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Immanuel Kant - Lecciones sobre la filosofía de la religión

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Immanuel Kant Lecciones sobre la filosofía de la religión
  • Libro:
    Lecciones sobre la filosofía de la religión
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1817
  • Índice:
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Lecciones sobre la filosofía de la religión: resumen, descripción y anotación

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ANEXO
HISTORIA DE LA TEOLOGÍA NATURAL SEGÚN HISTORIA DOCTRINAE DE UNO VERO DEO, DE MEINERS

En la consideración de lo conocido desde tiempo inmemorial por la razón humana acerca de Dios se ha caído en dos extremos que, según la diversidad de cada sistema, han sido también usados como cimiento en la teología de la razón.

1) Algunos han querido directamente negarle a la razón toda capacidad de conocer algo verdadero y seguro acerca de Dios.

2) Otros han tenido su razón en tan alta estima que querían derivar de ella todo el conocimiento de Dios preciso para el hombre.

Los primeros tenían necesidad a cada instante de una Revelación de Dios por la palabra, y los segundos la despreciaban. Ambos se remitían a la historia, y ambos se equivocaban. Si se pone uno manos a la obra con probidad y con un imparcial espíritu de examen, se hallará que la razón tiene en efecto la capacidad de formarse un concepto de Dios moralmente determinado y lo más completo posible para ella; pero, por otro lado, habrá también que reconocer que, por múltiples causas, este concepto puro de la deidad ciertamente no encontró fácil acogida en ningún pueblo de la Antigüedad. De esto no era responsable la propia razón, sino los impedimentos que se alzaban en su camino para hacer uso de su facultad con respecto a este conocimiento. Pero ahora no tiene siquiera ni con mucho el derecho de enorgullecerse de nada y quizá hasta de creer que puede conocerlo todo por lo que toca a lo Infinito y a su relación con lo Infinito. Si es honrada y está libre de prejuicios, aun así ¿cuántos defectos y debilidades no habrá de encontrar todavía ahora en el sistema completo de una teología posible para ella? Ciertamente, no le está permitido hacer ninguna ostentación de su conocimiento acerca de Dios, y si en una Revelación superior le son dadas a conocer evidencias más claras sobre su relación para con Dios, tiene antes que aceptarlas con gratitud, en lugar de rechazarlas, y que hacer uso de ellas. Es verdad que el concepto moral que la 1123 razón nos da de Dios es tan simple y tan claro para el entendimiento común, que ciertamente no hace falta mucha cultura para creer en un supremo Gobernante del mundo; es menester también que un conocimiento que interesa al entero género humano sea comprensible por todos los hombres; pero también habría que conocer bien poco los extravíos del entendimiento humano, si se quisiera afirmar en serio que este concepto está a salvo de cualquier equívoco o desfiguración por parte de una especulación sutil, y que por tanto sería innecesario mantenerlo a buen recaudo de toda corrupción mediante una crítica de toda razón especulativa, una crítica que requeriría una reflexión rigurosa y profunda. La principal causa de que incluso entre griegos y romanos el concepto de Dios se hallara tan corrompido estribaba en que tenían una noción poco depurada y segura de la moralidad. Por lo común tomaban el deber sólo como algo relativo al provecho propio, de manera que desaparecía todo verdadero valor moral de las acciones, o de suerte que la belleza y la grandeza de la virtud estaban fundadas en el mero sentimiento, mientras que, sin embargo, el principio mismo, del que una razón libre hace para sí una norma inmutable y la condición de todas sus obligaciones, no estaba determinado ni establecido. ¡De ahí que no conocieran tampoco la necesidad moral que postula con la más extrema severidad un Legislador del mundo sumamente perfecto! Admitían meramente en un respecto especulativo, para cerrar la serie de causas y efectos, una causa primera. Pero como la Naturaleza no puede más que conducir a autores poderosos e inteligentes de la misma, pero nunca a Uno solo, que tiene toda realidad, fueron a parar al politeísmo que, en el caso de semejantes conceptos de la Naturaleza, podía ser multiplicado indefinidamente. Y cuando hubo algunos que, por mor de una armonía mayor, admitieron una única causa del mundo, esto no era en el fondo sino un concepto deísta, porque de esta manera pensaban únicamente una primera fuente originaria de todo, pero no un Autor moral supremo y un Gobernante del mundo. Pues, en realidad, todos esos pueblos de la Antigüedad no tenían en absoluto un concepto de Dios que pudiera haber sido empleado como fundamento de la moral. En esto Meiners tiene razón; pero cuando cree que no hubieran podido llegar a un concepto tal, porque éste ya exige una cul 1124 tura muy grande y un conocimiento científico, es imposible que algo así pudiera decirse del simple concepto moral de Dios. Pues casi nada puede haber más fácil que pensar un Ser supremo por encima de todo, y que Él mismo es todo en todo. Es mucho más difícil dividir la perfección para atribuir a un ser tal perfección y a otro tal otra, porque entonces no se sabe nunca cuánto habría que dar a cada uno por sí. Pero si aquello se entiende en el sentido de que, para asegurar este concepto también por el lado de la especulación, ello ya supone tener conocimientos además de una reflexión ejercitada por la ciencia, entonces hay que concederlo. Esto, empero, no fue preciso hasta que el ingenio y la perspicacia humanas comenzaron a elevarse, acerca de este conocimiento, hasta la especulación, para lo cual desde luego se requería cultura. Los egipcios tenían de Dios sólo el concepto del deísmo, o, más bien, el más execrable politeísmo. Es en general un prejuicio, instaurado siguiendo las leyendas de Heródoto, la creencia de que toda ciencia y cultura hubieran llegado a los griegos desde Egipto, cuando, antes bien, la situación y la índole del país, la tiranía de sus faraones y la usurpación de sus sacerdotes tuvieron que hacer de este pueblo un montón de gentes sombrías, melancólicas e ignorantes. Es además completamente indemostrable que los egipcios hubieran superado en algún tipo de conocimientos útiles a otros pueblos de entonces; habría que contar entre esos conocimientos la adivinación y la oniromancia. En cambio, como su país hubo sido poblado y hecho habitable, tenía que darse ya entre sus gentes alguna ciencia, como la geometría, porque sin ella, con las anuales inundaciones del Nilo, hubiera desaparecido toda propiedad. Por lo demás, eran sus sacerdotes los que verdaderamente monopolizaban todas las artes posibles que querían poseer aún, y nunca dejaron que éstas llegaran a ser de utilidad común, ponqué, de lo contrario, su reputación y su codicia se hubieran quebrantado. También nos dan noticia los historiadores más fiables del mundo antiguo de cuándo y qué tipo de ciencias fueron inventadas por los griegos, y entre ellas se hallan precisamente aquellas de las que se supone ilusoriamente que les habrían sido transmitidas por los egipcios.

La adoración de animales apenas se deja explicar, por lo que toca a su origen, de manera aceptable. Quizá estos animales fueran al inicio meros escudos de las ciudades, elegidos por cada una para distinguirse de las demás, y que con el correr del tiempo fueron conservados, pero que finalmente, cegadas por la superstición, tomaron por divinidades protectoras a las que adorar. En su caso tampo 1125 co es adecuado lo que Hume, en su religión natural dice por lo demás con bastante acierto sobre el politeísmo, a saber, que éste era tolerante. Pues, como entre ellos una ciudad tenía con frecuencia una divinidad protectora opuesta precisamente a otra —por ejemplo, una tenía al perro, mientras que otra al gato—, por ese motivo sus habitantes eran también hostiles entre sí. Pues creían que cada divinidad se entrometía en el terreno de la otra, menoscabando en alguna medida el bien que, de lo contrario, hubiera dispensado a su clientela. Los griegos y otros fueron bastante tolerantes hacia los demás pueblos paganos, y con certeza también entre ellos; pues en las divinidades de los otros encontraban a las propias, sólo que con nombres distintos, pues tenían en su gran mayoría los mismos atributos. Pero de ahí precisamente vino el odio atroz de todos los paganos hacia los judíos, porque la divinidad de este pueblo se elevaba por encima de todas las demás, y, conforme a su esencia y voluntad, no quería tener nada en común con ellas. Así pues, fue también natural que el monoteísmo, o más bien los judíos que lo profesaban, fueran tan intolerantes con todos los paganos.

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