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Joanna Moncrieff - Hablando claro: Una introducción a los fármacos psiquiátricos

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Joanna Moncrieff Hablando claro: Una introducción a los fármacos psiquiátricos
  • Libro:
    Hablando claro: Una introducción a los fármacos psiquiátricos
  • Autor:
  • Editor:
    Herder Editorial
  • Genre:
  • Año:
    2013
  • Índice:
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Hablando claro: Una introducción a los fármacos psiquiátricos: resumen, descripción y anotación

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JOANNA MONCRIEFF

HABLANDO CLARO

UNA INTRODUCCIÓN

A LOS FÁRMACOS PSIQUIÁTRICOS

Traducción de MIKEL VALVERDE,

JOSÉ A. INCHAUSPE e INÉS MARTÍNEZ CIORDIA

Herder

Título original: A straight Talking. Introduction to Psychiatric Drugs

Traducción: Mikel Valverde, José A. Inchauspe e Inés Martínez Ciordia

Diseño de la cubierta: Stefano Vuga

Maquetación electrónica: José Luis Merino

© 2009, PCCS Books Ltd

© 2013, Herder Editorial, S.L., Barcelona

© 2013, de la presente edición, Herder Editorial, S. L.

ISBN: 978-84-254-3239-2

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los títulos del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.

Herder

http://www.herdereditorial.com

Índice
PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

Sobre el discutido papel de los fármacos

psicoactivos en los cuidados de los pacientes

con psicosis y otros trastornos psicopatológicos

Jorge L. Tizón

La naturaleza del trastorno psicopatológico ha sido motivo de controversia desde que existen la psicología y la psiquiatría. Habitualmente las diversas tendencias, tanto populares como científicas, se han centrado en discutir —a menudo pelear— sobre su etiología, sobre sus causas. En ese sentido, técnicas de marketing y psicología social aplicadas de forma masiva, con indudable éxito comercial, han llevado a la situación actual de triunfo de una perspectiva a la cual hemos tildado de biologista desde hace más de treinta años.

Pero se trata de una perspectiva que hoy está en crisis, tanto por los disparatados costes que la asistencia bajo su égida ha acarreado a la sociedad, como por el derrumbe o desenmascaramiento progresivo de sus presupuestos básicos. No obstante, esto no es óbice para que aún en muchos países «tecnológicamente avanzados» la tendencia biologista sea todavía la dominante.

Desde que en la década de 1950 Delay y Deniker hicieran públicas sus primeras reflexiones acerca de la acción de los neurolépticos, se ha propuesto que la causa de los trastornos psiquiátricos podría radicar en una anormalidad en los sistemas bio-químicos de transmisión del impulso nervioso. Un ejemplo sumamente popular, que durante años subyugó a la comunidad científica, fue la «hipótesis dopaminérgica de la esquizofrenia», la creencia en que la etiología de ese trastorno o esas experiencias y conductas son desequilibrios cerebrales en la distribución de dicho transmisor. Creencia —fe— hoy, por cierto, progresivamente abandonada, a pesar de los numerosos sacerdotes y los miles de millones de dólares que la apoyaron y difundieron.

Pero se trata tan solo de una muestra. La psiquiatría (oficialista), como especialidad médica que es, ha intentado justificar sus técnicas, su cientificidad y su posición dominante mediante la equiparación de las psicosis y, en general, de todos los trastornos mentales (e incluso el sufrimiento psicológico), con «enfermedades del cerebro» o «desequilibrios electroquímicos» del mismo. Esto produce una enorme ampliación de la perspectiva organicista de tales sufrimientos humanos: las conductas o representaciones mentales ya no son comunicaciones o señales, sino que se captan como «síntomas y signos». Y estos no se ubican dentro de una determinada estructura, patrón o encuadre comunicacional —o relacional, intersubjetivo, social o cultural—, sino que son vistos como parte de «síndromes (médicos)».

