Eric D. Weitz - La Alemania de Weimar
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- Libro:La Alemania de Weimar
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2009
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La Alemania de Weimar: resumen, descripción y anotación
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C OMO la preparación de este libro ha sido larga y laboriosa, he contraído infinidad de deudas con muchas personas. La cátedra Arsham and Charlotte Ohanessian, del College of Liberal Arts de la Universidad de Minnesota puso a mi disposición una generosa dotación económica para investigar y escribirlo. El Departamento de Historia de Minnesota me ofreció un ambiente estimulante y animoso mientras realizaba mi trabajo. A lo largo de los últimos ocho años, he tenido ocasión de aprender mucho de mis colegas en esa institución, tanto de aquellos cuyos intereses son coincidentes con los míos como de quienes se dedican a tareas muy apartadas de mi especialidad. Tuve la inmensa suerte de contar con tres excelentes ayudantes de investigación, licenciados de Minnesota: Daniele Mueller, Eric Roubinek y Edward Snyder. Elizabeth Jones, Mary Jo Maynes y Jack Zipes tuvieron la amabilidad de leer todo el manuscrito; Gary Cohen y Anna Clark hicieron lo propio con algunos capítulos. Sus comentarios me resultaron de gran utilidad: a todos ellos quiero agradecerles el esfuerzo que realizaron. Gerhard Weiss me ayudó con algunas traducciones de especial dificultad. Las críticas fundamentadas y pertinentes de tres anónimos editores de Princeton University Press fueron de gran ayuda a la hora de redactar la versión definitiva. Carol, Lev y Ben siempre han estado a mi lado, aun cuando yo desapareciera camino de Berlín, o permaneciese encerrado en mi despacho. La intuición de Carol me resultó muy útil a la hora de seleccionar las ilustraciones.
El profesor y doctor Erwin Könnemann fue una inagotable fuente de información y de recomendaciones bibliográficas. Cada vez que iba verles, a él y a su familia, en Blankenburg o Halle, regresaba con un montón de libros y de nuevas ideas. Al lado de Martin Geyer y Thomas Lindenberger, tuve ocasión de aprender mucho sobre Weimar y sobre materias relacionadas con esa época. Los años en que compartimos tareas docentes en el Trans-Atlantic Summer Institute in German Studies, patrocinado por el Center for German and European Studies de la Universidad de Minnesota, el Zentrum für Zeithistorische. Forschung de Potsdam y la Ludwig-Maximilians Universitát de Múnich, fueron realmente estimulantes.
Ha sido para mí un enorme placer tener la oportunidad de trabajar de nuevo con Princeton University Press. Tanto Lauren Lepow, a cargo de la edición, como todo el personal de producción, han sido imaginativos y eficientes. Deseo dejar constancia de mi especial agradecimiento a la editora de Historia, Brigitta van Rheinberg. La idea de este libro surgió como consecuencia de un intercambio de correos electrónicos y conversaciones telefónicas que mantuve con ella hace algunos años. A lo largo de todo este tiempo, hemos discutido y debatido mucho sobre la Alemania de Weimar. Brigitta se tomó la molestia de leer mi manuscrito, incluso más de una vez. Siempre conté con su apoyo como editora, aparte de ser mi lectora más crítica. Todo lo que de bueno contenga este libro se debe en gran parte a su magnífica preparación y a sus puntualizaciones, siempre pertinentes. Los errores que puedan señalarse son, por supuesto, sólo responsabilidad mía.
A UNQUE han pasado unas cuantas décadas desde su desaparición, aún es posible percibir el fulgor de la época de Weimar. Como en una tragedia griega, seguimos las vicisitudes históricas que atravesó, sus infaustos comienzos, su azarosa existencia y el aciago desastre que acompaña al momento en que cae el telón. Igual que uno de sus dramas, Weimar nos lleva a reflexionar sobre el sentido del devenir del género humano: la lucha por alcanzar algo nuevo y maravilloso, frente al mal absoluto; la ineptitud y la temeridad de quienes, aun cargados de buenas intenciones, deberían haber sido más precavidos.
