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Eric R. Kandel - En busca de la memoria

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Eric R. Kandel En busca de la memoria
  • Libro:
    En busca de la memoria
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2006
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En busca de la memoria: resumen, descripción y anotación

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Infancia en Viena

En la época en que nací, Viena era el centro cultural más importante del mundo de habla alemana, título al cual sólo podía aspirar también Berlín, capital de la República de Weimar. Viena era una ciudad famosa en las artes y en la música, donde habían nacido también la medicina científica, el psicoanálisis y la filosofía moderna. Además, su gran tradición académica constituía un fundamento sólido para la experimentación en literatura, ciencia, música, arquitectura, filosofía y arte, de la que surgieron muchas ideas modernas. Vivían allí pensadores muy diversos, entre ellos Sigmund Freud, fundador del psicoanálisis, escritores notables como Robert Musil y Elias Canetti, y algunos fundadores de la filosofía moderna, como Ludwig Wittgenstein y Karl Popper.

Esa cultura vienesa tan extraordinaria por su vigor había sido creada y nutrida en gran parte por judíos. Mi vida ha quedado profundamente marcada por el colapso de la cultura vienesa en 1938, tanto por los acontecimientos que me sucedieron ese año como por lo que después supe acerca de la ciudad y de su historia. Comprender todo eso me ha hecho apreciar más plenamente la grandeza de Viena y ha agudizado mi sensación de pérdida ante su ocaso. Y esa sensación se exacerba porque allí nací y allí viví.

Mis padres se conocieron en Viena y se casaron en 1923 (figura 2.1). Poco después, abrieron una juguetería en el distrito 18 de la ciudad, sobre la calle Kutschkergasse (figura 2.2), zona muy concurrida en la que también había un mercado de productos alimenticios, Kutschker Market. Mi hermano Ludwig nació en 1924 y yo cinco años después (figura 2.3). Vivíamos en un departamento pequeño de Severingasse, en el noveno distrito de la ciudad, barrio de clase media próximo a la Facultad de Medicina y no muy lejos de Berggasse 19, donde vivía Sigmund Freud. Como mis dos padres atendían la juguetería, tuvimos una serie de empleadas que vivían en la casa y se encargaban de las tareas.

Figura 21 Mis padres Charlotte y Hermann Kandel en la época de su - photo 1

Figura 2.1. Mis padres, Charlotte y Hermann Kandel, en la época de su casamiento, en 1923 (Colección privada de Eric Kandel).

Fui a una escuela ubicada en una calle con un nombre apropiado para ella: Schulgasse (Calle de la Escuela), que quedaba a mitad de camino entre el departamento y la juguetería. Como la mayor parte de las escuelas elementales, o Volkschulen, de Viena, tenía un programa tradicional, riguroso en el aspecto académico. Yo seguí los pasos de mi hermano mayor, un chico de dotes excepcionales que tuvo los mismos maestros que yo. Durante toda mi niñez en Viena sentí que Ludwig tenía aptitudes intelectuales que yo no podría igualar. Cuando empecé a leer y escribir, él ya tenía cierto dominio del griego, tocaba el piano y construía aparatos de radio.

Figura 22 El negocio de mis padres en Kutschkergasse donde vendían juguetes - photo 2

Figura 2.2. El negocio de mis padres en Kutschkergasse, donde vendían juguetes y valijas. En la foto, mi madre conmigo o, quizá, con mi hermano (Colección privada de Eric Kandel).

Terminó de construir su primera radio de onda corta unos días antes de la entrada triunfal de Hitler a Viena en marzo de 1938. En la velada del 13 de marzo, provistos de auriculares, escuchamos los dos al locutor que describía la irrupción de las tropas alemanas en territorio austríaco, que se había producido en la mañana del día 12. Hitler se movilizó por la tarde, cruzando la frontera por su aldea natal, Braunau am Inn, y se trasladó luego a Linz. De los 120 000 habitantes de esa ciudad, salieron a recibirlo casi 100 000, vociferando «Heil Hitler» al unísono. Como cortina de fondo de la transmisión, se oía el «Horst Wessel», hipnótica marcha nazi que a mí mismo me subyugaba. Durante la tarde del día 14 de marzo, la comitiva de Hitler llegó a Viena y fue recibida en la plaza central de la ciudad, Heldenplatz, por una multitud enfervorizada de 200 000 personas que lo aclamó como el héroe que había unificado a los pueblos de lengua alemana (figura 2.4). Para mi hermano y para mí, ese apoyo abrumador al hombre que había destruido a la comunidad judía de Viena fue algo terrorífico.

