M AURICE J. E LIAS
S TEVEN E. T OBIA S
B RIAN S. F RIEDLANDER
AGRADECIMIENTOS
Quiero agradecer a mi familia el tolerar los trastornos que mi condición de escritor crea en nuestras vidas y en nuestra casa. Mi esposa, Ellen, ha sido mi compañera en la crianza de nuestras hijas y en casi todo lo demás durante más de 29 años, y su apoyo inquebrantable me anima a seguir adelante. También quisiera dar las gracias a mis colegas de profesión en la Asociación para el Fomento del Aprendizaje Social y Emocional, con quienes continúo trabajando para aplicar los principios de la inteligencia emocional a la educación; a los afanosos y dedicados miembros del Centro de Resolución de Problemas Sociales en la UMDNJ; a los estupendos profesores de inteligencia emocional en las pioneras escuelas de Highland Park, Piscataway, Berkeley Heights y Cape May Courthouse, Nueva Jersey; al Instituto Infantil de Verona, Nueva Jersey, y a Kiryat Ono en el distrito escolar metropolitano de Tel Aviv; a los licenciados y estudiantes universitarios de Rutgers a quienes he tenido el privilegio de enseñar y supervisar durante las dos últimas décadas; y a cuatro colegas muy especiales con quienes confío en continuar trabajando durante muchos años más: Ed Dunkelblau, Tom Schuyler, Linda Bruene-Butler y Bernie Novick. Cada una de estas personas es un amigo de toda la vida cuya dedicación a los niños y su modo de ganarse a la gente con verdaderas franqueza y simpatía han puesto el listón a una altura que aún me esfuerzo en alcanzar.
M AURICE J. E LIAS
Quisiera agradecerles a todos mis profesores el haber hecho posible este libro. Desde la señorita Pazulli en el parvulario hasta el doctor Marvin Bram en la universidad, y a todos los profesores estimulantes y afectuosos entre ambos, reconozco agradecido su contribución a mi desarrollo personal y académico. Mi esposa, Carol, ha sido también profesora, animadora y amiga, y su apoyo ha posibilitado que alcanzara mis objetivos. La aprecio de veras. En la lista de mis profesores incluyo también a mis padres, Ruth Zitt, Hersch Zitt y George Tobias, quienes me inculcaron ideales y soluciones; a mi hermana Susan, quien también es mi amiga; a mis colegas, de quienes he aprendido tanto en el terreno profesional como en el personal; y a mis clientes, quienes no sólo demuestran que confían en mí sino que también me proporcionan continuamente ideas nuevas y me enseñan a ser compasivo.
S TEVEN E. T OBIAS
Durante las incontables horas invertidas en este proyecto y en muchos otros, mi esposa Helene ha supuesto una fuente constante de ánimo y apoyo. Sin ella, tales proyectos parecerían insalvables. Asimismo quisiera agradecerle a mi hija, Chelsea, el haberme proporcionado una rica gama de experiencias como padre en las que basarme. También quisiera dar las gracias a mi padre, Robert Friedlander, quien siempre me ha ofrecido un sólido modelo para una crianza de niños emocionalmente inteligente. A mis suegros, Hyman y Ruth Gorelick, gracias por todo su cariño y su apoyo. Y a mi cuñado Victor y cuñada Kathie, gracias por su desbordante entusiasmo. Quisiera dar las gracias también a mi hermano, Devin y mi cuñada Sara, y a mi hermana Susan y mi cuñado David, y a sus respectivas familias, por todo su apoyo, por haberme animado y por haber creído en mí.
B RIAN S. F RIEDLANDER
Tenemos muchos colegas, amigos y parientes cuyos apoyo e inspiración nos han permitido llevar a cabo este trabajo. Entre ellos queremos dar las gracias de forma especial a Dan Goleman, quien con su perspicacia y grandes dotes a la hora de comunicarse con los demás ha facilitado el acceso al terreno de la inteligencia emocional a millones de personas en todo el mundo, y quien nos apoyó en este trabajo de aplicación de la misma a los padres. También damos las gracias a un grupo especial de colegas del Centro de Psicología Aplicada de la Escuela Universitaria de Psicología Aplicada y Profesional de la Rutgers University. El doctor Lew Gantwerk y Diane Crino nos han proporcionado foros para llevar a cabo talleres y otras clases de prestaciones sociales que nos han permitido perfeccionar nuestros mensajes y solidificar muchas de nuestras interpretaciones. Confiamos en seguir trabajando con ellos muchos años más. También queremos agradecerle a Denise Marcil, nuestra agente literaria, su confianza en nosotros, su paciencia, creatividad y energía. Nos ha enseñado mucho acerca de lo que significa ser autores. Gracias asimismo a todos los ayudantes de Denise, quienes nos han ayudado con multitud de aspectos logísticos. Finalmente queremos expresar nuestro agradecimiento a Peter Guzzardi, editor de Harmony Books, quien tan sinceramente quiere a los niños y desea ayudarles a desenvolverse en estos tiempos difíciles, y quien tanto sabe del oficio de escribir. Peter también nos ha ayudado a colaborar con un grupo de profesionales de maravilloso talento de Harmony en la edición y en las técnicas de mercado y de venta, tanto en Estados Unidos como en el extranjero. Sin este equipo, nuestro libro no habría llegado a tantos padres y otras personas a cargo de los niños de forma tan efectiva. Y ése es nuestro objetivo: el de ayudar a aquellos que se preocupan por los niños a hacerlo de un modo emocionalmente inteligente.
La vida en familia supone nuestra primera escuela para el aprendizaje emocional: en tan íntimo caldero aprendemos qué sentimientos abrigar hacia nosotros mismos y cómo reaccionarán otros a tales sentimientos; cómo pensar acerca de esos sentimientos y qué elecciones tenemos a la hora de reaccionar; cómo interpretar y expresar esperanzas y temores. Esta escuela emocional funciona no sólo a través de lo que los padres dicen o hacen directamente a los niños, sino también en los modelos que ofrecen a la hora de manejar sus propios sentimientos y aquellos que tienen lugar entre marido y mujer.
D ANIEL G OLEMAN
PRÓLOGO
por Daniel Goleman
Si ha existido un tiempo en que los padres han necesitado la clase de guía que ofrece Educar con inteligencia emocional es el presente.
Como padre, me preocupan los datos arrojados por una encuesta a escala nacional en que los niños americanos, de entre 7 y 14 años, eran descritos por sus padres y profesores, adultos que los conocían bien. Realizada a mediados de los años setenta y repetida a finales de los ochenta, la encuesta descubrió que, como promedio, los niños americanos aparecían en general en una situación inferior con respecto a los indicadores básicos de la inteligencia emocional.