Lorenzo Silva - Líneas de sombra
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- Libro:Líneas de sombra
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2005
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Líneas de sombra: resumen, descripción y anotación
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Este libro se nutre principalmente de reportajes periodísticos y artículos publicados en diversos medios a lo largo de los últimos cinco años, aunque también recoge varios textos inéditos y algunas versiones más extensas que las aparecidas en su día. Para no incurrir en la heterogeneidad a veces fastidiosa de las recopilaciones misceláneas, he procurado que la selección de los materiales obedeciera a un propósito común y diera lugar a un conjunto coherente. De todos los reportajes y artículos que guardo en mis archivos, aquí reúno sólo aquellos donde se aborda una realidad que, sin proponérmelo mucho, ha ido adquiriendo una importancia creciente en mi trayectoria como novelista: el mundo criminal y policial.
Llamar al conjunto Líneas de sombra es, como no se le escapará al lector mínimamente avisado, un homenaje a Joseph Conrad, y supone una reutilización de la metáfora conradiana que no se aleja demasiado de su sentido originario. Si en su novela titulada The Shadow-Line el escritor inglés de origen polaco se refiere a la frontera entre la infancia y la mayoría de edad, a la pérdida de inocencia que ocasiona la transformación del niño en adulto, aquí se trata en buena medida de otras pérdidas de inocencia: la que sufre el ciudadano que cruza la raya de la ley para delinquir, y también la que al combatir el crimen experimentan aquellos a quienes la sociedad encomienda esa tarea, los policías. Hablar de unos y otros conjuntamente supone un reconocimiento del interés que tienen los avatares de ambos, y un esfuerzo por superar el tic maniqueo que suele aflorar a la hora de referirse al enfrentamiento entre servidores e infractores de la ley. Policías y criminales son con frecuencia objeto de prejuicios que deforman la visión que de ellos tiene la sociedad. Los prejuicios, que anidan sin duda en los ciudadanos «normales», aquellos que ni delinquen ni combaten el delito, tampoco están ausentes de la mente de los protagonistas. Sin embargo, alguna vez he podido comprobar que era entre policías donde más y mejor se comprendía a los delincuentes (y viceversa).
El libro tiene dos partes bien diferenciadas. La primera, que titulo Sombras reales, consta de doce reportajes sobre otros tantos asuntos relacionados con el mundo del crimen y con el trabajo de los cuerpos policiales en nuestro país. Desde la semblanza de uno de los delincuentes españoles más notorios de las últimas décadas, Juan José Moreno Cuenca, hasta el perfil de algunos de los anónimos guardias civiles que se enfrentan cada día a la avalancha de pateras en el Estrecho, pasando por la crónica de varios casos insignes de nuestra reciente historia criminal y de algunos otros menos conocidos pero no menos enjundiosos. La investigación de la mayoría de estos, como observará el lector, correspondió a la Guardia Civil, lo que no significa que su papel en la lucha contra la delincuencia en España sea mayor que el del Cuerpo Nacional de Policía, el cuerpo hermano y rival, ni tampoco que resulte desdeñable el de las nuevas policías, como la Ertzaintza y los Mossos d’Esquadra. Sencillamente, la desproporción obedece al hecho de que es en la Benemérita, por razones fácilmente comprensibles para quien haya leído mis novelas, donde se ha centrado mi interés en los últimos años, y también donde cuento con mejores contactos. A todos ellos tengo que agradecerles la confianza que me dispensaron y que me permitió escribir estas historias. Pero también debo anotar, y anoto, que allí donde hube de recurrir al testimonio de miembros de la Policía, estos me atendieron con semejante amabilidad, pese a mi manifiesta vinculación literaria con la competencia.
