Carlos II el Hechizado y su época constituye un estudio ameno y a la vez riguroso de una de las figuras más controvertidas de la historia de España en una época apasionante de su pasado.
En torno a la imagen del que fue el último rey español de la Casa de Austria, se tejieron las más variadas leyendas. Desde las que le pintaron como un inútil incapacitado para gobernar una monarquía en la que casi no se ponía el Sol, hasta las que achacaron su falta de descendencia al hecho de el que rey estaba hechizado. Sin embargo, como el lector podrá comprobar, fue algo más que un imposibilitado en manos de los que le rodearon. Bajo su macilento aspecto había una personalidad compleja y también limitada, pero que en ocasiones dio muestras de una dignidad y categoría humanas que no poseían la mayoría de sus cortesanos.
Y una época, el último tercio del siglo XVIII. Una sociedad dominada por el espíritu efectista del barroco. Una corte donde las intrigas, las camarillas cortesanas o los juegos de intereses tejían y destejían el vivir cotidiano. Antagonismos, odios ancestrales, alianzas de circunstancias y todo tipo de rumores propiciaron un ambiente que convirtió la vida política española de aquellos años en una gigantesca corte de los milagros donde, por añadidura, se estaba jugando la partida política más importante para el futuro de Europa.
A través de las páginas de este libro desfilan aquellos personajes que marcaron el rumbo de unas décadas de nuestra historia que fueron apasionantes. Un decrépito Felipe V, tras una vida de galanteos y amoríos sin tasa. Una adusta Mariana de Austria, obsesionada con el control de la voluntad de su hijo. La tenue figura del jesuita Nithard. La pintoresca silueta de don Fernando de Valenzuela, el duende de palacio. La ambiciosa y recia personalidad de don Juan José de Austria, el hermano bastardo del monarca y sobre todos la vidriosa imagen del rey, de Carlos II el Hechizado.
José Calvo Poyato
Carlos II el Hechizado y su época
Memoria de la historia - 55
ePub r1.0
Titivillus 26.04.2020
José Calvo Poyato, 1997
Diseño de cubierta: Hans Romberg
Digita redaktisto: Titivillus
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MEMORIA de la HISTORIA Personajes Memoria de la Historia pretende ofrecer a los lectores la Historia contada por quienes la hicieron, por los mismos personajes que en vez de figurar en las páginas de los libros como objeto pasivo, adquieren voz y nos cuentan su vida y su peripecia en primera persona. La Historia como una novela personal, autobiográfica, en la que todo lo que aparece en estas páginas es verdad, con hechos ciertos y comprobados, pero que se presentan con la inmediatez y el dramatismo que da al relato la voz del protagonista, supuesto historiador de sí mismo gracias a la pluma de unos escritores que consiguen el difícil y apasionante equilibrio entre los materiales de la crónica, tratados con el máximo respeto, y el enfoque que corresponde a la más amena de las narraciones novelescas. Otra vertiente de estas semblanzas es la evocación de episodios del pasado en tercera persona con todo el rigor que exige el trabajo del historiador y la amenidad de la novela.
Éste es el objetivo de una colección que aspira a fundir lo más atractivo que pueden ofrecer la historia y la literatura.
Capítulo primero
LA INFANCIA DEL REY
Desde fecha temprana del siglo XVI, concretamente desde el año 1517 en que subió al trono Carlos I, los destinos de la monarquía hispánica habían estado en manos de la casa de Austria. Una dinastía bajo cuyo mandato España alcanzó los momentos más esplendorosos de su historia y descendió a las simas más profundas de la depresión.
