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Javier Pérez Andújar - Paseos con mi madre

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Javier Pérez Andújar Paseos con mi madre

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Ma chère mère, si tu possèdes vraiment le génie

maternel et si tu n’es pas encore lasse, viens à

Paris, viens me voir, et même me chercher.

BAUDELAIRE, Carta a su madre

París, 6 de mayo de 1861

Título original: Paseos con mi madre

Javier Pérez Andújar, 2011

Editor digital: Titivillus

ePub base r2.1

Este libro es un emocionante homenaje a los bloques de edificios que rodean - photo 1

Este libro es un emocionante homenaje a los bloques de edificios que rodean Barcelona, y a los que la ciudad ha dado la espalda. A través de un paisaje autobiográfico, pero intercambiable con el de todas las ciudades del mundo, el autor descubre escenas de sí mismo, e historias épicas y conmovedoras. Para ello recorre sus calles, la orilla del río Besòs y la playa al pie de la central térmica paseando con su madre. Le salen al encuentro los fantasmas de los antiguos amigos y vecinos, las colas del paro, el impacto de las primeras superficies comerciales, los conciertos en los campos de fútbol, las luchas vecinales y las huelgas obreras. Las conquistas y las derrotas de una generación que llegó a Barcelona venida de mil sitios. Memoria personal y crónica de urgencia con su hermosísima aleación de humor y poesía, este libro es también un ajuste de cuentas y una indagación en busca de una identidad que, al final, el autor va a descubrir en la voz de su madre.

Javier Pérez Andújar Paseos con mi madre ePub r11 Titivillus 05-10-2019 1 Los - photo 2

Javier Pérez Andújar

Paseos con mi madre

ePub r1.1

Titivillus 05-10-2019

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Los fantasmas

Cuando vuelvo a San Adrián del Besós paseo con mi madre siguiendo la orilla del río. Aunque hace tiempo que esta zona se llama Parque Fluvial del Besòs nos es imposible dejar de decirle el río. Igualmente, a San Adrián no vamos a llamarle de otra manera, quizá porque a ratos nos desentendemos de la historia, y viceversa. La mayor parte del año, el río Besòs tiene un cauce estrecho y de poco fondo; de niños, cuando aún no se había recuperado el cauce, lo pasábamos andando y las mierdas que el curso recogía de las cloacas nos tropezaban en las piernas. Las llamábamos submarinos. Pero también es un río con extraordinarias crecidas y, hasta que no lo canalizaron, provocó algunas inundaciones catastróficas. La más recordada es la del año sesenta y dos, que dejó cerca de ochocientos muertos a lo largo de su recorrido. El río, cuando da, pide más que cuando pide. Mi madre y yo veremos una vez cómo una ola marina lo cubrirá igual que una manta de agua metiéndose a toda pastilla corriente arriba con su sonido inconfundible de ola de playa. Es el macareo, la ola que escupe el océano por ríos y estuarios cuando se atraganta.

En nuestro paseo, nos ponemos a recordar. Mi madre viene con noticias remotas, y yo retrocedo hasta la más pura esencia de ser el hijo de la Isabel. Viene con la memoria de la infancia, habla de las cosas del pueblo, de la gente rural, de higueras con fantasmas, de amolanchines ambulantes y de vendedores de miel de caldera que iban en mulo. Algunos días parece que ande por el río más gente que nunca. Grupos de ciclistas vestidos de neopreno; los viejos a paso rápido como huyendo del médico de cabecera; el hombre con su perro y con la correa en la mano. Las camisetas serigrafiadas de los vecinos que marchan arracimados con un cartel que lleva escrito: La Mina camina. Por la otra orilla del río, la del lado de la incineradora de basura, va menos personal. En la otra margen del Besòs lo que hay es un montón de conejos, y cuando no se ven les echan la culpa a los chinos. Pero los chinos lo que están haciendo ahora es celebrar con disfraces y canciones su entrada en el año del conejo, que tiene fama de ser propicio para los negocios. A veces sale uno, quiero decir un gazapillo, brincando por el césped del río como un dado en un tablero; aunque sobre todo se sabe dónde están los conejos por sus excrementos, cagarrutas en forma de pelotitas negras. Dicen los filólogos que conejo es una palabra que viene del ibero y que luego pasó al latín. Es el mismo caso que el de muchas familias de Barcelona, que vienen de la prehistoria del campo y que luego se integraron en el ámbito del derecho romano y en la legislación de las comunidades de vecinos. Sobre la islita que los conservacionistas han propiciado en la desembocadura del río, vuelan garcetas y garzas reales. Ambas son ya población estable del delta del Besòs. También hay tortugas. Y patos que se dejan llevar por la corriente, hasta que se hartan, como todo el mundo, y alzan el vuelo. Algunos dicen que los chinos se los están comiendo igual que a los conejos. Las gaviotas siguen de plantón en el agua, en bloque, a la manera de guerreros de Xi’an , viendo venir la corriente como si vieran llegar a su madre volviendo del mercado. La mancha negra de un cormorán aletea sobre la mancha blanca de agua caliente que la depuradora devuelve al lecho del río. Una bióloga que lleva dos años observando la fauna en este sitio me explica sin apartar los ojos de los prismáticos que el otro día vio un martín pescador. Eso significa que las aguas están completamente limpias. Ahora hay charcas con ranas donde antes había charcos con ratas. Con solo cambiar una letra puede transformarse el mundo, esto es lo que saben los poetas. Ya en la desembocadura, la gente va a pescar, muchos con caña, pero otros con el sedal a pelo, y el sitio se llena de latas, restos de comida, cartones, plásticos, y así tiene el río ahora una contaminación más moderna, más de consumo, que aquella contaminación puramente industrial de los años setenta.

Los ojos azules de mi madre, su pelo ensortijado, su sonrisa tan inmediata, que estoy viendo desde el principio de mis días, su ropa de luto ahora, como si ella también hubiera tenido que irse lejos. Pasa el tren y el puente de hierro tiembla sobre nuestras cabezas y deja un olor a vía caliente. Buscamos los caminos donde la hierba anda menos empapada de rocío, y aun así los zapatos se nos salpican de tierra, de barro, igual que a caminantes machadianos.

Todo el paisaje de San Adrián se va trasvenando de fantasmas, de aparecidos vagabundos, de gente que ha vuelto de golpe cuando nadie se acordaba de ellos. Espectros exhaustos tras años de peregrinaje. Algunos llevan al hombro un bolso con sus ropas, y se deslizan bajo las columnas de la autopista como una culebra entre las patas de un elefante.

Casi veinte años viviendo en esos pisos viejos de Barcelona, de suelos de mosaico y tuberías de hierro, y sabiendo que ni uno de los pasos que he dado por sus aceras va a hacerme de esta ciudad, y así cada semana regreso a la periferia, al río, a los bloques, a la autopista, a las vías, cada vez en busca de una dosis de mí mismo. Pero nunca me encontraré tan lejos de mi historia como cuando llego a San Adrián, porque aquí ya no hay nada de lo que persigo. Son fantasmas lo que salgo a cazar, y a algunos voy a encontrármelos.

¡No veas cómo me acuerdo de ti, cha!, me dirá uno, el Miguelito, con la voz rota por el heavy metal y la metadona. ¡No veas cómo me acuerdo de ti, cha!, vuelve a exclamar, y lo repetirá todo el rato; porque ya no hay nada detrás de ese recuerdo y porque yo tampoco existo y me he convertido también en recuerdo. Nos sonreímos para no tener que hablar. Él es un fantasma, y yo onirismo. No veas cómo me acuerdo de ti, cha, insiste queriendo acordarse de algo o de todo. Luego sacará del bolsillo una cartera partida por la mitad y un trozo se le caerá al suelo, y va a agacharse torpemente para recogerlo y sus brazos son una encrucijada de ríos azules. Lo que quería enseñarme era un pase de Servicios Sociales para los transportes públicos. Mira, cha, he venido en metro. Uno siempre enseña lo mejor que tiene. Él es un fantasma que va a preguntarme por toda mi familia. No veas cómo me acuerdo de ti, cha. Y luego cambiará de expresión, como arrepintiéndose de haber hablado, y continuará: ¿Sabes qué pasa, tío?, que no me gusta recordar, que cada vez que recuerdo me pongo a llorar. Y entonces voy a dejar al Miguelito solo bajo la autopista con la bolsa de la ropa en el suelo como si estuviese esperando su tren.

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