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Maurice Maeterlinck - La vida de las abejas

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Maurice Maeterlinck La vida de las abejas

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La obra se distribuye en siete libros o partes Así además de describir las - photo 1

La obra se distribuye en siete libros o partes. Así, además de describir las costumbres y misterios de estos insectos, aborda el tema desde un punto de vista filosófico, en ocasiones compara la sociedad de las abejas con la del ser humano, hablando incluso de moral y buscando similitudes entre la inteligencia humana y el espíritu de la colmena.

La vida de las abejas, «un mundo aéreo, optimista y exterior», es estudiada por el poeta con ciencia y paciencia de entomólogo y con exactitud e ingenio, el escritor observa la vida dentro y fuera de la colmena, y estudia sus querencias, observa sus caminos y tiene en cuenta sus misterios.

La vida de ese reino del enjambre está siempre presidida por una reina que Maeterlinck estudia con respeto y cortesía: sus costumbres, su trato a las abejas, su custodia fiel por obreras y soldados, su lujo, sus preeminencias tiránicas, sus vuelos nupciales y hasta su muerte están descritos con meticulosidad y criterio singulares.

Nos muestra secretos sorprendentes de ese mundo regulado y perfecto, y logra que la lectura sea dramática y hasta dantesca, al mismo tiempo que comprensible. La vida de estas «criaturas casi humanas poseídas por el sentimiento del deber» nos es mostrada en toda su complejidad a través del mágico filtro de este libro prodigioso.

Maurice Maeterlinck La vida de las abejas ePub r11 JeSsE 070915 Título - photo 2

Maurice Maeterlinck

La vida de las abejas

ePub r1.1

JeSsE 07.09.15

Título original: La Vie des Abeilles

Maurice Maeterlinck, 1901

Traducción: Pedro de Tornamira

Retoque de cubierta: JeSsE

Editor digital: JeSsE

Corrección de erratas: Catharsius

ePub base r1.1

A mi amigo Alfredo Lutro MAETERLINCK MAURICE MAETERLINCK Gante 1862 - - photo 3

A mi amigo Alfredo Lutro,

MAETERLINCK.

MAURICE MAETERLINCK Gante 1862 - Orlamonde 1949 Escritor belga de - photo 4

MAURICE MAETERLINCK (Gante, 1862 - Orlamonde, 1949). Escritor belga de expresión francesa, que perteneció al movimiento simbolista. Miembro de una vieja familia flamenca, se educó en un colegio de jesuitas. La naturaleza y la poesía ocuparon un lugar importante en su adolescencia y más tarde lo llevaron a renunciar a la profesión de abogado para consagrarse a la literatura.

Vinculado a los jóvenes poetas belgas, especialmente a Grégoire Le Roy, en París conoció a A. Villiers de L’Isle-Adam , y participó en el movimiento simbolista. Ingresó en el mundo de las letras con Serres chaudes (1889), y en el transcurso del mismo año publicó un drama, La Princesa Maleine, muy elogiado por O. Mirbeau.

Sus piezas teatrales siguientes, Los ciegos (1890), Les Sept Princesses (1891), pero sobre todo La intrusa (1890) y Pelleas y Melisande (1892), lo convirtieron en el mayor representante del simbolismo en la escena. Continuó escribiendo dramas, entre ellos Interior (1894), Ariadna y Barba Azul (1902), y publicó poemas líricos como Douze chansons (1896).

Durante este período, estudió a Jan van Ruysbroeck, F. Novalis y Ralph Waldo Emerson, lo que propició en él una inclinación al pesimismo y a la aceptación del dolor, de lo que se consoló con la contemplación de la naturaleza. De allí los libros sobre el destino humano que escribió a partir de 1896: Le Trésor des humbles (1896), La Sagesse et la Destinée (1898), así como sobre la organización de los animales: La vida de las abejas (1901). En su teatro se reflejaron tendencias análogas, sobre todo en Sor Beatriz (1900), Monna Vanna (1902) y, más abiertamente, en El pájaro azul (1908).

