José María Aznar - El futuro es hoy
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- Libro:El futuro es hoy
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- Editor:ePubLibre
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- Año:2018
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El futuro es hoy: resumen, descripción y anotación
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DE UNA ÉPOCA DE CAMBIOS A UN CAMBIO DE ÉPOCA
A todos los seres humanos les ha tocado vivir tiempos más o menos complejos, pero nuestro siglo, el XXI, es mucho más complejo que todos los anteriores, y nuestras circunstancias son diferentes a todas las que hemos conocido. Las consecuencias de la cuarta revolución industrial —de las nuevas tecnologías— en nuestro estilo de vida, en la manera de trabajar y de relacionarnos con los demás, en la de votar e intervenir en política, en la de hacer la guerra y las paces, son insólitas y no se asemejan a nada que la humanidad haya experimentado antes.
En el nivel global, el mundo es más complejo, pero no necesariamente peor. De hecho, está recobrando el optimismo, armado esta vez de datos y también de cierta filosofía. Hablamos de recobrar o recuperar el optimismo porque ya en 1710 el filósofo Gottfried Wilhelm Leibniz proclamó que los humanos de su tiempo vivían en «el mejor de los mundos posibles». El actual rebrote de optimismo lo encabezan científicos cognitivistas como Steven Pinker o Hans Rosling. Estos científicos refutan el pesimismo con datos estadísticos para demostrar que vivimos, si no en el mejor de los mundos posibles, al menos en un mundo mucho mejor que el de hace unos años, por no hablar del de hace un siglo.
Por ejemplo, en 1970 había solo 30 países democráticos, mientras que en el año 2010 se contabilizaban ya 120. En el siglo XVIII, en Europa y América del Norte, la esperanza de vida era de entre 35 y 40 años. La esperanza de vida en el mundo era menor de 30, igualando la de África y Asia. Dos siglos después, en Asia la esperanza de vida está entre 60 y 70 años; en África, algo por debajo de 60, y en Europa y América del Norte llega hasta los 80 años. En 1820, cerca del 90 % de la población del mundo vivía en una pobreza extrema. En 2015, este porcentaje se había reducido drásticamente, algo por encima del 10 %. A pesar de las dos guerras mundiales y una Guerra Fría, el siglo XX no fue el peor en cuanto a guerras entre grandes potencias. Entre los siglos XV y XVII, los reinos e imperios emplearon el 75 % de su tiempo en batallas; hubo muchos más días de guerra que de paz. Lo que era entonces la causa del desorden mundial, la guerra entre grandes potencias, hoy está ausente. Según los cognitivistas antes mencionados, la vida actual de las personas —y no solo en Occidente— es más larga, saludable, segura, feliz, pacífica, estimulante y próspera que hace treinta años.
A pesar de este balance positivo, las crisis de nuestros días parecen más agudas que las anteriores. Hay problemas globales que afectan a todo el mundo, como el cambio climático, el terrorismo, el choque tecnológico, la proliferación nuclear, las pandemias, el ciberterrorismo, el desarrollo de la inteligencia artificial (IA) y el impacto de la ciberseguridad. Y problemas regionales que saltan a la vista: la crisis del orden regional en Oriente Medio se refleja en la de las autoridades centrales de los países de la zona porque el modelo del Estado autocrático es insostenible y el camino hacia la democracia, tortuoso. Consecuencias de ello son la descomposición de Estados (Libia, Irak, Siria, Yemen), el ascenso de «sub-Estados» cuya legitimidad descansa en las «lealtades de sangre» (tribus, grupos étnicos/religiosos, clanes, familias), la aparición del Estado Islámico, que pretende restablecer el califato, y la fractura del yihadismo suní en dos facciones enfrentadas: Al Qaeda y el Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL). La retirada y desenganche gradual de Estados Unidos en la región, a causa de la fatiga militar, política y económica y del desinterés geopolítico del presidente Barack Obama, han favorecido el vacío del poder y facilitado el auge de los radicales y la paulatina conversión de Irán en la potencia hegemónica, que a su vez está impulsando una alianza entre Israel y los Estados cuya población es de la mayoría suní. En Oriente Medio se está desmoronando el orden surgido de la Gran Guerra sin que exista un consenso regional sobre un posible orden futuro.
