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José Calvo Poyato - Enrique IV el Impotente y el final de una época

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José Calvo Poyato Enrique IV el Impotente y el final de una época
  • Libro:
    Enrique IV el Impotente y el final de una época
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1997
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Enrique IV el Impotente y el final de una época: resumen, descripción y anotación

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BIBLIOGRAFÍA

Anónimo, Crónica de Juan II.

A. Bermejo de la Rica, El triste destino de Enrique IV y la Beltraneja, editorial Lepanto, Madrid, 1951.

Crónica anónima de Enrique IV de Castilla, 1454-1474 (Crónica Castellana), edición comentada por María del Pilar Sánchez Parra, Ediciones de la Torre, Madrid, 1991.

Diego Enríquez del Castillo, Crónica del rey don Enrique cuarto de este nombre por su capellán y cronista Diego Enríquez del Castillo.

Fernández Domínguez, La guerra civil a la muerte de Enrique IV, Zamora, 1929.

Orestes Ferrara, Un pleito sucesorio. Enrique IV, Isabel de Castilla y la Beltraneja, Ediciones la Nave, Madrid, 1945.

Modesto Lafuente, Historia General de España, Montaner y Simón editores, Barcelona, 1888. Tomo VI.

Llanos Y Torriglia, Así llegó a reinar Isabel la Católica, Madrid, 1927.

GREGORIO Marañón, Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo, Espasa Calpe, Madrid, 1941.

ALONSO DE PALENCIA, Crónica de Enrique IV escrita en latín por Alonso de Palencia, traducción castellana por A. Pérez y Meliá, 3 vols., Revista de Archivos, Madrid, 1904-1906.

William H. Prescott, Historia del reinado de los Reyes Católicos, don Fernando y doña Isabel, Imprenta Ribadeneyra, Madrid, 1845-1846.

Hernando del Pulgar, Los claros varones de Castilla, editorial Salvat, edición facsímil, Barcelona, 1970.

Julio Puyol, Los cronistas de Enrique IV, Boletín de la Real Academia de la Historia, volúmenes LXXVIII y LXXIX, Madrid, 1921.

Antonio Rodríguez Villa, Bosquejo histórico de don Beltrán de la Cueva, Madrid, 1881.

J.B. Sitges, Enrique IV y la excelente señora llamada vulgarmente doña Juana la Beltraneja, 1425-1530 , Imprenta Rivadeneyra, Madrid, 1912.

Diego DE Valera, Memorial de diversas hazañas, edición de Juan de Mata Carriazo, Espasa Calpe, Madrid, 1941.

VV. AA., Los Trastámara de Castilla y Aragón en el siglo XV, volumen XV de la Historia de España dirigida por don Ramón Menéndez Pidal, Espasa Calpe, Madrid, 1946.

Capítulo primero
LA CASA DE TRASTÁMARA

A comienzos de la primavera de 1350 fallecía, víctima de la terrible epidemia de peste negra que por entonces asolaba amplios espacios europeos, Alfonso XI de Castilla. La muerte le sobrevino cuando al frente de sus tropas asediaba la plaza fuerte de Gibraltar en un intento de controlar el estrecho de este nombre, paso natural de África a Europa y puerta por la que habían penetrado varias invasiones desde el Magreb a la península ibérica. Con su muerte se perdía para mucho tiempo al último de los monarcas castellanos que mantuvieron a raya las pretensiones de la nobleza de hacerse con el control del poder efectivo del reino. Además, desaparecía para casi siglo y medio la figura de los reyes luchadores contra los musulmanes que, desde su reino de Granada, controlaban una parte del territorio peninsular. Pero Alfonso XI no fue una figura señera sólo por sus virtudes políticas o militares, también lo fue por sus errores. En varias ocasiones estuvo a punto de fracasar en sus empresas de estado a causa del apasionado amor que le inspiró doña Leonor de Guzmán por quien el rey abandonó a su legítima esposa, que quedó relegada y sustituida en la corte por la favorita. De su matrimonio legítimo el monarca sólo tuvo un descendiente, don Pedro, quien a la muerte de su padre tenía dieciséis años. Por el contrario, la descendencia del monarca con doña Leonor fue numerosa y, aunque algunos de los hijos murieron niños, cuando el soberano falleció le sobrevivieron los gemelos don Fadrique y don Enrique, nacidos en Sevilla hacia 1333; don Tello, señor de Aguilar; don Sancho, conde de Alburquerque; don Juan, señor de Jerez y de Badajoz; don Pedro y doña Juana.