A su vez, los síndromes ya no se ven como agrupaciones de señales o síntomas o conductas que «corren juntos», según la etimología y definición del término médico, sino que se identifican con algo patológico y, por tanto, con «enfermedades». Estas supuestas enfermedades, además, ya no son tan solo desviaciones desadaptativas del desarrollo: suponen alteraciones cerebrales, bioquímicas, genéticas..., es decir, «seguras» alteraciones corporales. Y cuando, de forma reduccionista, se las califica de «alteraciones somáticas biológicamente determinadas» no se les aplica un modelo médico actual, sino uno de los más antiguos, el anatomo-infeccioso, que se apoya también en una teoría atrasada de la ciencia: el empirismo epistemológico.

Y tanto reduccionismo, ¿por qué y para qué? Pues porque al final de esa algarada, que deja por el camino jirones cada vez más amplios de la realidad, se intenta aplicar el modelo de terapia hoy predominante en la medicina a un contexto y unos trastornos no médicos. Un modelo que se halla tan abundantemente sesgado de empirismo que ha dado lugar a una perspectiva de la que hoy se quejan los consultantes, la comunidad, sus representantes, todo tipo de estudiosos, pensadores y organizadores sanitarios. Es el modelo televisivo, unidimensional, de un síntoma-una enfermedad-un fármaco. Un modelo que, a su vez, elude una perspectiva más abierta, en la que no toda señal supone un síntoma, ni todo síntoma una enfermedad, ni, por supuesto, toda enfermedad un fármaco. Ello supondría un rechazo altanero, omnipotente y maníaco del resto de las terapias, en especial de las no farmacológicas: populares, psicoterapéuticas, rehabilitadoras, reeducadoras, fisioterapéuticas, alternativas, etc.

Sin embargo, y a pesar de las controversias y las críticas fundamentadas que ha sufrido tanto desde dentro como desde fuera de la propia disciplina, esta perspectiva reduccionista de la psicopatología y la psiquiatría se ha impuesto a lo largo de las últimas décadas. Como resultado, los psicofármacos no solo constituyen la base principal del tratamiento psiquiátrico actual, sino que son recetados a millones de personas por los médicos de familia, por otros profesionales e incluso por paraprofesionales, sin tener en cuenta sus limitaciones, sus costes, su poca utilidad cuando no se administran en tratamientos integrados, sus escasas repercusiones sobre la epidemiología comunitaria, sus efectos iatrogénicos, etc.

En la colección 3P hemos intentado, desde el principio, un replanteamiento de esa cadena de reduccionismos técnicos, teóricos y epistemológicos (conducta-comunicación-síntoma-enfermedad-fármaco). Por lo general, hemos publicado o traducido obras colectivas o de autores que intentaban paliar alguno de los primeros puntos de vista enunciados: el que tiende a ver las conductas (o representaciones mentales) no como comunicaciones, sino como síntomas y síndromes. Y no solo así, sino como síntomas y síndromes médicos, nosográficos: es verdad que existen niños y adultos hiperactivos, lo cual puede suponer un síndrome social, personal, cultural o psicológico; son personas que se mueven mucho, que necesitan estímulos continuos, que, por tanto, pueden perder parcialmente sus capacidades de concentración y atención. Pero ¿por qué esa agrupación de conductas, ese síndrome, ha de ser catalogado como algo médico?

El siguiente salto es decisivo: a esos síndromes médicos se los acaba catalogando como enfermedades. De esta forma, la depresión ha terminado siendo una «enfermedad», como la «psicosis», la «fobial social», las «crisis de pánico», el tdah o, por supuesto, la esquizofrenia. Pero aún falta un reduccionismo más: el último eslabón de la cadena consiste en reducir de forma unidimensional la terapia a fármacos, algo en lo que sí ha triunfado, de momento, esa perspectiva.

Sobre los modelos de tratamiento que tienen en cuenta otras posiciones psicológicas, sociales, culturales e incluso biológicas de las psicosis, hemos publicado ya varios volúmenes, desde el primero de la colección, titulado precisamente así, Modelos de locura. Pero, gracias a las dotes como comunicadora de Joanna Moncrieff, presentamos aquí otro punto de vista ya no del tratamiento de las psicosis, sino de aquella parte más conocida (que no significa más importante) de dichos tratamientos: los psicofármacos. Aunque algunos tal vez no lo sepan, también ese componente del tratamiento integral de las psicosis está sujeto a discusión e, incluso, diatriba.

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