En noviembre de 1922, más de un siglo después de la localización de la primera tumba en el Valle de los Reyes y tras años de estudio, planificación y escrutinio del lugar, Howard Carter protagonizó el que a día de hoy sigue siendo el hallazgo arqueológico más importante de todos los tiempos, el de la tumba de Tutankamón.
La relevancia de su descubrimiento estriba en el hecho de que, de las más de sesenta tumbas encontradas, ésta era la única que permanecía intacta. Repleta de tesoros, ropas, vasijas, momias y símbolos religiosos, permitía reconstruir la vida en el Egipto antiguo y daba luz a las investigaciones que los egiptólogos llevaban décadas realizando. Un hito que sería el germen de la fascinación que aún hoy despiertan en occidente las momias y sus supuestas maldiciones.
Con extraordinaria habilidad narrativa no exenta de ironía, Tyldesley aprovecha el descubrimiento y la vida de Tutankamón para examinar cómo nos aproximamos a nuestro pasado antiguo, sumergiéndonos en la vida del joven monarca y su reinado y en la historia del descubrimiento de su tumba.
Joyce Tyldesley
La maldición de Tutankamón
La historia de un rey de Egipto
ePub r1.0
liete y brusina 02.05.14
Título original: Tutankhamen’s curse
Joyce Tyldesley, 2012
Traducción: Ana Herrera Ferrer
Editor digital: liete y brusina
ePub base r1.1
En memoria de Robert «Bob» Partridge (1951-2011)
«Que tu espíritu viva, que puedas gastar millones de años, tú que amas Tebas,
sentado de cara al viento del norte, con los ojos llenos de felicidad».
Joyce Tyldesley es una reconocida egiptóloga británica doctorada en Arqueología de la Prehistoria por la Universidad de Oxford. Es profesora de egiptología en la Universidad de Manchester y en el KNH Centre de egiptología biomédica. Ha colaborado en programas de radio y televisión sobre el mundo egipcio y es autora, entre otros libros, de las biografías de Ramsés II el Grande y de las reinas Hatshepsut y Nefertiti, así como de una importante obra sobre Cleopatra. Su último libro es La maldición de Tutankamón, publicado en 2012.
Sus libros, sobre la vida, cultura y descubrimientos en Egipto, son de gran rigor científico e histórico, fruto de sus propias investigaciones.
Agradecimientos
Muchas personas han contribuido a la realización de este libro. Me gustaría reconocer en especial la ayuda de Paul Bahn, Dylan Bickerstaffe, Victor Blunden, Audrey Carter, Robert Connolly, Steve Cross, Rosalie David, J. Fox-Davies, Robert Loynes, Jaromir Malek y el Instituto Griffith, el difunto Bob Partridge, Bryan Sitch, Steven Snape y Angela Thomas. También me gustaría expresar mi gratitud hacia los estudiantes de egiptología online de la Universidad de Manchester, por sus animadas discusiones, siempre fuente de reflexión.
En Profile Books quiero dar las gracias a mi paciente editor, Peter Carson, a Penny Daniel y a Annie Lee.
Nota sobre los nombres
Los egipcios omitían las vocales en sus textos jeroglíficos. Como los que mandan mensajes y textos electrónicos en la época moderna, no veían necesidad alguna de perder tiempo, energía y espacio escribiendo sonidos (e incluso a veces palabras) que eran obvias para todo el mundo. (¡Ja!).
Desgraciadamente, el egipcio antiguo es un idioma muerto hace muchísimo tiempo, y los sonidos que faltan no resultan obvios, ni mucho menos, para los lectores modernos. Por tanto, los egiptólogos han tenido que imaginar cuáles eran las vocales que iban en cada sitio. Por lo general se suele introducir la «e» como vocal preferente, pero quizá no fuese ésa la vocal que usaron los egipcios, y quizá no la introduzcamos en el lugar correcto. Como resultado, hasta las palabras egipcias más breves tienen varias pronunciaciones posibles en los idiomas modernos, y todas son igualmente aceptables. A lo largo de este libro se usa la transcripción «Tutankamón», y el dios de Tutankamón como «Amón». Otros prefieren transcribir «Tutankhamen» y Amen o «Tutankhamun» y Amun. En la literatura antigua se encuentran también variantes más exóticas como Touatânkhamanou, Tut.ankh.Amen, Tutenchamun, etc. Todos se refieren a la misma persona.
El rey al que conocemos como Tutankamón (imagen viviente del [dios] Amón) nació como Tutankatón (imagen viviente del [dios] Atón), pero se cambió el nombre durante los primeros años de su reinado. Su consorte, Anjesenpatón, se convirtió en Anjesenamón al mismo tiempo. Otros ya se habían cambiado el nombre antes. El rey al que hoy en día conocemos como Ajenatón originalmente era Amenhotep IV; la consorte de Ajenatón, Nefertiti en el momento de su matrimonio, amplió su nombre al principio del reinado de su marido para convertirse en Neferneferuatón Nefertiti. Para evitar complicaciones innecesarias nos hemos referido siempre a estos individuos como Tutankamón, Ajenatón, Nefertiti y Anjesenamón en todo el texto, a menos que fuera inadecuado hacerlo.
A su coronación, Tutankamón asumió una serie de cinco nombres que servían como declaración de intenciones formal o propaganda para su reino. Sus dos últimos nombres, conocidos hoy en día como prenomen y nomen, son los nombres que se indican en los cartuchos (unos óvalos característicos) de sus monumentos e inscripciones. Su prenomen (Nebjeperura) es el nombre por el cual le conocía su pueblo:
- Nombre de Horus: Imagen de aves
- Nombre de las Dos Damas: Bello por las leyes que someten a las Dos Tierras / aquel que contenta a todos los dioses
- Nombre del Horus Dorado: Elevado de apariencia para el dios / su padre Ra
- Prenomen: Nebjeperura: Señor de las manifestaciones del [dios] Ra
- Nomen: Tutankamón: Imagen viviente del [dios] Amón
Nota sobre las fechas
La época dinástica egipcia empezó con la unificación del país por parte del guerrero sureño Narmer aproximadamente hacia el 3100 a. C., y acabó unos 3.000 años después con el suicidio de Cleopatra VII en el año 30 a. C. Siguiendo el esquema ideado por el historiador ptolemaico Manetón, los egiptólogos dividen esa era dinástica en «dinastías», o linajes de reyes que de alguna manera están ligados entre sí. Podían tener relaciones consanguíneas entre ellos, pero no siempre. Resulta importante recordar que esas dinastías son divisiones modernas y artificiales; los antiguos no dividían su historia de esa manera.