Había sonado la hora de la venganza para María de Portugal, la esposa postergada y olvidada, y para el hijo de ésta y del difunto que se convertía en rey con el nombre de Pedro I. Desde el mismo momento de los funerales la situación se volvió difícil para la favorita y los bastardos. Ya durante el traslado de los restos mortales del rey a Sevilla, doña Leonor pudo darse cuenta de que su poder, absoluto hasta hacía unos días, se había evaporado. Al pasar por Medina Sidonia se encontró con que don Alonso Fernández Coronel, que tenía la villa por ella, le pidió que le alzase el homenaje. Hasta los hijos y deudos más próximos la abandonaron en su camino a la capital andaluza. Nada más llegar a Sevilla, don Juan Alfonso de Alburquerque, ayo del nuevo rey, ordenó encarcelarla en una mazmorra del alcázar real. A pesar de la desgracia, desde la cárcel doña Leonor concertó y logró llevar a efecto la boda de su hijo Enrique, conde Trastámara con doña Juana Manuel, hija y heredera de don Juan Manuel de Villena. Fue una temeridad pues la reina viuda doña María pretendía casar a un sobrino suyo con la desposada, sin descartar incluso un posible enlace de la rica heredera con su propio hijo, el flamante monarca de Castilla. El agravio lo fue doble por venir, además, de donde venía y las consecuencias para la antigua amante del rey trágicas: tras peregrinar su prisión por numerosos castillos y fortalezas fue a parar al de Talavera de la Reina, donde fue muerta por orden de su rival en 1351.

A la levantisca nobleza castellana, mantenida a raya por la energía de Alfonso XI, le bastó una enfermedad del joven rey, que aún no tenía descendencia, para iniciar las banderías y las luchas que asolarían los campos de Castilla durante más de un siglo. Superada la enfermedad del monarca, los enfrentamientos no terminaron; en realidad, no habían hecho más que empezar y en el horizonte se perfilaba ya frente al poder real un bando a cuya cabeza se encontraban los hijos bastardos de Alfonso XI, dotados de forma generosa por su padre. Muy pronto destacó entre ellos don Enrique, el conde de Trastámara, quien durante largos años sostendrá un duro pugilato contra su hermanastro el rey.

Pedro I contrajo matrimonio con Blanca de Borbón, pero siguiendo lo que ya era una tradición entre sus mayores su pasión prendió en otra mujer, doña María de Padilla, que vino a ejercer el mismo papel que doña Leonor de Guzmán había desempeñado en la corte de su padre. Cuando la princesa francesa llegaba a Castilla para desposar con don Pedro, éste tenía su primera hija bastarda, doña Beatriz. Los reyes contrajeron matrimonio el 3 de junio de 1353, abandonando don Pedro a su esposa a los dos días para irse junto a su amante. El escándalo fue mayúsculo y el monarca presionado desde todas las direcciones regresó al lado de la reina. La nueva unión duró esta vez dos días, marchándose de nuevo el monarca junto a doña María de Padilla para no regresar nunca más al lado de su esposa. La indignación fue general y un amplio sector de la nobleza, además de algunas ciudades importantes como Toledo, se sublevaron en favor de la desvalida y humillada reina. La lucha fue enconada y Pedro I pasó por momentos de apuro, pero demostró coraje y energía suficientes como para controlar la situación, aunque no pudo acabar definitivamente con la sublevación. Los levantiscos nobles castellanos, que para asentar su poder habían tomado como bandera a Blanca de Navarra, seguían haciendo frente al rey. Éste estrechó la prisión de la reina y en 1361 ordenó que la asesinaran en la cárcel de Medina Sidonia, donde estaba encerrada. Sus partidarios hubieron de esconderse y los que no pudieron hacerlo encontraron la muerte. Enrique de Trastámara sólo salvó la vida mediante un salvoconducto que le permitía salir del reino, desterrado a Francia donde sobrevivió como soldado de fortuna. Durante su estancia en este país entró en contacto con la flor y nata de los soldados profesionales de Europa que, en grandes bandadas, pululaban por los campos de Francia ante el reclamo que para ellos suponía el largo contencioso que ingleses y franceses sostenían, conocido comúnmente como la Guerra de los Cien Años. Llegada la paz entre los contendientes, muchos de estos soldados quedaron sin trabajo y don Enrique vio en ellos la fuerza que le permitiría volver a enfrentarse con su hermanastro. Contrató las famosas «compañías blancas» y al frente de las mismas vino Bertrand du Guesclin quien era, según las crónicas de la época, el hombre más feo de Francia, lo que no suponía ningún obstáculo para ser considerado también como uno de los más eficaces capitanes de la época. El Trastámara al frente de sus tropas mercenarias cruzó los Pirineos y se proclamó rey de Castilla en Calahorra el 16 de marzo de 1366. Aquel acto significaba la guerra. Pedro I, sorprendido, se retiró hacia el Sur, abandonando Burgos, la ciudad donde se encontraba, a su rival quien en el monasterio de Las Huelgas se hizo coronar rey. En la capital castellana estableció una corte en la que se instalaron su esposa, doña Juana Manuel y sus hijos Juan y Leonor.

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