Joyce Tyldesley
Los descubridores del antiguo Egipto
Editorial: imago mundi
Traducción de Patricia Antón
Título original: Egypt. How a lost Civilization was rediscovered
Ediciones Destino | Colección imago mundi Volumen 98
Créditos de las ilustraciones: Primer pliego: Con el permiso de la British Library (746.e.7) (página 1, parte superior); akg-images / Laurent Lecat (página 1, parte inferior); akg-images (página 2, parte superior); Topfoto.co.uk / Colección Roger Viollet (página 2, parte inferior); con el permiso de la British Library (página 3); Photo RMN (René-Gabriel Ojéda (página 4, parte superior); The Art Archive / British Library (página 5, parte superior); con el permiso de la British Library (1899.g.33) (página 5, parte inferior); Werner Forman Archive / Sir John's Soane's Museum, Londres (página 6, parte superior); Archivo Geodia, Italia (página 6, parte inferior); Photo RMN / Gérard Blot (página 7); Werner Forman Archive (página 8). Segundo pliego: Topfoto.co.uk / Colección Roger Viollet (página 1, parte superior); Cortesía de la Egypt Exploration Society (página 1, parte inferior);J. Stevens (Ancinet Art and Architecture Collection Ltd. (página 2 y página 3, parte superior); akg-images / François Guénet (página 2, parte inferior); Ancient Art and Architecture Collection Ltd. (página 3, parte inferior); Robert Partridge / The Ancient Egypt Picture Library (página 4, parte superior); Petrie Museum of Egyptian Archaeology, University College, Londres (página 4 y página 5, parte inferior); akg-images / Erich Lessing (página 4, parte inferior derecha); Petrie Museum of Egyptian Archaeology, University College, Londres (página 6); akg-images / François Guénet (página 7, parte superior); www.bridgeman.co.uk / Egypt National Museum, El Cairo (página 7, parte inferior); The Art Archive / Egyptian Museum, El Cairo / Dagli Orti (A) (página 8, parte superior); Corbis / Roger Wood (página 8, parte inferior). Tercer pliego: Birmingham Library Services (página 1, parte superior); M. Jelliffe / Ancient Art and Architecture Collection Ltd. (página 1, parte inferior); Werner Forman Archive / Egyptian Museum, El Cairo (página 2); Borromeo / Art Resource, Nueva York (página 3); Griffith Institute, Oxford (página 4, parte superior); Ancient Art and Architecture Collection Ltd. (página 4, parte inferior, y página 5); UNESCO (página 6 y página 8, parte superior); cortesía de Manchester Mummy Project (página 8, parte inferior).
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.
© Joyce Tyldesley 2005
© BBC Worldwide Limited, 2005
Los descubridores del antiguo Egipto se publicó en 2005
por BBC Worldwide Limited con el título Egypt.How a lost Civilization was rediscovered
bajo licencia de BBC Worldwide Limited.
© Ediciones Destino, S. A.
Diagonal, 662-664. 08034 Barcelona
www.edestino.es
© de la traducción, Patricia Antón
Primera edición: junio 2006
ISBN-13: 978-84-233-3854-2
ISBN-10: 84-233-3854-1
Depósito legal: M. 21.796-2006
Impreso por Artes Gráficas Huertas, S. A.
Camino Viejo de Getafe, 60. 28946 Fuenlabrada (Madrid)
Impreso en España - Printed in Spain
INTRODUCCIÓN
Hace cinco mil años la tierra del papiro y la tierra del loto se unieron para formar un país largo y estrecho gobernado por un único rey semidivino, o faraón. Durante los tres mil años siguientes Egipto haría gala de una cultura tan característica que incluso hoy en día, unos dos mil años después de que el último faraón ocupase el trono de las Dos Tierras, se la reconoce instantánea y universalmente.
Que esa cultura antiquísima ejerce una poderosa fascinación sobre los observadores occidentales es innegable. Por qué es así no está tan claro. ¿Por qué las salas egipcias de nuestros museos están a rebosar de visitantes mientras que las salas vecinas permanecen vacías? ¿Por qué los programas de televisión sobre Egipto atraen audiencias enormes, mientras que los programas sobre otras culturas igualmente antiguas no? ¿Por qué, en una época en que el estudio de las lenguas clásicas disminuye a ritmo alarmante, más y más gente decide estudiar los jeroglíficos? No existe una respuesta sencilla para tales cuestiones, y muchos egiptólogos no son capaces siquiera de explicar el porqué de esa atracción tan intensa que sienten. ¿Han vuelto sus miradas hacia el antiguo Egipto en una suerte de búsqueda personal, a la espera de obtener respuestas específicas sobre la vida, la muerte y la religión? ¿Es la belleza innegable del arte, la arquitectura y la literatura egipcios aquello que los atrae, o quizá las certezas teológicas y las singulares prácticas funerarias? La mayoría, sospecho, se siente atraída por un Egipto que es una tierra a un tiempo agradablemente exótica y sin embargo cómodamente reconocible y segura. Las gentes del antiguo Egipto, o así nos parece con frecuencia, comparten muchos de nuestros intereses y preocupaciones; nos da la sensación de que casi los conocemos.
