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Franz Hessel - Paseos por Berlín

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Franz Hessel Paseos por Berlín
  • Libro:
    Paseos por Berlín
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1929
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Paseos por Berlín: resumen, descripción y anotación

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Acerca de la vitalidad

Acerca de la vitalidad

Esta juventud también aprende a disfrutar, lo cual no es en general sencillo para el alemán. El berlinés de ayer cayó siempre en el peligro del adocenamiento, de la cantidad, de lo colosal. Sus cafés son casas de huéspedes de pretenciosa distinción. En ningún lugar se ven los agradables y sencillos sofás de cuero, los rincones tranquilos que adora el parisiense y el vienés. En lugar de decir «camarero», se le llama por el estúpido título de «Herr Ober», el simple café de grano molido es denominado mokka double, cincuenta camareras de night-club son más que diez. Una y otra vez se inauguran grandes cafés con capacidad para cerca de mil visitantes. En el parterre hay una pequeña orquesta húngara, en el segundo piso dos orquestas tocan música de baile. Atracciones de primera fila se ocupan en las pausas del baile de la distracción del público. Aparecen unas singulares declamadoras. Las atracciones internacionales prometen anuncios y mensajes, comercio mundano, etc. Es cierto que se recibe algo por el dinero. «Con entrada libre y una consumición de tres marcos se disfruta ininterrumpidamente desde las ocho y media hasta las doce y media del mejor cabaret de Alemania. Hay un servicio de comidas vespertino en el que pueden tomarse tantos pasteles como quieran por el precio de cincuenta marcos».

¡El negocio, el negocio! Incluso los buenos viejos quieren siempre participar.

Hay que pasar un segundo día de vacaciones (de esos en los que todos salen porque también el servicio libra) en una casa de comidas monstruo. Allí el padre puede «hacer una locura». Y una locura puede ser barata. Están los famosos hors d’oeuvre , platos combinados en los que hay de todo, langosta, caviar y corazón de alcachofa y todo siempre para dos personas. Raciones dobles como el gigantesco entrecot acompañado de una abundante guarnición de verduras. Hay maravillosas mezclas para los postres. Allí no falta nada. El hijo, ligeramente aburrido y sentado junto a la madre, que va ligera de ropa, ya sabe naturalmente que es más fino pedir por separado, y quizás encuentre la oportunidad de imponerle al viejo su elección especial. Se comporta con el camarero con más confianza que el padre. Preferiría sentarse allá junto a aquellas jóvenes damas solitarias. Deben ser mecanógrafas, que a pesar de los hombres, salen solas hoy. Piden con mucho gusto: guisos de verdura franceses, chicorée y laitu braisé, esto acompañado de cócteles y posteriormente agua mineral de Meringuen. Él las mira y aprende. El pelo de su nuca está rapado a la americana y no tienen ningún michelín como papá…

