Ricky Dávila Wood
Nacido en Bilbao en 1964, fotógrafo en sustancia y escritor de corazón, Ricky Dávila lleva 25 años disparando su cámara por el mundo. Graduado en el ICP de Nueva York y tras dos décadas residiendo en Madrid, la fotografía de Dávila, abonada en los primeros años al reportaje y los viajes, ha evolucionado con el tiempo hacia una mirada más melancólica y brumosa. Cosas de la edad. En el retrovisor, una veintena de exposiciones individuales, dentro y fuera de España, y media docena de libros, entre los que se cuentan Manila , Ibérica , Nubes de un cielo que no cambia o Todas las cosas del mundo .
El autor vive en la actualidad en Bilbao, donde dirige el Centro de Fotografía Contemporánea, escribe algún poemilla ocasional e ingenia proyectos artísticos como Los Cuadernos de Remo Vilado , el vademécum visual de su alterado ego.
www.rickydavila.com
«Así, con el cuaderno de escudilla y la cámara fotográfica a modo de lanza, héroe de mi propio relato, me enfrento a las largas horas del día como un quijote descabalgado.»
Dávila dispara fotografías empeñado en atrapar el mundo en el rectángulo de su visor, al tiempo que salva del viento palabras y divagaciones sin fuste que transcribe en sus libretas. Construye así a empellones este tratado sobre la fotografía, una pandemia planetaria que ha provocado, a juicio del autor, la sobrepoblación de artistas visuales, «familia parásita de amplísimo espectro, en la que, se hace inevitable, debo incluirme yo».
Por este caleidoscopio de apuntes y fotografías sin dueño, mezcla de ensayo libérrimo y de crónica personal, vemos desfilar los fantasmas de Dávila, y sus manías y obsesiones más personales. Atrapados en un laberinto sin salida, con el autor escondido entre las sombras, aparecen y desaparecen a capricho el fantasma de Remo Vilado, Schopenhauer, el fotógrafo Nadar, Houdini, el emperador Augusto, Bob Esponja, la asistenta Eloísa, Lucrecio, la luna misma o el santo Job.
Publicado por:
Galaxia Gutenberg, S.L.
Av. Diagonal, 361, 2.º 1.ª
08037-Barcelona
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www.galaxiagutenberg.com
Edición en formato digital: mayo de 2020
© Ricardo Dávila, 2020
© Galaxia Gutenberg, S.L., 2020
Imagen de portada: Erich Salomon , de Lore Feininger, 1929.
Impresión sobre gelatina de plata,
cm. 23.2 × 16.5. Colección Thomas Walther.
Donación de Thomas Walther. Inv. n.: 1668.2001.
Nueva York, Museum of Modern Art (MoMA).
© Fotografía: The Museum of Modern Art,
Nueva York/Scala, Florencia, 2020
Conversión a formato digital: Maria Garcia
ISBN : 978-84-18218-11-8
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¿Qué son las ideas de los pensadores para los ostentosos traficantes verbalistas sino peces sueltos? ¿Y qué eres tú lector, sino un pez suelto, y también un pez preso?
Moby Dick, H ERMAN M ELVILLE
Índice
Una cuestión de tiempo
Para no ser esclavos torturados del
tiempo, embriagaos, ¡embriagaos sin parar!
Con vino, poesía o virtud a vuestro antojo.
C HARLES B AUDELAIRE
Mi misión es matar el tiempo y la de éste matarme a su vez.
Mi misión es matar el tiempo y la de éste matarme a su vez.
¡Qué cómodo se encuentra uno entre asesinos!
