José María Carrascal - España
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- Libro:España
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- Editor:ePubLibre
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- Año:2004
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España: resumen, descripción y anotación
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En las siguientes páginas el autor esboza su tesis del por qué España, a lo largo de su historia (desde los romanos hasta el siglo XXI) no ha conseguido vertebrarse como una nación unificada y homogénea, tras su pasado esplendoroso e imperial y su actual realidad de configuración en diecisiete comunidades autónomas (tres de ellas con una realidad histórica, política y cultural bien diferenciada) y que supone de facto una realidad estatal incompleta e invertebrada.
España sigue siendo una nación inacabada. Su proceso de formación como nación de nacionalidades sólo se ha completado sobre el papel. Falta completarlo, consolidarlo y legitimarlo en la práctica.
José María Carrascal
La nación inacabada
ePub r1.1
Titivillus 29.09.17
José María Carrascal, 2004
Diseño de cubierta: Enric Jardí
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Hacia el 750 a. C. Tartessos, el primer reino peninsular, entre la leyenda y la historia.
416. Eurico, rey autónomo de la prefectura de las Galias, a la que pertenece Hispania, rompe sus lazos con Roma.
589. Tercer Concilio de Toledo: Recaredo se convierte al catolicismo, unificando la fe de sus dominios. Punto de partida para algunos historiadores de la nación española.
711. Batalla de Guadalete e invasión árabe.
722. Batalla de Covadonga, inicio de la Reconquista.
1414. Concilio de Constanza, donde se integra a todos los participantes de la península Ibérica en un «grupo español».
1469. Matrimonio de Isabel de Castilla con Fernando de Aragón, que dará lugar a la unificación de la mayor parte del territorio peninsular cuando accedan al trono.
1492. Conquista de Granada, que pone fin al dominio árabe. Descubrimiento de América. Expulsión de los judíos.
1512. Fernando el Católico, ya como regente, conquista Navarra, con lo que quedan unidos todos los reinos cristianos españoles de la Península.
1521. Batalla de Villalar, en la que Carlos I derrota a los comuneros, lo que le permite proseguir su política imperial.
1525. Batalla de Pavía, en la que Francisco I de Francia es hecho prisionero.
1557. Nueva victoria en San Quintín contra los franceses, que se repetirá en Gravelinas en 1558.
1568. Primera sublevación de los Países Bajos, que cuatro años más tarde se hace general, para declararse en 1581 independientes.
1571. Batalla de Lepanto contra los turcos. Posiblemente representó la cúspide del poderío español, aunque sus efectos prácticos no fueron tantos ya que los piratas turcos y berberiscos continuaron activos en el Mediterráneo.
1581. Incorporación de Portugal a la Corona española.
1588. Derrota de la Armada Invencible.
1591. Decapitación de Juan de Lanuza, justicia mayor del reino de Aragón, a cuyos fueros se había acogido en su huida Antonio Pérez.
1598. Publicación en París de las Relaciones de Antonio Pérez, base de la Leyenda Negra.
1640. Levantamiento de Cataluña y Portugal contra las medidas unificadoras del conde-duque de Olivares. En la primera, la rebelión sería sofocada, mientras que la segunda se separaría definitivamente de España.
1640. Paz de Westfalia, que sanciona el ocaso de España en Europa.
1659. Paz de los Pirineos, en la que se cede a Francia el Rosellón y parte de la Cerdaña.
1701-1714. Guerra de Sucesión española, en la que luchan las principales potencias europeas. Finaliza con el acceso al trono español de los Borbones y la pérdida de Gibraltar y Menorca (ésta recuperada más tarde) a manos de los ingleses.
1707-1716. Abolición de los fueros y órganos de autogobierno de Aragón, Valencia y Cataluña mediante los Decretos de Nueva Planta.
1759-1788. Reinado de Carlos III, con reformas en los campos económico, cultural, de comunicaciones y militar.
1805. Batalla de Trafalgar, en la que queda destruida la Armada española.
1808-1814. Guerra de la Independencia contra la ocupación francesa.
1811. Venezuela y Paraguay se declaran independientes, abriendo el camino para que el resto de las colonias continentales americanas se desvinculen de España.
1812. Cortes de Cádiz y primera Constitución genuinamente española.
1814. Regreso de Fernando VII, que deroga la Constitución.
1833. Primera guerra carlista.
1835-1836. Desamortización de Mendizábal.