En la arena política, pocos son los héroes o heroínas de Weimar y, desde luego, ninguno que merezca el calificativo de inocente —no hay lugar para los hijos de Medea en este drama—, por más que prácticamente todos, desde los militares hasta los comunistas, adujesen que estaban siendo pisoteados. Pero Weimar contó con hombres audaces y brillantes, que alumbraron nuevas formas de expresión artística, que trabajaron con denuedo por una sociedad más humana, y que reflexionaron por extenso sobre el significado de la modernidad. Hombres capaces de diseñar planes de vivienda que mitigaron las míseras condiciones de vida de muchos alemanes. Hombres que, convencidos de que todo ser humano tiene derecho a una vida sexual gratificante, no sólo escribieron y pronunciaron conferencias sobre la sexualidad, sino que abrieron las puertas de sus consultorios. Hombres que redujeron la inicua jornada laboral vigente en el sector industrial antes de la guerra. Hombres que, con fascinante originalidad, compusieron música, escribieron novelas y tratados filosóficos, tomaron fotografías y realizaron fotomontajes, que renovaron el mundo de la escena sin dejar de preguntarse por el significado de la época moderna. Hombres que crearon pasajes de belleza inigualable, que aún podemos disfrutar cuando nos detenemos en un párrafo escrito por Thomas Mann, o contemplamos la Torre Einstein, de Erich Mendelsohn, un precioso día de verano.
Estos son los verdaderos grandes logros de Weimar. A lo largo del siglo XX, pocos son los lugares y momentos de consecuencias intelectuales y culturales tan sobresalientes y duraderas que soporten la comparación con el Berlín de 1920, o sus avanzadillas de Dessau, Múnich, incluso Friburgo, Heidelberg o Marburgo. Ser y tiempo, de Heidegger, fue el texto que más influyó en el existencialismo posterior a la Segunda Guerra Mundial, así como en el posmodernismo de finales del siglo pasado. La arquitectura de Weimar, espléndida en su originalidad, desempeñó un papel fundamental en el desarrollo del estilo modernista que se impuso en todo el mundo a partir de 1945. Tras un prolongado y estéril periplo, plasmado en bloques de pisos cada vez más altos, urbanistas y arquitectos han reparado de nuevo en las excelsas creaciones de Bruno Taut en la década de 1920, quien supo demostrar que también se pueden edificar viviendas a escala humana. Todavía representa algo para nosotros el elegante compromiso contraído por Thomas Mann con los fantasmagóricos conceptos y valores del siglo XIX. Los directores escénicos de vanguardia vuelven la vista, una y otra vez, a Bertolt Brecht y su idea de teatro épico.
Weimar no sólo representó un acicate para algunos portentos excepcionalmente geniales, sino que alumbró toda una generación de artistas e intelectuales, tan inquietos como inquisitivos. No hay una única razón de que en aquel momento, en aquel país, se produjera tal eclosión de creatividad. En parte, la respuesta reside, no obstante, en la impresión de descalabro sin paliativos que para el viejo orden establecido supusieron la Primera Guerra Mundial y la revolución posterior, que se llevó gran parte de los desechos, lo que permitió que, al menos durante un tiempo, se contemplase un futuro abierto y desbordante, no sólo en Alemania sino en todo el continente. Las grandes figuras de Weimar surgieron en un contexto europeo de cataclismos y revoluciones, en contacto permanente con sus homónimos artísticos o intelectuales de otros países.
Tal sensación de posibilidades ilimitadas ni podía prolongarse ni habría de ser duradera. No tardaron en imponerse las realidades políticas y económicas. Pero hubo un tiempo, no obstante, en que pareció posible crear algo radicalmente nuevo, y ese sentimiento bastó para despertar la creatividad de personas de la talla de Hannah Höch, Bruno Taut, Erich Mendelsohn, László Moholy-Nagy, y tantas otras. Su trabajo se iría atemperando con el paso de los años, pero eso no significa que aquellos artistas viviesen dos vidas distintas ni atravesasen dos periodos diferentes. Siguieron adelante, sin renunciar a la creatividad e imaginación con que habían irrumpido en el mundo del arte. Es posible que sus mejores obras viesen la luz cuando descubrieron cómo atemperar el ardor de sus ilusiones revolucionarias, pero nada se habría atemperado si no se hubiese producido aquel deslumbramiento inicial: sin el expresionismo no podríamos hablar de Nueva Objetividad.
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