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Lorenzo Silva - Y al final, la guerra

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Lorenzo Silva Y al final, la guerra

Y al final, la guerra: resumen, descripción y anotación

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Agradecimientos

Hay pocos libros en que uno tenga tanto que agradecer como en éste. En primer lugar, fue una suerte coincidir en el pasado con el comandante De la Pisa. Gracias a él tenemos la sensación de que los trámites burocráticos para pedir las autorizaciones se aceleraron. Pero fue definitivamente el segundo jefe del Estado Mayor del Ejército, general Viñé, quien diera las directrices para comenzar este proyecto en el verano de 2005. Quede patente nuestro agradecimiento.

En este aspecto también tenemos que reconocer al coronel Mayoral sus trámites para llegar al general Coll, que mostró más ilusión que ninguno porque este libro y los posibles proyectos que vinieran detrás llegaran a buen puerto. También el general Muñoz o el hoy general Asarta revelaron su intención de ayuda y consejo, dándonos en todo momento cuantas facilidades requiriéramos.

Pero al fin y al cabo éste, como el lector habrá podido ver, es un libro de soldados. La lista sería inacabable y tenemos la sensación de que siempre incompleta. En el capítulo 10, los aportes del sargento Recio del Regimiento «Lusitania» fueron cruciales. Él se molestó en tomar declaraciones e información que después nosotros fuimos hilvanando. Del «Lusitania», también fue de gran ayuda el capitán Tarrero, que en julio de 2005 nos dejó hasta su casa. El capitán Clavería, los sargentos Javier, Pillado, Villaverde, junto con varios soldados suyos, nos dieron unos testimonios de vital ayuda.

Del Regimiento «Farnesio», donde estuvo destinado uno de los coautores de este libro, prácticamente hay que agradecer a todo el mundo. El capitán Placer, sargento primero Vergara, sargentos Velicia, Acera y Casas, cabos primeros Lavilla, Madrid, Molero, cabo López y Sabat, estuvieron muy encima de todo. También el brigada Mingorance. Y muchos otros soldados cuyos aportes han dado un dinamismo básico. También, desde la barrera colaboraron los sargentos primeros Valladolid, Velayos, el sargento Gómez y los brigadas Agustín y Bastián.

La operación Sierra Juliet no hubiera sido posible sin los aportes del capitán Picallo. Desde aquí nuestro agradecimiento.

Algo parecido nos pasó en la Brigada de Bótoa. Sin Chema nada hubiera sido igual. Tampoco sin Chinto, sin el capitán Vílchez, teniente Serrano, teniente Contreras, sargentos Pinto y Santisteban, cabo Gemio o la soldado Zancada, entre otros muchos. El intérprete Nasser, hoy soldado, nos ayudó mucho en el relato de la muerte del comandante Gonzalo, su nostálgico recuerdo nos llegó a todos.

De la Brigada Legionaria fue el capitán Castro quien tiró del carro, su historia sólo es comparable con su modestia a la hora de contarla. Entre los legionarios, también hemos de agradecer la hospitalidad y la cooperación, más allá de todo deber y medida, del comandante Recena y el apoyo del comandante Esteban.

Por último, debemos un agradecimiento especial al entonces comandante y hoy teniente coronel Núñez, de la Guardia Civil, por su generosa aportación para comprender y poder contar mejor la delicada dimensión policial de la operación, sobre la que tuvo responsabilidad directa como provost marshal de la Brigada Plus Ultra.

En fin, fueron todos ellos, los culpables, los protagonistas y los coautores de este relato. A ellos y a los cientos de nombres ocultos van estas palabras. El aprecio que este libro pueda merecer del lector sin duda es mérito suyo.

1
La emboscada

Vivir es luchar.

SÉNECA

I

La imagen del televisor mostraba la escena con claridad pero sin nitidez.

