Annotation
Misterioso, fantástico, perturbador y creador de la narrativa moderna, Franz Kafka construyó su universo literario indagando en sus experiencias individuales, en las que su profesión de abogado jugó, sin duda, un papel relevante.
El novelista Lorenzo Silva que, como Kafka, también goza de esa doble condición de escritor y abogado, indaga en este ensayo literario sobre la influencia del Derecho en el absurdo total kafkiano. Desde esta novedosa perspectiva, analiza cómo la experiencia profesional del Kafka letrado y agente de seguros se refleja, por ejemplo, en las organizaciones burocráticas descritas en El proceso y El castillo. Este ensayo juvenil, inédito hasta ahora, ha mantenido su originalidad e interés con el paso del tiempo porque, como confiesa su autor: «La edad me ha alejado de la forma, jamás del fondo».
LORENZO SILVA
El derecho en la obra de Kafka
Rey Lear
Sinopsis
Misterioso, fantástico, perturbador y creador de la narrativa moderna, Franz Kafka construyó su universo literario indagando en sus experiencias individuales, en las que su profesión de abogado jugó, sin duda, un papel relevante.
El novelista Lorenzo Silva que, como Kafka, también goza de esa doble condición de escritor y abogado, indaga en este ensayo literario sobre la influencia del Derecho en el absurdo total kafkiano. Desde esta novedosa perspectiva, analiza cómo la experiencia profesional del Kafka letrado y agente de seguros se refleja, por ejemplo, en las organizaciones burocráticas descritas en El proceso y El castillo. Este ensayo juvenil, inédito hasta ahora, ha mantenido su originalidad e interés con el paso del tiempo porque, como confiesa su autor: «La edad me ha alejado de la forma, jamás del fondo».
©2008, Silva, Lorenzo
©2008, Rey Lear
ISBN: 9788492403028
Generado con: QualityEbook v0.75
NOTA SOBRE EL TEXTO
El texto de este ensayo, o como sea más prudente denominarlo, se corresponde fielmente con la versión original escrita en 1989, como trabajo de último curso de carrera para la asignatura de Filosofía del Derecho. Como tal logró plenamente sus objetivos, aunque no se me oculta que el profesor debió leer mis elucubraciones iusfilosóficas con no poca indulgencia y alguna complicidad. El caso es que hoy no creo que escribiera ni una sola de las frases que lo componen de la misma forma en que lo hice entonces.
Pese a todo, no he querido tocarlo. Salvo por la enmienda de algún error demasiado obvio y la aclaración de alguna oscuridad demasiado impenetrable, lo que sigue a continuación es el documento auténtico. Casi todos los escritores se avergüenzan de sus pecados de juventud, pero es más sano tomárselos con humor. Y si a algún otro le pueden hacer gracia, pues para qué esconderlos.
Tan sólo me he permitido añadir al final un apéndice, que no rectifica, sino más bien ratifica la esencia de mi intuición juvenil. La edad me ha alejado de la forma, jamás del fondo.
Madrid, 11 de octubre de 1999
I. Introducción. Sobre las interpretaciones de Kafka. Justificación de una interpretación jurídica.
En un breve y penetrante estudio sobre Kafka publicado en el décimo aniversario de su muerte, Walter Benjamin recurre para ilustrar la obra y el carácter kafkianos a una anécdota sumamente esclarecedora que resulta pertinente condensar aquí. Se cuenta de Potemkin que a menudo sufría de intensas depresiones, que le hacían abandonar todos los asuntos de Estado y recluirse en sus aposentos. Durante una de estas depresiones, que se prolongó inusualmente, se acumularon un gran número de documentos cuya tramitación no podía proseguir a falta de la firma de Potemkin, paralizándose expedientes sobre los que la zarina reclamaba decisiones.