Figura 23 Mi hermano y yo en 1933 Yo tenía entonces 3 años y Ludwig 8 - photo 3

Figura 2.3. Mi hermano y yo en 1933. Yo tenía entonces 3 años, y Ludwig, 8 (Colección privada de Eric Kandel).

Hitler había supuesto que los austríacos habrían de oponerse a la anexión y exigirían la instauración de un protectorado alemán relativamente independiente. La extraordinaria bienvenida que recibió, incluso por parte de quienes se oponían a su política cuarenta y ocho horas antes, lo convenció de que Austria estaba dispuesta a consentir la anexión, mejor dicho, que estaba pronta a aceptarla con los brazos abiertos. Parecía que todos —desde los más humildes tenderos hasta los miembros más insignes de la academia— habían abrazado las ideas del Hitler. El influyente cardenal Theodor Innitzer, arzobispo de Viena y otrora defensor de la comunidad judía, ordenó que todas las iglesias católicas de la ciudad izaran la bandera nazi y echaran las campanas a vuelo para celebrar la llegada de Hitler. Fue a saludarlo personalmente, proclamó su lealtad al régimen y la de todos los católicos austríacos, que constituían la mayor parte de la población. Declaró que los católicos de Austria serían «los hijos más leales del Tercer Reich, a cuyos brazos retornaron en este día memorable». Su única exigencia fue que se respetaran las libertades de la Iglesia y se garantizara el papel que ella desempeñaba en la educación de los jóvenes.

Figura 24 Hitler entra en Viena en marzo de 1938 La multitud lo recibe con - photo 4

Figura 2.4. Hitler entra en Viena en marzo de 1938. La multitud lo recibe con enorme entusiasmo: grupos de niñas enarbolan banderas nazis con la cruz esvástica (arriba). Hitler habla al público de Viena en la Heldenplatz (abajo). Para escucharlo, se concentró allí la muchedumbre más grande de la historia de la ciudad: 200 000 personas (Cortesía del Dokumentationsarchiv des Ãsterreichischer Widerstands y los archivos del Hoover Institute).

Esa noche y los días posteriores fueron un verdadero infierno. Azuzado por los nazis de Austria, el populacho vienés se entregó a un frenesí nacionalista: al grito de «¡Abajo los judíos! ¡Heil Hitler! y ¡Mueran los judíos!», apalearon a los judíos y destruyeron sus propiedades. Los humillaron obligándolos a limpiar las calles de rodillas para eliminar todo vestigio de propaganda contra la anexión (figura 2.5). Mi padre, por ejemplo, fue obligado a borrar con un cepillo de dientes el último vestigio de independencia austríaca: la palabra «Sí», pintada por los patriotas vieneses para apoyar el voto positivo por la libertad del país y oponerse a la anexión. A otros judíos se los obligó a llevar tarros de pintura y señalar las tiendas cuyos propietarios eran judíos con una estrella de David o con la palabra Jude (judío). Pese a que ya estaban acostumbrados a las tácticas nazis de Alemania, los comentaristas extranjeros quedaron estupefactos ante la brutalidad de los austríacos. En Vienna and its Jews, George Berkley cita estas palabras de un miembro de las tropas de asalto: «los vieneses se las arreglaron para hacer de la noche a la mañana lo que los alemanes no han conseguido hacer […] hasta el día de hoy. En Austria no es necesario organizar un boicot a los judíos: la gente misma ya lo ha iniciado».

Figura 25 Judíos obligados a fregar las calles de Viena para borrar las - photo 5
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