Otro agradecimiento que no puedo omitir va dirigido a los medios donde aparecieron estos reportajes. No sólo por haberlos publicado, sino por haberme permitido trabajar con rigor y libertad, incluso cuando mi manera de entender el trabajo me exigió tomarme mucho más tiempo del que les parecía deseable (como en el caso del reportaje sobre Juan José Moreno Cuenca, en el que me demoré varios meses, hasta que pude ir a verle en la cárcel, algo que inicialmente me impidieron las autoridades penitenciarias catalanas). En especial, este agradecimiento va dirigido a Miguel Ángel Mellado y Agustín Pery, director y redactor-jefe de Crónica y Magazine, los suplementos del diario El Mundo donde vio la luz la mayoría de los reportajes. Pero también a los editores de la revista colombiana Gatopardo, donde apareció la historia del asesinato de Abel Martín, y a Mara Malibrán, Fernando Rayón y Mar Cohnen, responsables de El Semanal, que publicó la historia de los guardias en el Estrecho y habría publicado la de los asesinatos de Sonia Carabantes y Rocío Wanninkhof, si el mismo día en que se cerraba la edición del suplemento dominical no hubiera detenido la Policía a Tony Alexander King, dejando desfasado de golpe el retrato robot del culpable que contenía el reportaje…
Gracias a estas crónicas, y a las condiciones en que me fue dado realizarlas, aprendí a valorar las dificultades del trabajo periodístico, y a apreciar como se merece el hermoso esfuerzo que supone investigar una historia y tratar de contarla a los demás de la manera más honrada y completa posible. Es este, de los diversos oficios que (con mayor o menor dosis de intrusismo) he practicado al margen de la literatura, uno de los que he encontrado más enriquecedores y estimulantes.
La segunda parte del libro, titulada Sombras fingidas, reúne siete textos de corte más o menos ensayístico, todos ellos referidos a diversos aspectos del reflejo en la ficción de la realidad criminal y policial. En el lote se incluyen un par de reflexiones sobre Raymond Chandler, una breve evocación de Simenon y su comisario Maigret, una meditación sobre la vitalidad del género negro en el presente y una recapitulación sobre la (mala) suerte que ha corrido tradicionalmente la Guardia Civil en nuestro cine y nuestra literatura. Redondean el conjunto un texto sobre Perversidad de Fritz Lang (una película ejemplar en su tratamiento del mal, por cómo muestra la deriva hacia el crimen de un ciudadano corriente y aparentemente inofensivo) y un texto inédito que temo que sólo pueda interesar a quienes gusten de leer mis novelas policiacas. Lo compuse y lo incluyo a sugerencia del editor, Mauricio Bach, que fue a quien se le ocurrió que alguien podía abrigar alguna curiosidad sobre el proceso de creación de esas novelas y de construcción de sus protagonistas. Alego, en descargo de este posible error suyo, que en todo lo demás contribuyó con una inteligencia y un esmero irreprochables a hacer que este libro fuera mejor, por lo que le manifiesto aquí mi gratitud.
Y para concluir, un reconocimiento y un recuerdo singular: para todas las personas, inocentes o no, que alimentaron con sus vidas estas historias y que nunca podrán leerlas.
Hoyos del Espino-Varsovia, 7-10 de diciembre de 2004
SOMBRAS REALES
(REPORTAJES)
Juan José Moreno Cuenca, El Vaquilla, en 1978. © Efe
El 3 de noviembre de 1994, Antonio Ugal Cuenca, más conocido como Tonet, se tropezó con una vecina de su barrio de La Mina, en Sant Adrià del Besós, Barcelona. Se acababa de cortar el pelo, y como a la vecina le pareció que le habían dejado muy feo y tenía la suficiente confianza con él, se lo dijo. «No te preocupes, que ya me pondré guapo», respondió Tonet. Y casi a renglón seguido, añadió: «Me tengo vista una joyería que alucinas. ¿Quieres venirte?». La vecina, carterista veterana, pero poco amiga de meterse en atracos, declinó la invitación. Tonet no llegó a ver ponerse el sol aquel día. Cayó abatido por la Guardia Urbana de Gerona, pocas horas después. Según se cuenta, desoyó el alto de los agentes y hubo una persecución y un tiroteo. Tonet llevaba una escopeta. En La Mina prefieren otra versión: «Los de la Guardia Urbana lo barrieron como a un conejo. Tienen el gatillo la hostia de rápido, más que la
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