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Andujar Carolina - Pie De Bruja

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Andujar Carolina Pie De Bruja

Pie De Bruja: resumen, descripción y anotación

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Hay niñas que son esencialmente buenas. Otras son esencialmente malas.Y otras bueno, otras son esencialmente brujas. No puedes cambiar quieneres. La magia, la superstició y la intriga se entrelazan en estahistoria en la que el mal se oculta tras el manto de la luz y el amor verdadero surge de la oscuridad. No podrás escapar del hechizo de Pie deBruja

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Pie De Bruja — leer online gratis el libro completo

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A ti Quien coja al diablo téngalo bien sujeto pues no le será tan fácil - photo 1

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A ti

“Quien coja al diablo, téngalo bien sujeto; pues no
le será tan fácil atraparlo por segunda vez”.
Fausto (J.W. Goethe)

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D icen que cuando él nació el espíritu maligno se regocijó Su madre lo había - photo 6

"D icen que cuando él nació, el espíritu maligno se regocijó. Su madre lo había entregado desde el vientre y era bello como el amanecer. Nadie se explicaba cómo la bruja, huraña y mezquina, había dado a luz a una criatura tan hermosa como el pequeño Slaven: aun si había sido guapa en su juventud, tenía una joroba monumental cuando su único hijo fue concebido.

”Los aldeanos insistían en que lo alimentaba con sopa de reptiles y sospechaban que el padre era el mismo Crnobog, dios de la desgracia, quien había imbuido al niño de belleza y esplendor para confundir a quienes lo contemplaban y así, aprovechando la debilidad de las gentes por todo lo que es agradable a la vista, llevarlos a la perdición. También decían que la madre, en su infinita crueldad, había mutilado el tercer dedo del pie izquierdo de Slaven durante un bautizo infernal, marcándolo así como siervo de Chort, el demonio de cuernos y pezuñas, cuando apenas había estado tres días en el mundo. Tal era el único defecto visible de Slaven y la razón de su sobrenombre: todos lo llamaban Pie de Bruja.

’’Ningún adulto osaba ver a Slaven a los ojos, pues era bien sabido que Chort vigilaba el poblado a través de su servidor para sembrar tentaciones homicidas y carnales en el corazón de quien fuera tan insensato como para cruzarse en su camino. Los niños, por su parte, sabían que estaba prohibido hablar con Pie de Bruja y que, si este buscaba la forma de acercarse a ellos, debían lanzarle rocas.

”Una tarde de primavera en que Slaven intentaba hechizar a los hijos del leñador con el fin de que se extraviaran y murieran de hambre, los muchachos se hicieron con una antorcha y lo persiguieron hasta la ladera para retornarlo a Chort envuelto en llamas.

”Los viejos cuentan que, tras ahuyentar con un jarro lleno de orines a los niños que pretendían incinerar a su hijo, la bruja huyó de la aldea. Subió la escarpada cuesta de la colina con un fardo lleno de frascos y Slaven cojeando a sus espaldas. Según el hermano del posadero, quien lo vio todo, el chico no bien había extinguido las llamas que trepaban por su pierna con una simple fórmula mágica cuando volvió el rostro tiznado y bañado en lágrimas hacia el valle para maldecir el caserío. Todos comprobaron entonces que Slaven era incapaz de sentir dolor físico y que en su corazón solo había reinado el más negro odio para con ellos desde el momento de su alumbramiento. El muchacho había incluso mencionado a su padre Crnobog entre sus imprecaciones, desafiándolo ante los hombres y jurando vengarse de los habitantes del poblado. Desde entonces, los aldeanos no han vuelto a ver a la bruja ni a su hijo, pero aguardan con terror el retorno del muchacho cuyo pie izquierdo es recuerdo permanente de su ofrecimiento al demonio.

”Una mandrágora brotó en el lugar donde las lágrimas de Pie de Bruja cayeron hace ya varios años y nadie se atreve a transgredir el límite que marca el lugar de la maldición. A partir de la primavera siguiente, los aldeanos se negaron a talar el bosque de ese lado de la colina, la cual quedó oculta tras el denso follaje de los árboles. Sin embargo, en las noches de luna llena, las carcajadas de la bruja llegan hasta ellos envueltas en el murmullo del viento, y algunos afirman haber visto un par de ojos iguales a los de Slaven brillar entre la enramada”.