Sabedores de que a la emperatriz Catalina le era grandemente desagradable que se hablase siquiera de la enfermedad del canciller, los altos funcionarios no daban con una solución. En esta circunstancia, el insignificante copista Shuvalkin, viendo el desaliento de los ayudantes de Potemkin, se ofreció a arreglar el problema. Tomó el grueso fajo de documentos y se dirigió a la estancia del canciller. Su puerta no estaba cerrada. Le encontró sentado en la cama, envuelto en una bata raída y mordisqueándose las uñas. Sin decirle una sola palabra, le dio una pluma y le alargó el primer papel. Potemkin, como en un sueño, miró a Shuvalkin y firmó. Otro tanto hizo con el segundo documento que el copista le presentó, y con el tercero, y así sucesivamente hasta firmarlos todos. Shuvalkin, ufano, regresó junto a los altos funcionarios y les entregó el montón de papeles. Los consejeros se precipitaron sobre ellos, incrédulos ante el milagro. Pronto advirtieron que desde la primera hoja hasta la última en todas se leía al pie: Shuvalkin, Shuvalkin, Shuvalkin...
Como señala Benjamin, bien puede relacionarse al "solícito Shuvalkin, que toma todo a la ligera y se queda con las manos vacías" con el K. de Kafka (ya sea Josef K., el protagonista de El proceso, o K. a secas, el agrimensor de El castillo). A Potemkin, ese hombre "descuidado y soñoliento" que "lleva una existencia crepuscular en un lugar apartado al que está prohibida la entrada", fácilmente se le identifica como un antecedente de esos jueces del tribunal o esos funcionarios del castillo, que viven en un estado de descomposición y sin embargo en cualquier momento pueden mostrarse, incluso a través de algún minúsculo apéndice o delegado, dueños de un poder ciego y brutal. Sustituyendo en el esquema expuesto algunos de sus elementos por el correlativo que a primera vista se le ocurre a quien intente interpretar la obra de Kafka desde una perspectiva jurídica, Shuvalkin y K. pueden identificarse con el sujeto, con el individuo abstractamente considerado; Potemkin, y los decadentes jueces o funcionarios, con el poder o el Estado y su expresión normativa, el Derecho. En los relatos de Kafka, a menudo de un modo explícito que hace innecesaria la adulteración hermenéutica para poder afirmarlo, la ley viene, si no simbolizada, sí representada por sus adocenados ejecutores, sin que sea posible ver más allá. De ahí que se haga, en este lugar tan prematuro, un paralelismo que en otra circunstancia pudiera parecer demasiado osado o, incluso, una tergiversación gratuita.
En las páginas que siguen tratará de fundamentarse, con apoyo en una selección de textos kafkianos, que es posible establecer siquiera sea como propuesta la correlación apuntada. Pero antes de comenzar esta tarea es preciso realizar algunas meditaciones previas acerca de la obra de Kafka en conjunto y acerca, más concretamente, de sus posibilidades interpretativas. Como es de sobra sabido, los escritos del autor de Praga han servido de base a numerosas y ambiciosas lecturas de muy variada índole. Sobre las minuciosas e implacables metáforas de Kafka se han erigido interpretaciones psicológicas, sociopolíticas (no es extraño leer que el K.
de Kafka es anuncio o reflejo del hombre contemporáneo, "víctima del engranaje del poder totalitario") y hasta teológicas.
No se dirá aquí que tales interpretaciones implican necesariamente un forzamiento de la obra de Kafka, máxime cuando de lo que aquí se trata es de esbozar una aproximación desde una óptica que podría reputarse aún más parcial o de más precario cimiento. Lo que sí debiera quedar aclarado es que el presente análisis no pretende constituirse en una lectura que, hecha con mayor o menor destreza, se alimente de lo primordial en Kafka. Porque sin duda alguna, y pese a sus sólidas potencialidades en otros aspectos, la obra kafkiana es fundamentalmente una magna construcción metafísica. Como dice Albert Camus, en una muy citada frase: "Nos encontramos en las fronteras del pensamiento humano. En su obra todo es esencial en el verdadero sentido de la palabra. En todo caso, plantea el problema del absurdo en su totalidad..."