El adolescente iraquí mantenía su pie encima de uno de los cadáveres. Se encontraba a un lado de la carretera y levantaba dos dedos de la mano derecha en señal de victoria. Detrás de él, un niño pateaba los restos del mismo hombre. Otros chiquillos se arremolinaban expectantes, entre la indecisión del momento y el escrutinio de las cámaras. Al final todos levantaban con alguna timidez la mano, imitando los gestos de su compañero. Victoria. Los vehículos seguían pasando con escalofriante naturalidad, y a la vez con cierta parsimonia, por la vía. Tenían los faros encendidos y en el cielo, de un azul oscuro, podía percibirse el último resto de luz antes de anochecer.

El más jovencillo de todos los chavales, vestido con una chaqueta marrón, seguía golpeando el cuerpo al tiempo que observaba el objetivo, como si no estuviera muy convencido de lo que estaba haciendo o sintiera aún esa carne como viva.

El color de las imágenes era turbio e impreciso. Por un instante la cámara se centró en el pie del adolescente que descansaba encima del cuerpo exánime. De vez en cuando, detrás, entraba en cuadro otro pie, el del chaval que le propinaba patadas. Había lugareños que cruzaban despreocupados, sin prestar demasiada atención al hecho de que siete españoles, miembros del CNI, yacieran muertos a su alrededor. A continuación, las luces de los coches desvirtuaban la escena mientras el pequeño seguía golpeando, con ahínco ya menguante, el cadáver del militar vestido de paisano. La silueta se perdía, se desenfocaba y la cámara retrocedía a otros dos españoles que yacían boca arriba con las manos y los pies desparramados, como si hubieran muerto de un golpe, los pechos ensangrentados, inmóviles. Una furgoneta de la policía o una ambulancia de luces azules pasaba con los rotativos destellando, sin detenerse. El plano se abría y además de los dos anteriores se apreciaba ahora un tercer cadáver en la misma postura. Muy cerca los unos de los otros, como si hubieran caído luchando codo a codo.

La imagen terminaba perdiéndose entre coches y gente que observaba con la misma curiosidad a los filmadores y a los cuerpos sin vida. Después, el silencio.

Aquella escena sería repetida hasta la saciedad por todas las cadenas de televisión del mundo. La primera en difundir las imágenes fue Sky News, ya que fueron su reportero David Bowden y el cámara que le acompañaba quienes se encontraron los cadáveres treinta minutos después del fin del ataque.

II

Mientras tanto, en España, un nuevo contingente de tropas se estaba preparando para salir con rumbo a Irak e integrarse en la Brigada Multinacional Plus Ultra (BMNPU) II, que empezaría a relevar a la BMNPU I en apenas dos días. Era la continuación de la denominada operación India/Foxtrot en tierras iraquíes.

La inmensa mayoría de los hombres y mujeres que formaban la BMNPU II estaban concentrados en la Base General Menacho, en Botoa (en los alrededores de Badajoz). Unas modernas instalaciones construidas entre campos arcillosos con predominio del color rojo en techumbres, barracones y hangares, y donde tenía a la sazón su cuartel general la Brigada de Infantería Mecanizada «Extremadura» XI.

Era el día 30 de noviembre de 2003. La hora de la cena. En la televisión repetían por enésima vez las sobrecogedoras imágenes de los cuerpos sin vida de los agentes del CNI, caídos la víspera. Un grupo de soldados vallisoletanos, pertenecientes al Regimiento de Caballería «Farnesio» 12, cenaba en un bar en los alrededores de la base. Observaban con una resignada frustración aquella desagradable escena al tiempo que escuchaban los comentarios de la periodista:

… los ocho formaban un equipo y regresaban de una misión cuando fueron atacados. La agresión se produjo en una carretera muy concurrida donde el convoy era un blanco fácil. La multitud pateó los cadáveres de los españoles y coreó gritos a favor de Sadam…

La locutora continuaba recapitulando las demás víctimas españolas que el conflicto de Irak había producido hasta aquel momento. Otras cinco.

Ciertas noticias hay que mirarlas con talante estoico. Pero es difícil cuando una semana después tú tienes que estar en ese lugar. El sargento primero Vergara hablaba de ello cuando el cabo Herrero le comentó: «Uno de ellos es hermano de Rodríguez» (un sargento primero de su unidad, con el que tenía contacto diario). A la repulsa de haber visto la escena se le sumó un sentimiento más fuerte que colmó su indignación.

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