Nuestra obsesión por todo lo egipcio ha llevado a muchos a la búsqueda de tesoros en las arenas de Egipto. A todos ellos puede clasificárselos en general como «egiptólogos», o especialistas en el estudio del antiguo Egipto, pero sus métodos y motivos varían muchísimo. Algunos son arqueólogos que viajan a Egipto para excavar bajo el sol ardiente. Otros son lingüistas que trabajan en oscuras bibliotecas y apenas ven la luz del día. Cada vez más, muchos de ellos son científicos que ven el antiguo Egipto a través de la lente de un microscopio. Unos cuantos han trabajado abiertamente y sin reparos por una recompensa económica, sacando tajada de la buena disposición de Occidente a pagar por objetos e información. Otros se han visto inspirados por la curiosidad erudita y la búsqueda de un saber mayor. Más de un puñado de personas, ha de admitirse, se han visto acicateadas por el deseo de la fama personal por medio de la que ahora se percibe como una carrera llena de glamour, incluso romántica. ¡Indiana Jones tiene mucha culpa de que sea así!
Unidos, su trabajo se combina para convertirse en la historia del descubrimiento del antiguo Egipto, la historia de este libro. Pero vayan primero unas palabras de advertencia. Todos los exploradores de Egipto, llevados de la necesidad, han trabajado conforme a los conocimientos y limitaciones de su época. El lento pero constante aumento de una conciencia lingüística y científica, así como una creciente sensibilidad hacia otras culturas, han transformado a los rudos cazadores de tesoros de hace dos siglos en los precisos científicos de hoy en día. Debemos tener la extrema cautela de no aplicar juicios de valor modernos a los exploradores del pasado. Los primeros coleccio- nistas se sirvieron, de forma simple e inmisericorde, de una fuente inesperada de antigüedades en una tierra cuya historia antigua se había desvanecido, al parecer para nunca recuperarse. Se hace difícil no esbozar una mueca de dolor cuando leemos que Giovanni Belzoni pisoteaba despreocupadamente montones de momias, y, desde luego, ningún egiptólogo que se precie actuaría de semejante forma hoy en día. Pero debemos esbozar esa mueca y continuar leyendo. Belzoni era un hombre de su tiempo y no conocía otra forma de actuar; de hecho, fue considerablemente más cuidadoso en su trabajo que muchos de sus contemporáneos. Al menos comprendió la importancia de dejar constancia de lo que veía.
La egiptología es una ciencia relativamente nueva, de apenas dos siglos de edad. Aun así, ha tenido la suerte de contar con una cuota de personajes fascinantes mayor de lo habitual, algunos de los cuales, en virtud del tamaño desmesurado de sus personalidades, sus curiosos hábitos o descubrimientos espectaculares, han llegado a dominar la escena a expensas de sus menos extravagantes colegas. Muchos de estos egiptólogos -Champollion, Belzoni, Edwards, Petrie y Carter entre ellos- han sido objeto de largas biografías, y algunos hasta han escrito sus autobiografías. Me ha sido imposible incluir aquí la labor de todos y cada uno de los egiptólogos; de hacerlo así, este libro, ya largo, habría aumentado sus páginas hasta convertirse en una enciclopedia. Me he centrado principalmente en la labor de los egiptólogos europeos. Con todo, soy plenamente consciente de haber omitido a artistas que hicieron mucho por preservar los monumentos ahora desaparecidos y a lingüistas que trabajaron muy duro para traducir los textos recién descifrados. No puedo sino disculparme ante aquellos lectores que sientan que se ha despreciado a su héroe particular. Probablemente no sea consuelo que mi favorito, el reverendo James Baikie, un hombre que escribió de forma amena y con gran autoridad sobre todo lo egipcio desde un emplazamiento tan poco exótico como su casa de pastor en Torphichen, Escocia, sin haber visitado nunca Egipto, haya quedado fuera también. Aunque, como fuera uno de los primeros en escribir una historia de la egiptología, le he permitido tener una voz en ésta y en todas las introducciones posteriores. Baikie, que era de los que no se andan con rodeos, pinta muy bien el escenario: