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Isaac Asimov - «X» representa lo desconocido

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Isaac Asimov «X» representa lo desconocido
  • Libro:
    «X» representa lo desconocido
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1985
  • Índice:
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«X» representa lo desconocido: resumen, descripción y anotación

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Luz

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INTRODUCCIÓN

Cuando me hallaba aún en mi primera adolescencia y estudiaba en la escuela secundaria, el farmacéutico local (al recordarle ahora, comprendo que no era muy inteligente) se empeñó en demostrarme, mediante una prueba muy sencilla, la presencia de un poder divino.

Me comentó:

—Los científicos no pueden siquiera sintetizar la sacarosa, algo que casi todas las plantas pueden hacer.

Esto me sorprendió.

—¿Y qué? —dije—. Hay millones de cosas que los científicos ignoran y no pueden hacer. ¿Qué tiene que ver eso?

Sin embargo, el farmacéutico me apabulló e insistió en que la incapacidad de sintetizar la sacarosa —que, dicho sea de pasada, me imagino que los químicos sí pueden hacer— demostraba la existencia de un ente sobrenatural. Yo era demasiado joven para estar seguro de mí mismo y no sonrojarme en presencia de un adulto; por consiguiente, no quise continuar la discusión, aunque en modo alguno estaba convencido, ni mi propia opinión había variado en lo más mínimo.

Es un error común. Parece existir la vaga noción de que algo omnisciente y omnipotente tiene que existir. Si se puede demostrar que los científicos no lo saben todo ni lo pueden todo, ello prueba que existe otra cosa que es omnisciente y omnipotente. Dicho en otras palabras: si los científicos no pueden sintetizar la sacarosa, Dios existe.

Bueno, Dios puede existir; no voy a discutir aquí esta cuestión, pero esta clase de argumento no es suficiente para demostrar lo que se pretende. En realidad, un argumento semejante sólo puede ser formulado por personas que no comprenden lo que la Ciencia significa en su totalidad.

La Ciencia no es una colección de resultados, de capacidades o incluso de explicaciones. Eso son productos de la Ciencia, pero no la Ciencia misma, de la misma manera que una mesa no es la carpintería, ni plantarse en la meta es una carrera.

Los resultados, capacidades y explicaciones producidos por la Ciencia son experimentales y, posiblemente, equivocados en todo o en parte. Casi con toda seguridad, son incompletos. Pero nada de esto implica fallos o insuficiencias de la Ciencia misma.

La Ciencia es un proceso; es una manera de pensar; una manera de enfocar y, posiblemente, resolver problemas; un camino por el cual se pueden deducir un orden y un sentido a partir de observaciones desorganizadas y caóticas. Por medio de él podemos llegar a conclusiones útiles y a resultados convincentes y sobre los cuales existe una tendencia a estar de acuerdo. Estas conclusiones científicas son comúnmente consideradas como un acercamiento razonable a la «verdad», sujeto a ulteriores correcciones.

La Ciencia no promete la verdad absoluta, ni considera que ésta deba existir necesariamente. La Ciencia no promete siquiera que todo lo referente al Universo pueda someterse al proceso científico.

La Ciencia trata sólo de aquellas porciones y condiciones del Universo que pueden ser razonablemente observadas y para las que son adecuados los instrumentos que emplea. Los instrumentos (incluidos los inmateriales, como las Matemáticas y la Lógica) pueden mejorarse con el tiempo, pero no existe garantía de que puedan perfeccionarse indefinidamente hasta el punto de superar todos los límites.

Más aún, incluso cuando trata de cuestiones susceptibles de observación y de análisis, la Ciencia no puede garantizar que se obtenga una solución razonable en un tiempo determinado. Se puede sufrir un largo retraso por falta de una observación clave o de una oportuna chispa de inspiración.

Por consiguiente, el proceso de la Ciencia presupone un lento movimiento de avance a través de las porciones alcanzables del Universo; una revelación gradual de partes del misterio.

El proceso puede no terminar nunca. Es posible que nunca llegue el momento en que todos los misterios estén resueltos, en que no quede nada que hacer dentro del campo en el que puede actuar el proceso científico. En consecuencia, en todo momento —por ejemplo, ahora— existen problemas sin resolver, pero ello no demuestra nada con respecto a Dios, ni en uno ni en otro sentido.

Y yo diría que esta perpetuación eterna del misterio no debe ser causa de inquietud. Antes bien, debe producir un tremendo alivio. Si se hubiesen contestado todas las preguntas, resuelto todos los enigmas, desdoblados todos los pliegues, alisadas todas las arrugas del tejido del Universo, habría terminado el juego universal más grande y más noble, y la mente no tendría ya nada que hacer, salvo consolarse con trivialidades.

Insoportable.

Si presumimos la existencia de un ser omnisciente y omnipotente, un ser que sabe y puede hacer absolutamente todo, yo, en mi propia limitación, diría que su existencia sería por ello insoportable. ¿Nada sobre lo que preguntarse? ¿Nada sobre lo que reflexionar? ¿Nada que descubrir? La eternidad en un cielo semejante sería, sin duda, indistinguible del infierno.

Hace unos años escribí un cuento sobre un ser omnisciente y omnipotente (y, por ende, eterno) que había creado un universo concebido de manera que diese origen a formas innumerables de vida inteligente. Entonces reunió grandes cantidades de estas formas de vida y les encargó la tarea de hacer nuevos descubrimientos, en la quizás inútil esperanza de que una de ellas pudiese descubrir que el ser no era del todo omnisciente, y pudiese inventar un método (desconocido para el ser) de descargar de sus hombros el insoportable peso de la inmortalidad.

Así, pues, dada mi creencia de que lo verdaderamente delicioso se halla en el descubrimiento más que en el conocimiento, tiendo a escribir mis ensayos científicos no describiendo lisa y llanamente el conocimiento, como si bebiera de alguna fuente de todo saber, sino que, siempre que puedo, describo la manera en que ha llegado a saberse lo que se sabe; cómo ha sido descubierto, paso a paso.

Y también he encontrado un título para esta colección particular.

En el curso de los últimos diecisiete meses, escribí una serie de ensayos divididos en cuatro partes sobre el espectro electromagnético. (Como suele ocurrir en tales casos, había acariciado la presunción de que sería capaz de tratar la cuestión en un solo ensayo; pero estos ensayos se escriben ellos mismos, y poca cosa puedo yo hacer).

Titulé el cuarto de estos ensayos X representa lo desconocido, por razones que veréis claramente cuando lo hayáis leído. Sin embargo, al meditar sobre las virtudes de lo desconocido y las delicias de forcejear con ello, y el alivio de descubrir que no desaparecerá por mucho éxito que tengamos en el forcejeo, decidí aplicar el título al libro en su totalidad.

Que la X esté siempre con nosotros para darnos satisfacción.

FÍSICA
II
CUATROCIENTAS OCTAVAS

Me resulta difícil describir mi sentido del humor, a menos que emplee el adjetivo puckish (travieso), que se deriva de la descripción de las jugarretas de Puck en el acto II, escena 1, de El sueño de una noche de verano.

En cambio, mi querida esposa, Janet, prefiere emplear el adjetivo «perverso», y en más de una ocasión he reconocido que una de mis observaciones había dado en el blanco al oír el grito de «¡Oh, Isaac!», proferido por Janet.

En realidad, oigo también aquella exclamación en labios de otras personas. La única con quien me siento a salvo a este respecto es mi hermosa hija, de rubios cabellos y ojos azules (que ahora vive en Nueva Jersey, con su título de asistenta social bellamente enmarcado). Ella nunca dice «¡Oh, Isaac!». Ni pensarlo. Lo que dice es «¡Oh, papá!». Otras observaciones son más difíciles de aceptar.

Una vez, dos de nuestros más queridos amigos tenían que venir a visitarnos, y Janet, mirando de reojo el reloj, dijo:

Quisiera, Isaac, que sacases la basura antes de que lleguen Phyllis y Al.

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