E MIL C IORAN
Prietados ojos en la luz contralmada y suave calor de ropa junta debajo de mi controlo con codo y oscuro morado en los lados parala ropas. También en el perso hundido digo oscuro y sigo ambueltas y sigo mido y sigo porque ya mejor mesta escuro, aunque, vaya, iguala no y ayque o ayqueno. Parapies yastiempo, ocultito y arrugado, pero qué va desiempre bastabip y bueno bipbip sinostamos otrotiempobipbipbip…
El martilleo inclemente del despertador forcejea con mis párpados…
Preferiría no hacerlo, preferiría no hacerlo…
Despierto contra mi voluntad, empujado a la arena de una jornada que adivino idéntica a la anterior, anticipo, a buen seguro, de otra igualmente indistinguible. El tiempo saltando a horcajadas sobre el tiempo.
Desde el dormitorio puedo escuchar el siseo reptil de la asistenta Eloísa. Me la figuro desempolvando el rodapié o aplastando algún insecto imaginario. Son ya varias semanas en las que ambos pugnamos por el dormitorio. La lucha comienza con el timbrazo del despertador. Me veo, así, acorralado en mi propia habitación por una cromañón con delantal que me ataca a escobazos hasta echarme a la calle como un desvalido esclavo arrojado a las fauces de las horas. En estos momentos puedo adivinar la cadencia asesina de su respiración del otro lado de la puerta, su aviesa mirada en dirección a mi habitación, enmarañado el pelo y palmeándose el estómago en un gesto, estoy convencido, desafiante. Aprovechando un momento de distracción del enemigo me deslizo por la puerta sin ser visto, huyendo de la batalla doméstica.
Arranco la mañana sentado en un banco cualquiera de un parque cualquiera, una mañana cualquiera de un día cualquiera. Estas semanas he añadido una libreta a mi mochila. Así, con el cuaderno de escudilla y la cámara fotográfica a modo de lanza, héroe de mi propio relato, me enfrento a las largas horas del día como un quijote descabalgado. En la libreta transcribo ocasionalmente el veneno de mis lecturas, mis divagaciones sin fuste y algún poemilla de inspiración propia…
Un chucho gruñón y contrahecho va repartiendo orines con pausa y ceremonia por las plantas y jardineras que me rodean. Entre los arbustos asoma, de cuando en cuando, un pensionista ocioso, aferradas las dos manos al plástico arrugado de una bolsa de contenido impenetrable.
En un esfuerzo titánico, me aventuro con los primeros disparos fotográficos del día, «que algo hay que hacer», pienso para mí, entumecido. ¡Click, click, click...! Parpadeos que en la milésima parte de un segundo reducen la caótica realidad a un efímero espectáculo de orden y concierto. Dispongo el cielo en el tercio superior y la tierra con todo su peso en la mitad inferior del visor. Así, en este paisaje hurtado al tiempo, la cosa queda, momentáneamente, equilibrada, con el vientecillo que agita las hojas del parque transmutado en una suave caricia; para cada pájaro y florecilla encuentro un propósito y lugar; hasta el cuasimodo canino, que se acerca ahora obsequioso y feliz, meneando su rabito pelado, tiene hueco en este cuadro de armonía. Voy pasando así la mañana, persiguiendo molinos de viento, alanceando la realidad con mi cámara y liberándola de tribulaciones y desarreglos. Lástima que este teatro improvisado tenga poca más extensión que el rectángulo de mi visor y tan sólo dure el fugaz destello de un disparo.
En alguna parte leí que los animales, como los niños, no tienen conciencia del tiempo. Que la conciencia del tiempo es un atributo –o una lacra, mejor pensado– propia del hombre. Los griegos veían en el titán Cronos, devorador de sus hijos, una fuerza cruel y devastadora. Para muchos pensadores occidentales el tiempo ha sido desde siempre la causa principal de la neurosis del hombre frente al mundo, de su perpetua desazón ante una realidad con la que no acaba de conciliarse y que no acaba de comprender. «El tedio es el horror del tiempo, la conciencia del tiempo. Quien no es consciente del tiempo no siente tedio…» Transcrita en mi libreta, esta sentencia de Emil Cioran lleva días enredando sin tregua mis devaneos.