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M e regodeaba recordar la historia que Branka nuestra amada nana nos había - photo 8

M e regodeaba recordar la historia que Branka, nuestra amada nana, nos había relatado cuando aún éramos niños. Ella había venido de un lugar llamado Voivodina y no cesaba de hablar de los seres fantásticos que en aquellas tierras coexistían con los lugareños. Además de brujas, había un sinfín de dioses, demonios, espíritus y criaturas mágicas que influían el devenir de los campesinos, sus cosechas y hasta en su vida amorosa. En aquel entonces yo vivía en Viena con mi primo Marcus, quien era mi mejor amigo y mentor, y con tía Greta, hermana de mi padre, quien había enviudado muy joven y se había visto en la penosa dificultad de criarnos sola a Marcus y a mí. Puesto que mi madre había muerto al darme a luz y mi padre la había seguido poco después, Branka había llegado a nuestras vidas como una bendición y solo había retornado a Voivodina cuando el clima político de la misma se había calmado lo suficiente para permitirle reunirse de nuevo con su propia familia. Sin embargo, esto no le había impedido constituirse en una segunda madre para nosotros durante la infancia y parte de la adolescencia, y todas las leyendas de su pueblo habían quedado grabadas en mi memoria como si fuesen reales a pesar de la educación científica que había recibido por parte de Marcus para cumplir la voluntad de mi padre.

Cabe decir que, aunque las ciencias llegaron a despertar mi pasión, y aunque en Viena no había quién me recordara aquel mundo mágico e intangible de la tradición eslava tras la partida de Branka, la noche en que escuché la historia de Pie de Bruja fue decisiva pues, si mi carácter era impetuoso por naturaleza, la idea de intimidar a otros para salirme con la mía se convirtió en mi gran fascinación, en especial en lo concerniente a Wilhelma Wills.

Wilhelma era la niña más bonita y refinada que conocíamos. Solía decir que las pecas que cubrían mis mejillas eran salpicaduras de tierra que no salían porque yo no me frotaba bien en la bañera, y yo la había convencido a mi vez de que las diminutas manchas marrones eran un mal supremamente contagioso, el inevitable resultado de jugar con ranas durante el verano. En consecuencia, Wilhelma jamás me besaba las mejillas como a las otras chicas, lo cual avergonzaba terriblemente a sus padres y me proveía una excusa para no tomar el té con ella y sus muñecas de porcelana.

Los Wills vivían en una casa amplia y elegante que visitábamos con frecuencia. Mi padre, biólogo de renombre, había entablado en vida amistad con el señor Wills, quien no solo era su más ferviente admirador sino también un apreciado mecenas de las ciencias naturales en la comunidad. Naturalmente, los Wills se habían esmerado en solazar a tía Greta tras la muerte de mi padre e incluso habían solventado la costosa educación de Marcus. Con el paso del tiempo, el vínculo entre ambas familias se había estrechado y losWills habían empezado a ver en Marcus un esposo idóneo paraWilhelma desde que él era apenas un adolescente. Así pues, para mi desgracia, si bien tía Greta no me obligaba a peinarme y me dejaba andar con las faldas descosidas por la calle, todos los viernes me arrastraba a casa de los Wills, quizá en parte porque juzgaba conveniente que me relacionara con una chica de buenas costumbres como Wilhelma, pero especialmente por cortesía con sus padres.

Ocurrió que en una ocasión en la que fuimos a cenar a su casa, los adultos nos enviaron a la planta superior para conversar tranquilamente en el salón. Aunque habría preferido quedarme con ellos para escucharlos hablar de los viajes que el señor Wills había emprendido en compañía de mi padre, subí a regañadientes los peldaños que llevaban a la habitación deWilhelma con Marcus pisándome los talones. En cuanto la aya cerró la puerta tras de nosotros, deshice el bonito peinado que tía Greta había elaborado sobre mi coronilla y me quité los zapatos. Tenía ocho años y pasaba gran parte del día recogiendo muestras de plantas silvestres para mi herbario a la orilla del Danubio con Marcus, por lo cual la idea de usar un vestido de tul me resultaba insoportable. Resoplando, tomé el único libro que había en el estante de Wilhelma y me dispuse a leerlo por centésima vez. Acto seguido, me dirigí al rincón más apartado de la estancia ante la mirada de desaprobación de la aya, quien acicalaba a nuestra joven anfitriona frente al tocador. Marcus, entre tanto, había tropezado con la mecedora y, tambaleándose, se había sentado tímidamente sobre el lecho para analizar sus propias huellas dactilares con una lupa de bolsillo, lo cual solía hacer cuando estaba incómodo o aburrido.

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