El compromiso político de Martin Heidegger es un tema recurrente que ha ocasionado ya varias oleadas polémicas entre los filósofos y, últimamente, también en la gran prensa europea. Los tres escritos escogidos en este volumen son los principales documentos, salidos de la pluma de Heidegger, acerca de la fase más controvertida y extraña de su itinerario filosófico: su colaboración con el nazismo.
La autoafirmación de la Universidad alemana es el célebre discurso que pronunció en mayo de 1933, al tomar posesión del rectorado de la Universidad de Friburgo. Es, sin duda, el primer y más importante escrito «político» de Heidegger, donde expresa su concepción de la Universidad y de la ciencia y la función de ambas en la nueva situación de Alemania.
El Rectorado 1933-1934 fue escrito en 1945, momento en que una comisión universitaria depuraba las responsabilidades políticas de Heidegger. Concebida como autodefensa, es una justificación, filosófica e histórica a la vez, de su actuación bajo el régimen nazi.
La no menos célebre entrevista con la revista alemana Spiegel, que por deseo de Heidegger no fue publicada hasta después de su muerte, supone el único momento en que el filósofo aceptó hablar para el gran público sobre su actividad durante el Tercer Reich. Concertada para entrar a fondo en ese tema, la dinámica de la conversación rebasa pronto la actuación de Heidegger, para adentrarse en la difícil, desesperada situación del pensamiento en este «tiempo de penuria».
Martin Heidegger
La autoafirmación de la Universidad alemana - El Rectorado, 1933-1934 - Entrevista del Spiegel
ePub r1.1
Titivillus 24.08.16
Título original: Die Selbstbehauptung der deutschen Üniversitat (1933); Das Rektorat 1933-1934 (1945); Tatsachen und Gedanken (1966)
Martin Heidegger, 1983
Estudio preliminar, traducción y notas: Ramón Rodríguez García
Prefacio de La autoafirmación de la Universidad alemana: Hermann Heidegger
Diseño de cubierta: Rafael Celda y Joaquín Gallego
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
MARTIN HEIDEGGER, (Messkirch, 1889 - Friburgo de Brisgovia, 1976) es una de las figuras clave de la filosofía contemporánea. Estudió con Husserl y fue profesor de filosofía en las universidades de Marburgo y Friburgo. En esta última ejerció como rector entre 1933 y 1934. Su obra filosófica gira en torno al concepto del Ser, empezando por una hermenéutica de la existencia y pasando por la dilucidación de la noción griega de la verdad.
ESTUDIO PRELIMINAR
HEIDEGGER Y EL NACIONALSOCIALISMO: ¿UN VIAJE A SIRACUSA?
por Ramón Rodríguez
El compromiso político de Heidegger es un tema recurrente que contabiliza ya varias salidas a la palestra. No deja de ser extraño, sin embargo, que toda la gran prensa europea —diarios, revistas y magazines—, e incluso periódicos de carácter local, se hayan ocupado en varias ocasiones a lo largo del último año de la vinculación de Heidegger a la política del llamado Tercer Reich. ¿Es un asunto que en sí mismo merezca la atención del gran público? Por otra parte, es un tema ya viejo y sobradamente conocido y debatido, al menos en círculos más reducidos. ¿Por qué precisamente ahora, en 1988, el tema adquiere tal publicidad? Y ello en un momento en que la filosofía de Heidegger estaba comenzando a ser examinada serenamente, lejos de las exaltaciones y los anatemas que caracterizaron pasados momentos de la crítica, y empezaba a notarse, también aquí, la caída de la vieja barrera entre el pensamiento continental y el pensamiento anglosajón. La extrañeza se disipa lentamente si reparamos en la peculiaridad —a veces morbosa— que ha presentado siempre el controvertido asunto: el «caso Heidegger» no es un caso cualquiera.
Ante todo es claro que Heidegger es una figura única en el panorama de la filosofía contemporánea, exceptuando tal vez a Wittgenstein. Si se le compara con los otros filósofos de su generación, Jaspers, Hartmann, Scheler, Ortega, por citar sólo a los más grandes, aparece con toda nitidez la llamativa vigencia de su pensamiento. En sucesivas y diversas oleadas, la filosofía heideggeriana es fuente manifiesta o subterránea de buena parte de los movimientos filosóficos desde los años treinta: existencialismo, hermenéutica, ciertas formas del estructuralismo, filosofías de la deconstrucción y la diferencia, ecologismo, posmodernismo. Si a ello le añadimos la creciente receptividad en el mundo angloamericano y la ya antigua en el Japón, no cabe duda de que Heidegger está vivo, y sólo lo vivo apasiona.
Pero la vigencia del pensamiento de Heidegger no puede ella sola explicar su salto al ámbito público. El factor decisivo se encuentra, más bien, en el elemento al que polémicamente resulta vinculado: el nazismo. Si hay un fenómeno histórico duro, anonadante y, pese a tantos ensayos de explicación, inasimilable por la conciencia contemporánea, es el nazismo, cuando se consideraba la ideología nazi como el resultado final de la tradición irracionalista —el Asalto a la razón de Luckács es el locus classicus—, Heidegger tenía compañeros ilustres como Nietzsche, Dilthey, Bergson o Weber. Ahora, en virtud de su colaboración en un aspecto determinado de la política nacionalsocialista, se encuentra solo, separado en su estilo y su lenguaje de todo el ambiente intelectual y académico de la Alemania de la República de Weimar, con el que guarda evidentes concomitancias, y escudriñado escrupulosamente en sus actos y sus escritos. Su compañía ahora es mucho más triste y siniestra: la de ideólogos tales como Rosenberg, Baeumler o Krieck.
La figura apocalíptica del nazismo y ciertas particularidades del propio Heidegger prestan a su caso un cierto regusto morboso que se percibe fácilmente en la última oleada polémica. Heidegger, desde 1934, ha presentado siempre la imagen, casi tópica, del filósofo «puro», no «comprometido», que mantiene un pertinaz silencio sobre toda situación política, social o moral —incluido el propio nazismo— y totalmente alejado de las periódicas disputas de la «inteligentzia» europea. Su abstruso y críptico pensamiento, centrado en el problema del ser, le granjeó desde siempre la crítica y la antipatía manifiestas del neopositivismo y del marxismo más ortodoxo. En este cuadro, la noticia de su actuación pronazi desempeña el papel del descubrimiento de un vicio oculto, que, a la vez que cambia la imagen de la persona en quien se descubre, nos lleva, neuróticamente, a verlo presente en todas sus manifestaciones. Mostrar a Heidegger contaminado por el sida político-moral del nazismo es un malsano placer que no sería demasiado grave si no hiciera uso tácitamente del argumento, filosóficamente insostenible, de que un pensamiento queda descalificado por la actuación política de su autor, aunque esta actuación haya significado la participación en ese «mal absoluto» que es el nazismo; máxime cuando lo más relevante de la actuación pronazi de Heidegger se desarrolla en un momento —1933-34— en que la ecuación nazismo = Auschwitz está fuera de lugar.
Pero la fácil utilización de la relación con el nazismo para invalidar un pensamiento no puede restar legitimidad a la cuestión de fondo que el caso Heidegger plantea: cuál es el papel que su adhesión a los inicios del movimiento nazi representa en su biografía intelectual o, más rigurosamente, en qué medida esa adhesión es el lógico resultado de su pensamiento filosófico. Los intentos, evidentes en ciertos círculos heideggerianos, de silenciar o estimar espuria e irrelevante esta cuestión conducen a la paradójica idea de que en un gran pensador anidan una incoherencia y una esquizofrenia inverosímiles. Cuando un filósofo digno de ese nombre interviene conscientemente en política, no puede