Que la cuenca del Pacífico plantee hoy uno de los mayores retos a la seguridad mundial se explica por la acumulación acelerada de armas nucleares, biológicas, químicas y convencionales en un contexto carente de estructura estable de seguridad y defensa. El auge económico y demográfico de los países asiáticos, en particular de China —posibilitado, en buena medida, por el papel de Estados Unidos como garante de paz en la región tras la Segunda Guerra Mundial—, se está traduciendo en apogeo militar, lo que refuerza el nacionalismo de los países asiáticos. El poder de Estados Unidos en la región se modera, mientras aumenta el de China. Merece la pena tener en cuenta lo que dijo Samuel Huntington: «China es una civilización disfrazada de Estado». De nada sirve ya el consejo de Napoleón, que recomendaba dejar dormir a China porque cuando se despertara, sacudiría el mundo. China se ha despertado. Las estadísticas más básicas lo demuestran: en 1980, el producto interior bruto (PIB) de China era de menos de 300.000 millones de dólares; en 2015, su PIB era de 11 trillones de dólares, lo que la convirtió en la segunda economía del mundo, solo por detrás de la estadounidense. En 1980, el PIB de China era el 7 % del de Estados Unidos; en 2015, representaba un 61 % del norteamericano. Las importaciones chinas en 1980 suponían un 8 % de las estadounidenses; en 2015, eran ya el 73 %. Las exportaciones y reservas presentan cifras mucho más impresionantes: en 1980, las exportaciones chinas alcanzaban solo un 8 % de las norteamericanas; en 2015, llegaban al 151 %. Las reservas de China en 1980 estaban en un 16 % de las estadounidenses; en 2015, en el 3.140 %. Si las tendencias actuales persisten, en 2023 la economía china será un 50 % más grande que la norteamericana. En 2040 podría ser tres veces mayor que la estadounidense. China no está dormida. Al contrario: su creciente poder económico se está transformando en poder militar. La construcción por los chinos de islas artificiales y las disputas territoriales en el sur del mar de la China entre varios Estados de la zona amenazan el equilibrio regional de poderes. Además, es difícil aislar las dinámicas geopolíticas marítimas del Pacífico, del Índico y del Ártico y las continentales de Asia central, dado el aumento de la influencia china en todas estas regiones. La pregunta que se hace Graham Allison en su último libro, Destined for War: Can America and China Escape Thucydides’s Trap? —a saber, si China y Estados Unidos están condenados a un enfrentamiento bélico por no poder escapar de la trampa de Tucídides—, es muy oportuna. Lo que el gran historiador griego definió como causa principal de la guerra del Peloponeso (431-404 a. C.) —el miedo que inculcó a Esparta, por entonces potencia dominante, el auge de Atenas, potencia emergente que amenazaba con superar a aquella— es aplicable a muchos conflictos que han tenido lugar en los últimos quinientos años, pero especialmente a las relaciones actuales entre China y Estados Unidos. La guerra entre ellos no es inevitable, pero tampoco imposible. De hecho, Estados Unidos y China han iniciado una guerra comercial. Han entrado en vigor aranceles del 25 % para 818 productos cuidadosamente seleccionados que China exporta a Estados Unidos por valor de 250.000 millones de dólares anuales (cinco veces más de lo previsto inicialmente). China, por su parte, que quiere dejar claro que no se dejará intimidar por Trump, responderá de forma equivalente, pero como en 2017 importó bienes de Estados Unidos por valor de unos 130.000 millones de dólares, podría recurrir a aranceles más altos o a otro tipo de prácticas proteccionistas (como la depreciación de su moneda o las barreras no arancelarias) para que su respuesta alcance el equivalente a los 250.000 millones de dólares anuales anunciados. Los dos países están entrando de lleno en el peligroso juego de las represalias comerciales que pueden aumentar gravemente las tensiones.
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