«El vicio divierte y la virtud cansa», afirma Juliette, la protagonista de esta obra que el marqués de Sade publicó en 1796 (y fue inútilmente prohibida). En ella, Juliette, que ha visto el amargo final de su hermana Justine —la heroína de Justine o Los infortunios de la virtud—, se entrega sin escrúpulos al vicio y al crimen, pues los considera, entre otras cosas, medios para obtener placer.
Juliette se inicia en el exceso de la mano de la superiora Delbène, en el convento de Panthemont, donde se desarrollan orgías en que participan clérigos, monjas y novícias en un ambiente macabro. Tras dedicarse a la prostitución, Juliette, con diecisiete años, se acerca a depravados como el libertino Noirceuil o el bello Saint-Fond, ministro de Estado. Sus aventuras la llevan a Italia, donde conoce a célebres criminales de su época, como el caníbal Minski, y a personajes como la princesa lesbiana Borghèse, la incestuosa Lady Clairwil o la envenenadora Durand. Los crímenes y transgresiones se suceden hasta que, como afirma Octavio Paz, «al final de su peregrinación, Juliette puede decir, como el monje budista: todo es irreal».
En esta obra, singular entre las escritas por el «Divino Marqués» debido al papel preponderante que en ella desempeñan las mujeres, y de manera destacada Juliette, el autor se inspiró en hechos reales acaecidos en su época y aprovechó para arremeter contra los que le habían arrebatado su libertad.
Marqués de Sade
Juliette o Las prosperidades del vicio
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TaliZorah06.01.14
Título original: Histoire de Juliette, ou les Prospérités du vice
Marqués de Sade, 1796
Traducción: Pilar Calvo
Ilustración de la portada: Johann Baptist Reiter, Mujer dormida
Diseño de portada: TaliZorah
Editor digital: TaliZorah
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MARQUÉS DE SADE. Donatien-Alphonse-François, marqués de Sade (París, 1740-Charenton, Francia, 1814). Escritor y filósofo francés. Conocido por haber dado nombre a una tendencia sexual que se caracteriza por la obtención de placer infligiendo dolor a otros (el sadismo), es el escritor maldito por antonomasia.
De origen aristocrático, se educó con su tío, el abate de Sade, un erudito libertino y volteriano que ejerció sobre él una gran influencia. Alumno de la Escuela de Caballería, en 1759 obtuvo el grado de capitán del regimiento de Borgoña y participó en la guerra de los Siete Años. Acabada la contienda, en 1766 contrajo matrimonio con la hija de un magistrado, a la que abandonó cinco años más tarde.
En 1768 fue encarcelado por primera vez acusado de torturas por su criada, aunque fue liberado al poco tiempo por orden real. Juzgado y condenado a muerte por delitos sexuales en 1772, consiguió huir a Génova. Regresó a París en 1777, donde fue detenido a instancias de su suegro y encarcelado en Vincennes.
En 1784 fue trasladado a la Bastilla y en 1789 al hospital psiquiátrico de Charenton, que abandonó en 1790 gracias a un indulto concedido por la Asamblea surgida de la Revolución de 1789. Participó entonces de manera activa en política, paradójicamente en el bando más moderado.
En 1801, a raíz del escándalo suscitado por la publicación de La filosofía del tocador, fue internado de nuevo en el hospital psiquiátrico de Charenton, donde murió.
Escribió la mayor parte de sus obras en sus largos períodos de internamiento. En una de las primeras, el Diálogo entre un sacerdote y un moribundo (1782), manifestó su ateísmo. Posteriores son Los 120 días de Sodoma (1784), Los crímenes del amor (1788), Justine o Los infortunios de la virtud (1791) y Juliette o Las prosperidades del vicio (1798).
Calificadas de obscenas en su día, la descripción de distintos tipos de perversión sexual constituye su tema principal, aunque no el único: en cierto sentido, Sade puede considerarse un moralista que denuncia en sus trabajos la hipocresía de su época. Su figura fue reivindicada en el siglo XX por los surrealistas.
»Observa atentamente esa bonita mujer de veinticinco años. Vive con un hombre que la adora… que la cubre de regalos; ambos hacen cosas increíbles el uno por el otro: la zorrilla no jode menos por eso; ama a los hombres con furor; su mismo amante se lo permitió en otro tiempo, y sólo a él le debe los desórdenes en los que se sumerge; sigue los ejemplos que le dio, y fornica aquí todos los días, sin que el querido hombre lo sepa.
»Esa bonita morena que ves cerca de ella es la mujer de un viejo que se casó con ella por amor; lleva las atenciones que tiene con él hasta el punto de crearse una asombrosa reputación de virtud: puedes ver cómo se compensa de eso; espera aquí a dos jóvenes; y, esta tarde, volverá para estar con el que ama; los de esta mañana son por libertinaje: el corazón será satisfecho esta tarde.
»Junto a ella hay una devota. Mira su vestido; esa zorra pasa su vida entre el sermón, la misa y el burdel; tiene un marido que la adora, pero que no puede corregirla; agria, imperiosa en su trato, cree que debe perdonársele todo por su beatería. Aunque haya tenido suerte con su marido, no por eso deja de hacerle el más desgraciado de los hombres. A mí me da un trabajo enorme para contentarla porque sólo quiere fornicar con curas. Es verdad que la edad y el porte le son indiferentes: con tal de que sea un servidor de Dios, la puta está contenta.
»Más acá de esta hay una mujer entretenida por doscientos luises al mes: aunque le diesen el doble no le impedirían que se dedicase a libertinajes colectivos; es una de mis alumnas. Su viejo arzobispo apostaría sus bienes a que es más casta que la Virgen, y a expensas de este se alimenta. ¡Si vieses cómo lo engaña! Ese es el arte de las mujeres, Juliette; hay que utilizarlo en nuestra condición o resignarse a morir de hambre.
»A continuación viene una pequeña burguesa de diecinueve años, bonita, como ves, más allá de lo que pueda decirse con palabras. No hay nada que su amante no haya hecho por ella: la ha sacado de la miseria, ha pagado sus deudas, ahora la mantiene en la mejor situación; desearía que hubiese astros de los que apoderarse para ofrecérselos; y la putilla no tiene un solo momento suyo que no lo dedique a joder. No es el libertinaje lo que guía a esta, sino la avaricia; hace, todo lo que se quiera, pasa con quien mejor me parezca, con tal de que la paguen muy caro: ¿está equivocada? El bruto a quien voy a entregarla la dejará en cama por seis semanas, pero ella tendrá diez mil francos; y se ríe de lo demás.
—¿Y el amante?
—¡Bah!, una caída… un accidente… Con el arte que tiene, se lo haría creer al mismo Dios.
»Esa muchachita —siguió la Duvergier, mostrándome una niña de doce años bonita como una diosa— es un caso muy singular: es su madre quien la vende por necesidad. Ambas podrían trabajar, incluso les han ofrecido trabajo: no lo quieren; sólo les conviene el libertinaje. También es Noirceuil a quien está destinado el culo de esta niña.
»¡Ese es el triunfo del amor conyugal! No hay una mujer que quiera a su marido como esta —continuó la Duvergier, mostrándome una criatura de veintiocho años, hermosa como Venus—, ella lo adora, está celosa de él, pero el temperamento la domina; se disfraza; la consideran una vestal y no hay semana que no vea a quince o veinte hombres en mi casa.