Los monstruosos conciertos dobles y gigantescos que la ciudad organiza para el paladar, el ojo, el oído y el pie danzante ya no pueden atraer a la nueva juventud, a nuestras jóvenes berlinesas. En lo que toca a comer, beber y fumar, ellas tienen nuevos métodos, encantadoras abstinencias, ascetismos higiénicos, principios deportivos. Se conducen con seguridad tanto por el tumulto de la calle como por las diversiones, encuentran el par de caminos de baile en la espesura de las aglomeraciones humanas, saben en qué hotel o local se puede también bailar por la tarde y celebran su fiestas de cóctel donde se puede bailar en sociedad cerrada. Es admirable cómo se sobreponen al carnaval berlinés. Para ellas no termina nada con la noche de carnaval y el miércoles de ceniza sino que todo continúa ininterrumpidamente a lo largo de la semana. Y hay noches con tres o más fiestas conocidas, una en las salas del Zoo, otra en Kroll, otra en la Academia de Charlottenburg, otra en la Filarmónica, y a todo ello se añade otra en aquel estudio tal vez más íntima y especialmente atractiva. Ellas saben elegir, saben donde toca la mejor banda, saben establecer una hábil sucesión de actos para hacer muchas cosas. Sobre todo les importa bailar bien. La adecuada pareja de baile es una importante personalidad y no debe confundirse con aquella que se ama. Su tarea es totalmente diferente. Esto me lo han enseñado mis jóvenes amigas mientras se arreglaban para tal o cual fiesta. Esta preparación, este Débarquement pour Cythère es un momento significativo y para nosotros espectadores a veces más instructivo que la fiesta misma. Hay que ver sus serios gestos ante el espejo, mientras que se broncean los brazos y los hombros, se «hacen» la cara, se prueban turbantes y capas de plumas. No se apresuran, quieren darle cuidadosamente a la obra de una tarde un último toque como un artista que quiere hacer algo duradero. Inventan maravillosas figuras ambiguas entre el traje de máscaras y el vestido de alta sociedad, desnudeces inocentes, atractivas coberturas y exageraciones grotescas tras las que pueden muy bien esconderse. Allí pueden disfrutarse de su presencia con toda tranquilidad, lo cual es difícil en cualquier otro lugar. Y es que en general viven el tempo de su Berlín que dejan al nuestro sin resuello. Es sorprendente cuántos locales pueden visitar y con cuántas personas pueden tratar en una noche sin cansarse. «Ahora queremos ir a tomar el aperitivo», dicen de pronto, cuando la hora del té se ha hecho un poco aburrida. «¿El aperitivo? Yo creía que esto no lo había aquí». «Usted vuelve a minusvalorar la laboriosidad de nuestra ciudad», he de escuchar. Y al menor descuido estoy sentado junto a la más rápida de ellas en el automóvil. Recorre la Budapester Strasse pasando por las salas acristaladas donde se exponen los automóviles más aerodinámicos, nacionales y de importación, y para junto a los saurios que están tallados en los muros del acuario. Cruzamos la luna de cristal de la entrada del hotel, la plataforma luminosa con la paradisíaca inscripción. En la sala, Maria (así permite que la llamen sus amigos, a pesar de los ridículos Marys, Miez y Mias de sus parientes) intercambia un par de palabras con el joven poeta que en breve irrumpirá en el cine y se interesa por el estado de su amigo común, el boxeador que lleva tanto tiempo de baja. El joven que se apresura a acercarse a ambos y rápidamente le ha dicho algo a ella es la última promesa del cabaré. María abrevia y sigue su camino. En el vestíbulo del bar, por así decirlo en la exedra, están sentados en los sofás junto a la pared grupos de hombres en conversación, y, si estuviera más informado, reconocería a ciertos políticos y agentes de bolsa. Entramos en la agradable sala inferior con su techo de travesaños rojos. Con mucho gusto nos hubiéramos tomado asiento en los altos taburetes, pero todos están ocupados. Por eso tengo que enterarme desde nuestra mesa, por medio de María, de quién es ese que habla inglés con su bonita camisa color arena en la mesa cercana y quién su acompañante de las patillas. A María la saludan desde la mesa de los jóvenes agregados de embajada. Y la dulce criatura a la que al rozarnos ha besado rápidamente es el nuevo milagro de las revistas que he visto en las fotos de las magazines. Junto a nosotros están sentadas dos chicas demasiado inmaduras. María cree habar visto a la de la derecha en Saint Moritz. «¿Por qué arruga la de la izquierda por segunda vez la nariz?». «Esto se hace ahora mucho. Ella (menciona un nombre de actriz) lo hace en el escenario. Es algo que se ha impuesto».

Alrededor de las mesas se cuchichea como en los mejores sitios de Europa. De hecho en el nuevo Berlín no se habla tan fuerte como en el pasado. Aquí se está como en una recepción. Pero María no aguanta más de un cuarto de hora. Tiene una cita en el Grill Neva con unos amigos que quieren ir a la Comedia. Me confía a uno de sus amigos que debe llevarme a Horcher. Allí quiere encontramos dentro de una hora. «Allí podéis comer sólida y tranquilamente como los hombres y beber Borgoña. Llegaré a tiempo para el postre».

El lenguado por el que Gert, mi compañero de mesa, se ha decidido y me ha recomendado, después de una consulta al hijo de la casa, es preparado ante nuestros ojos según el buen modo parisiense. Y cuando tomamos la Nuit Saint-Georges escucho el relato de Gert sobre la alta sociedad berlinesa. Gert es a pesar de su corta edad un hombre considerado en los círculos de banqueros y diplomáticos. La alta sociedad berlinesa es un concepto difícil de comprender y de delimitar. Las antiguas separaciones de estamentos va desapareciendo cada vez más. Puede haber todavía alguna nobleza descontenta en Potsdam y en palacios del campo que añoran los esplendores de la exclusivista sociedad cortesana, pero precisamente los más distinguidos son los que buscan entrar en contacto con la nueva época. Las casas hospitalarias reúnen al arte y a la alta burguesía y en la mesa de los grandes dueños de bancos se encuentran los diputados socialistas con los príncipes de la anterior casa regente. Los grandes clubes deportivos han creado una nueva mentalidad en la que se excluye el taconear marcando el paso propio de los tenientes de guardia y el rigor de las asociaciones de estudiantes. El ambicioso berlinés entra con bríos de juventud en la nueva sociedad, y los ministros y los secretarios deben hacer más comidas de trabajo para que la política sea más llevadera. Pasamos a hablar de las mujeres, y Gert me cuenta una comida en la que estaba sentado entre dos de ellas, la de la derecha quería charlar con cuidado y corrección, mientras que la de la izquierda buscaba darle a toda frase un segundo sentido o proponía temas que hubieran hecho desmayarse de vergüenza a nuestras madres. Entonces aparece María y se acerca a nosotros como la reina de un nuevo estado amazónico para el que la antigua sociedad no existe ya. No continúa nuestros discursos teóricos nos quiere recoger a tiempo para ir a ver una importante película rusa.

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