Durante generaciones había sido habitual que los Austrias españoles mantuviesen una política matrimonial endogámica, donde los enlaces consanguíneos entre primos carnales o tíos y sobrinas habían convertido en cuestión poco menos que habitual la solicitud de dispensas matrimoniales a la Santa Sede. Esta actitud, cuyos resultados serían a la postre funestos, era la consecuencia de una serie de circunstancias. En primer lugar, la propia sacralización que la corte española había hecho de sus monarcas: los reyes más poderosos del mundo tenían poco donde elegir a la hora de compartir el tálamo nupcial y el prestigio de la institución hacía que el número de familias con dignidad suficiente para los matrimonios reales de la Majestad Católica resultase muy reducido. Otro factor a tener en cuenta era el religioso; la división sufrida por Europa desde la primera mitad del siglo XVI ante la confrontación sostenida por católicos y protestantes fue un obstáculo más que vino a reducir considerablemente las posibilidades matrimoniales de nuestros reyes y de la familia real española en su conjunto. Con media Europa gobernada por príncipes protestantes, la religión se convirtió en grave motivo de exclusión para posibles enlaces matrimoniales. Es muy probable, aunque desde luego influyeron otros factores, que cerrase el paso al casamiento de Felipe II con Isabel I de Inglaterra y también fue elemento fundamental en las calabazas que recibió el príncipe de Gales cuando acudió a Madrid en los inicios del reinado de Felipe IV con la pretensión de contraer matrimonio con una infanta española.
La mayor parte de los príncipes alemanes católicos y los príncipes italianos parecían poca cosa para la majestad y el poderío de la corte española. Ante esta situación los enlaces con miembros de la familia real francesa, no siempre posibles ante el largo contencioso sostenido por ambas monarquías durante los siglos XVI y XVII, se convirtieron en una de las escasas soluciones a la política matrimonial de nuestros reyes. Cierto que las paces hispanofrancesas, tan abundantes como las guerras a las que temporalmente ponían fin, daban pie y ofrecían magníficas ocasiones para sellarlas con un matrimonio. Algunos ilusos mantenían la creencia, sistemáticamente desmentida, de que tales enlaces eran una garantía que consolidaba la paz firmada, a pesar de que la realidad demostró una y otra vez que de poco servían cuando los gobernantes entendían que había llegado la hora de que las armas tomasen la palabra. Aún más, algunos de los matrimonios que sellaban supuestas paces perpetuas entre ambas potencias fueron utilizados de forma artera por alguna de las partes. Así ocurrió, por ejemplo, con el enlace de la infanta española María Teresa de Austria y Luis XIV de Francia, contraído para solemnizar en la isla de los Faisanes, sobre el curso del Bidasoa, la paz de los Pirineos en 1659. El imperialismo luisino usó todo tipo de triquiñuelas para anexionarse territorios de los Países Bajos españoles durante el reinado de su cuñado Carlos II, aduciendo supuestos derechos de su mujer como hija del primer matrimonio de Felipe IV. Mayor importancia revistió la postura adoptada por el monarca francés en la cuestión de los derechos sucesorios de su esposa a la corona española, como tendremos ocasión de ver más adelante.
Habría una última razón que añadir a las ya expuestas para explicar la política matrimonial de los reyes de España: la decidida voluntad por parte de las dos ramas de los Habsburgos, la española y la austríaca, de alimentar mediante continuos enlaces una política de apoyo mutuo —por lo general de ayuda militar, diplomática y económica de Madrid a Viena— en su duelo particular con la otra gran familia real del continente: los Borbones de Francia.
Esta demencial política, donde la misma sangre se mezcló una y otra vez a lo largo de varias generaciones, condujo a una paulatina pero progresiva degeneración familiar, cuyo triste epigonismo fue la figura tarada y enferma de Carlos II. Era hijo del segundo matrimonio de Felipe IV, casado en segundas nupcias con Mariana de Austria, una pareja cuya diferencia de edad era extraordinaria; mientras el rey había alcanzado los 44 años, la joven reina apenas contaba 15. Por otra parte, Felipe IV llegaba a este matrimonio con quien había sido la prometida del único hijo varón habido con su primera esposa, sólo tras la muerte del mismo y ante la grave y urgente necesidad de buscar una descendencia masculina.
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