En 1896 dejó Bélgica y se instaló en París, donde vivió durante veinte años con Georgette Leblanc, admirable intérprete de sus obras. En 1911 obtuvo el premio Nobel por el conjunto de su obra. Apasionado de la metafísica y el ocultismo, retomó en El gran secreto (1921) las tesis ya bosquejadas en La Mort (1913), en donde abordaba la existencia desde un punto de vista contrario a la dogmática católica.

En 1937 ingresó en la Academia de ciencias morales y políticas como miembro extranjero. Durante la Segunda Guerra Mundial se refugió en Estados Unidos, donde continuó escribiendo y publicando. Otras de sus obras, tras el éxito mundial de su investigación sobre las abejas, fueron La vida de las termitas (1926) y La vida de las hormigas (1930).

Notas

[1] Podríamos citar, además, la monografía de Kirby y Spence en su Introduction to Entomology, pero es casi exclusivamente técnica.

[2] Llámese colmena de observación a una colmena con cristales provista de cortinas negras o moradas. Las mejores no contienen más que un panal, lo cual permite observarlo por ambos lados. Sin peligro y sin inconvenientes pueden instalarse estas colmenas, provistas de una salida exterior, en un salón, una biblioteca, etcétera. Las abejas que habitan la que tengo en París en mi gabinete de trabajo, recogen en el desierto de piedra de la gran ciudad lo necesario para vivir y prosperar.

[3] Las cifras que aquí damos, rigurosamente exactas, son las de una colmena grande en plena actividad.

[4] Ordinariamente se introduce la reina extraña encerrándola en una jaulita de alambre que se cuelga entre dos panales. La jaula se halla provista de una puerta de cera y miel que las obreras roen cuando ha pasado su cólera, libertando así a la prisionera, a quien con bastante frecuencia acogen sin malevolencia. Mr. S. Simmins, director del gran colmenar de Rottingdean, ha encontrado recientemente otro modo de introducción, sumamente sencillo, que casi siempre da buen resultado y que se generaliza entre los apicultores cuidadosos de su arte. Ordinariamente, lo que hace difícil la introducción, es la actitud de la reina. Ésta se espanta, huye, se oculta, se conduce como una intrusa, inspira sospechas que el examen de las obreras no tarda en confirmar. Mr. Simmins aísla desde luego completamente y hace ayunar durante media hora a la reina que se trata de introducir. Levanta luego un ángulo de la cubierta interior de la colmena huérfana y coloca la reina extraña sobre uno de los panales. Desesperada por su aislamiento anterior, se alegra de encontrarse de nuevo entre abejas y, hambrienta, acepta con avidez los alimentos que le ofrecen. Las obreras, engañadas por aquella tranquilidad, no se meten en averiguaciones, se imaginan probablemente que su antigua reina ha vuelto y la acogen con alegría. Parece resultar de esta experiencia que, contrariamente a la opinión de Huber y de todos los observadores, no son capaces de reconocer a su reina. Sea como fuere, las dos explicaciones igualmente plausibles —aunque la verdad se encuentra quizás en una tercera que aún no conocemos— demuestran una vez más cuán compleja y oscura es la psicología de las abejas. Y de esto, como de todas las cuestiones de la vida, no hay más que una conclusión que sacar, y es que, en espera de otra cosa mejor, es preciso que nuestro corazón reine la curiosidad.

[5] El cerebro de la abeja, según los cálculos de Dujardin, forma la 1/174 parte del peso total del insecto; el de la hormiga, la 1/296. En cambio, los cuerpos pedunculados que parecen desarrollarse a proporción de los triunfos de la inteligencia sobre el instinto, son menos importantes en la abeja que en la hormiga. Como lo uno compensa lo otro, resulta de estas estimaciones, respetando en ellas la parte de hipótesis y teniendo en cuenta la oscuridad de la materia, que el valor intelectual de la hormiga y de la abeja debe de ser casi igual.

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