1839. Abrazo de Vergara.
1868. Revolución conocida como la Gloriosa.
1869. Constitución de espíritu abiertamente progresista.
1873. Primera República.
1874. Restauración, con Alfonso XII como rey y Antonio Cánovas como tutor de la misma.
1898. Guerra de Cuba y pérdida de las últimas colonias ultramarinas. Generación del 98.
1923. Dictadura de Primo de Rivera.
1931. Segunda República, con nueva Constitución, que da vía libre a los estatutos de Cataluña, País Vasco y Galicia.
1936-1939. Guerra civil, con victoria del general Franco, que establece un mandato personal sobre el país.
1975. Muerte de Franco. Juan Carlos I es proclamado sucesor.
1976. Don Juan Carlos proclama en una sesión conjunta de las dos cámaras estadounidenses que quiere ser «el rey de todos los españoles». De regreso a España nombra presidente del gobierno a Adolfo Suárez, que inicia un período de rápidas reformas.
1978. Se aprueba la Constitución pactada entre los distintos grupos políticos, que «reconoce la unidad indisoluble de la Nación Española» al tiempo que «garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran».
2003. El Estado de las Autonomías es cuestionado por el Plan Ibarretxe de Libre Asociación con el Estado español. Otros políticos, no todos ellos nacionalistas, piden la reforma de sus respectivos estatutos de autonomía.
Esperanzas sin ilusiones
Como ven, si el nacionalismo español está prácticamente en la UVI, los «históricos» y no tan históricos tampoco gozan de buena salud, pese al auge alcanzado en los últimos tiempos y al denodado esfuerzo de sus representantes. Sus contradicciones internas, por un lado, y la globalización en marcha, por el otro, les crean dificultades que hasta el momento nadie ha sabido resolver. Y lo primero que se le ocurre a uno es si tanta debilidad por todas partes no podría conducir a un compromiso entre ellos, como suele ocurrir con los enemigos que, hartos de pelear, buscan un modus vivendi. ¿Y qué mejor modus vivendi que el Estado de las Autonomías, casa común de los distintos nacionalismos y solar a su vez de otro nacionalismo más amplio y abierto? Debería haber sido la solución del conflicto, la cuadratura del círculo, con un nacionalismo íntimo, a ras de tierra, y otro más amplio y general. Lo malo es que los nacionalismos, como los grandes amores, parecen autoexcluirse: si se es nacionalista de algo, no cabe serlo de otra cosa. Así resulta muy difícil compaginar el amor a la patria chica con el de la patria grande. O uno u otro, nos dicen los grandes sacerdotes nacionalistas. Por eso creo que la única forma de conjugarlos es dejarse de dobles lealtades y de dobles conciencias, de un nacionalismo genérico y otro para andar por casa, y empezar a pensar que el nacionalismo catalán, el vasco, el gallego, el andaluz y todos los demás son parte esencial del nacionalismo español, hasta el punto de que éste se evaporaría sin ellos, al ser la suma de todos. Sólo así podríamos salir de la antinomia. Para ello, sin embargo, se necesita algo que los españoles, incluidos los que no se consideran como tales, tenemos poco: flexibilidad y paciencia. Debe haber concesiones por todas partes, de España especialmente, por ser la mayor. Ya lo ha hecho en buena parte, creando el Estado de las Autonomías. Pero el Estado de las Autonomías, en el que tantas esperanzas habíamos depositado, se ve cuestionado frontalmente por el Plan Ibarretxe e, indirectamente, por cuantos piden la reforma de sus estatutos, lo que comportaría una ordenación territorial completamente nueva. Y la cuestión hoy candente es: ¿Sigue sirviéndonos el Estado de las Autonomías o se ha quedado anticuado? ¿Ha sido la fórmula para articular España o el mecanismo para terminar de desarticularla? Habrá que esperar acontecimientos, pero salta a la vista que estamos en una encrucijada de la historia y la vida españolas, y también ante un problema demasiado profundo para resolverlo con meras disposiciones administrativas. Se necesita un reconocimiento sincero de la pluralidad del Estado español y, a la vez, de la realidad de España. Algo que sólo puede lograrse con la participación de todos, o por lo menos de la inmensa mayoría. A España tenemos que hacerla los españoles. Si esperamos que nos la den hecha los políticos, no se hará nunca. Los políticos, en el mejor de los casos, nos pondrán las bases para hacerla. En el peor, la cuartearán aún más de lo que está con sus luchas partidistas. Tenemos que hacerla nosotros. Y tenemos que hacerla con pruebas palpables de que hemos dejado atrás una interpretación particularista de nuestro país y de que tan español es el
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