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Maurice Maeterlinck - La inteligencia de las flores

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Maurice Maeterlinck La inteligencia de las flores
  • Libro:
    La inteligencia de las flores
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1907
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La inteligencia de las flores: resumen, descripción y anotación

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Al comparar las invenciones humanas con la infinita inteligencia de las flores - photo 1

Al comparar las invenciones humanas con la infinita inteligencia de las flores, Maurice Maeterlinck (1862-1949) propone ideas sorprendentes, tales como afirmar que con seguridad se podría decir que las flores tienen ideas del mismo modo que los seres humanos. En esta obra Maeterlinck explora el misterio de las plantas y ahonda en la reflexión filosófica que trata de explicar el mundo natural. El asombro que le produce el aparentemente silencioso reproducirse de las plantas y de las flores, lo lleva a interesantes reflexiones sobre la vida de la naturaleza y sobre el arte. Evoca aquella con una profunda poesía, y la exhaustiva observación de la vida de las flores se ve desbordada por reflexiones en torno del universo, el infinito, la eternidad, los destinos humanos, los afectos que se agitan en el hombre, lo racional y lo irracional.

Maurice Maeterlinck La inteligencia de las flores ePub r12 Titivillus 310515 - photo 2

Maurice Maeterlinck

La inteligencia de las flores

ePub r1.2

Titivillus 31.05.15

Título original: L’intelligence des fleurs

Maurice Maeterlinck, 1907

Traducción: Juan Bautista Enseñat

Retoque de cubierta: la Nane

Editor digital: Titivillus

Corrección de erratas: Titivillus y trips (r1.2)

ePub base r1.2

MAURICE MAETERLINCK Gante 1862 - Orlamonde 1949 Escritor belga de - photo 3

MAURICE MAETERLINCK Gante 1862 - Orlamonde 1949 Escritor belga de - photo 4

MAURICE MAETERLINCK (Gante, 1862 - Orlamonde, 1949). Escritor belga de expresión francesa, que perteneció al movimiento simbolista. Miembro de una vieja familia flamenca, se educó en un colegio de jesuitas. La naturaleza y la poesía ocuparon un lugar importante en su adolescencia y más tarde lo llevaron a renunciar a la profesión de abogado para consagrarse a la literatura.

Vinculado a los jóvenes poetas belgas, especialmente a Grégoire Le Roy, en París conoció a A. Villiers de L’Isle-Adam, y participó en el movimiento simbolista. Ingresó en el mundo de las letras con Serres chaudes (1889), y en el transcurso del mismo año publicó un drama, La princesa Maleine, muy elogiado por O. Mirbeau.

Sus piezas teatrales siguientes, Los ciegos (1890), Les Sept Princesses (1891), pero sobre todo La intrusa (1890) y Pelleas y Melisande (1892), lo convirtieron en el mayor representante del simbolismo en la escena. Continuó escribiendo dramas, entre ellos Interior (1894), Ariadna y Barba Azul (1902), y publicó poemas líricos como Douze chansons (1896).

Durante este período, estudió a Jan van Ruysbroeck, F. Novalis y Ralph Waldo Emerson, lo que propició en él una inclinación al pesimismo y a la aceptación del dolor, de lo que se consoló con la contemplación de la naturaleza. De allí los libros sobre el destino humano que escribió a partir de 1896: Le Trésor des humbles (1896), La Sagesse et la Destinée (1898), así como sobre la organización de los animales: La vida de las abejas (1901). En su teatro se reflejaron tendencias análogas, sobre todo en Sor Beatriz (1900), Monna Vanna (1902) y, más abiertamente, en El pájaro azul (1908).

Notas

[1] Comparemos con esto el acto de inteligencia de otra raíz cuyas proezas nos cuenta Brandis. (Uber Leben und Polarltat). Penetrando en la tierra, esta raíz había encontrado una vieja suela de bota; para atravesar ese obstáculo que era al parecer la primera de su especie en encontrar en su ruta, se subdividió en tantas partes como agujeros habían dejado en la suela los puntos de costura, y, vencido el obstáculo, reunió y volvió a soldar todas sus raicillas divididas, de modo que no formasen más que una raíz gruesa única y homogénea.

[2] Entre las plantas que ya no se defienden el caso más sorprendente es el de la Lechuga. En el estado silvestre, como lo hace observar el autor arriba citado, «si se corta un tallo o una hoja, se ve salir un jugo blanco, lechoso, formado de materias diversas, que defienden vigorosamente la planta contra los ataques de las babosas. Por el contrario, en la especie cultivada que dimana de la precedente, el jugo lechoso casi no existe; así es que la planta, con gran desesperación de los hortelanos, es ya incapaz de luchar y se deja comer por las babosas». Sin embargo, convendría añadir que ese jugo lechoso no suele faltar sino en las plantas jóvenes, mientras que se vuelve muy abundante cuando la Lechuga se pone a «repollar» y cuando echa la simiente. Como la planta necesitaría sobre todo defenderse al principio de su vida, en el momento de sus primeras y tiernas hojas, diríase que al ser cultivada pierde un poco la cabeza, si así cabe expresarse, que no sabe a punto fijo lo que le pasa.

[3] Al principio de este estudio que podría venir a ser el libro de oro de bodas de la flor (cuidado que dejo a otros mas sabios que yo), quizá no sea inútil llamar la atención del lector sobre la terminología defectuosa, desconcertante, que se usa en Botánica, para designar los órganos reproductores de la planta. En el órgano femenino, el pistilo, que comprende el ovario, el estilo y el estigma que lo corona todo es del género masculino y todo parece viril. En cambio, la antera, la parte de órgano masculino que encierra el polen o polvo fecundante, es del género femenino. Bueno es penetrarse de una vez de esta antonimia.

[4] Sigo hace algunos años una serie de experiencias sobre la hibridación de las Salvias, fecundando artificialmente, con las acostumbradas precauciones para apartar toda intervención del viento y de los insectos, una variedad cuyo mecanismo floral es muy perfeccionado, con el polen de una variedad muy atrasada, e inversamente. Mis observaciones no son todavía bastante numerosas para poderlas detallar aquí. Sin embargo, parece que ya empieza a desprenderse de ellas una ley general, a saber: que la Salvia atrasada adopta fácilmente los perfeccionamientos de la Salvia adelantada, mientras ésta toma raramente los defectos de la primera. Podría hacerse, a propósito de esto, un curioso estudio sobre los procedimientos, las costumbres, las preferencias, la inclinación a lo mejor de la Naturaleza. Pero estas experiencias son necesariamente lentas y largas a causa del tiempo perdido en reunir las variedades diversas, de las pruebas y contrapruebas necesarias, etc. Sería pues, prematuro sacar de todo eso la menor conclusión.

[5] Acababa de escribir estas líneas, cuando Mr. E. L. Bouvier hizo en la Academia de Ciencia (Acta del 7 de mayo de 1906) una comunicación acerca de dos modificaciones al aire libre observadas en París, una sobre un Sophora Japónica, y otra sobre un Castaño de Indias. Esta última, suspendida de una pequeña rama provista de dos bifurcaciones bastante vecinas, era la más notable, a causa de la adaptación evidente e inteligente a circunstancias particularmente difíciles. «Las abejas (cito el resumen del Sr. de Parville en la Revista de Ciencias del Journal des Débats, 31 de mayo de 1906) establecieron pilares de consolidación y recurrieron a artificios verdaderamente notables de protección y acabaron por transformar en un techo sólido la doble horca del Castaño. Un hombre ingenioso sin duda no lo hubiera hecho tan bien».

LOS PERFUMES

Después de haber hablado con bastante extensión de la inteligencia de las flores, parecerá natural que digamos cuatro palabras de su alma, que es su perfume. Desgraciadamente aquí, lo mismo que para el alma del hombre, perfume de otra esfera en que se empapa la razón, llegamos en seguida a lo desconocido. Ignoramos casi enteramente la intención de esa zona de aire encantado e invisiblemente magnífico que las corolas esparcen en torno de ellas. Es en efecto muy dudoso que sirva principalmente para atraer a los insectos. Desde luego, muchas flores, entre las más olorosas, no admiten la fecundación cruzada, de modo que la visita de la abeja o de la mariposa les es indiferente o importuna. Además, lo que llama a los insectos es únicamente el polen y el néctar, los cuales generalmente no tienen olor sensible. Así es que los vemos desdeñar las flores más deliciosamente perfumadas, tales como la Rosa y el Clavel, para asediar en masa las del Arce o del Avellano, cuyo aroma podemos decir que es nulo.

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