hermoso, e implica un amor tierno y puro, y por esa razón nos lo aplicamos La Boétie y yo. Pero entre hermanos de sangre, la confusión de bienes, los repartos y el que la riqueza de uno ocasione la pobreza del otro desliga el vínculo fraternal; los hermanos han de conducir la prosperidad de su fortuna por igual sendero y de idéntico modo, de ahí que con frecuencia tropiecen. Más aún, ¿por qué motivo la relación y correspondencia que crean las amistades auténticas y perfectas iban a darse entre los hermanos? El padre y el hijo no tienen por qué parecerse en nada, y lo mismo los hermanos. Es mi hijo, es mi padre, pero es un hombre arisco, ruin o tonto. Además, como son amistades que la ley y la obligación natural nos imponen, nuestra elección no influye para nada en ellas; nuestra libertad es nula y ésta a nada contribuye tanto como a los afectos y a la amistad. Y no pretendo decir con esto que yo no haya experimentado el goce de la familia en su máxima expresión, pues mi padre fue el mejor de los padres que jamás haya existido, y el más indulgente incluso a muy avanzada edad, y él mismo procedía de una familia que a lo largo de generaciones fue célebre y modélica por su concordia fraternal:
Et ipse
Notus in fratres animi paterni.
El afecto por las mujeres, aunque nazca de nuestra elección, tampoco puede equipararse a la amistad. Su fuego, lo confieso —neque enim est dea nescia nostri, / quae dulcem curis miscet amaritiem—, es más activo, más ardiente y más intenso, pero es un fuego temerario, inseguro, variable e inconstante; un fuego febril, sujeto a vaivenes e intermitencias y que nos asalta por un único flanco. En la amistad, por el contrario, el calor es general, se distribuye por igual por todas partes, atemperado; un calor constante y tranquilo, todo dulzura y calma, libre de angustia o de aspereza. Más aún, el amor no es sino el deseo furioso de algo que huye de nosotros:
Come segue la lepre il cacciatore
Al freddo, al caldo, alla montagna, al lito;
Né più l’estima poi che presa vede;
E sol dietro a chi fugge affretta il piede.
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