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Immanuel Kant - Lecciones de ética

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Immanuel Kant Lecciones de ética
  • Libro:
    Lecciones de ética
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1924
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ETHICA
ÉTICA

Toda acción es ciertamente necesaria conforme a] discernimiento, con tal de que haya una motivación para llevar a cabo dicha acción. Cuando esa motivación es tomada de la coacción, la necesidad de la acción es jurídica; pero si es tomada de la bondad intrínseca de la acción, entonces la necesidad es ética. La ética atañe a la bondad intrínseca de las acciones; la jurisprudencia versa sobre lo que es justo, no refiriéndose a las intenciones, sino a la licitud y a la coacción. En cambio, la ética sólo se interesa por las intenciones. La ética se refiere también a las leyes jurídicas en cuanto exige que, incluso aquellas acciones a las que podemos ser coaccionados, se hagan por mor de la bondad intrínseca de las intenciones y no en base a la coacción. Por lo tamo, las acciones jurídicas, en la medida en que su motivación sea ética, están comprendidas también bajo la ética. Por consiguiente, hay una gran diferencia entre la necesidad ética y la necesidad jurídica de la acción; si bien la ética no es una ciencia que deba contener dentro de sí ni acciones concretas ni ley coactiva alguna, pues, aunque se refiera también a la coacción, su motivo no es la coacción, sino la cualidad interna. La ética es una filosofía de las intenciones y, por ende, una filosofía práctica, ya que las intenciones constituyen fundamentos de nuestras acciones y vínculos de les acciones con el motivo. Es difícil dilucidar lo que se entiende por talante; v. g., quien salda una deuda no es ya por ello un hombre honrado, pues puede hacerlo por miedo al castigo, etc.; es sin duda un buen ciudadano cuya acción observa una rectitudo juridica, mas no etica, por el contrario, si actúa por mor de la bondad intrínseca de la acción, su talante es moral y observa una rectitudo etica. Ésta es una distinción capital por ejemplo en el terreno de la religión. Cuando el hombre considera a Dios como un legislador y gobernante supremo, que exige el cumplimiento de sus leyes sin atender al motivo de las acciones, no se da entonces ninguna diferencia entre Dios y un soberano sobre la tierra, salvo que Dios conoce mejor las acciones externas que el juez terrestre, dado que no pueden ocultársele tan fácilmente a Dios como a éste. Desde luego, basta con que alguien satisfaga sus leyes para que la acción sea buena, pero sí ésta es fruto del temor al castigo sólo tendrá una rectitudo juridica. Sin embargo, cuando se omite una mala acción, no por miedo al castigo, sino por repulsión hacia ella, la acción es moral. Esto es lo que el Maestro del Evangelio ha recomendado practicar especialmente. Dijo: «todo ha de hacerse por amor a Dios». Y amar a Dios significa: acatar sus mandamientos con buen ánimo. (Volveremos sobre ello.)

A la ética se la denomina también «doctrina de la virtud»,]. Cuando considero la necesidad moral de la acción —la cual es jurídica— puedo hacerlo en sentido jurídico o en sentido ético. En el primer caso la acción sólo es adecuada a la ley, mas no a la intención, y por eso se dice de las leyes jurídicas que adolecen de moralidad. La moralidad sólo es precisada por las leyes éticas, pues aun cuando las leyes jurídicas tuviesen una necesidad moral su motivación seguiría siendo la coacción y no la intención.

Sin embargo, la palabra «virtud» no expresa exactamente la bondad moral y significa más bien una fortaleza de ánimo en el dominio de uno mismo relativo a la intención moral. Me refiero aquí a la primera fuente de la intención. Se ha pasado por alto algo que se aclara a renglón seguido. Se ha tomado la palabra «eticidad» para expresar la moralidad, cuando en realidad «costumbre» (Sitte) es el concepto de la honestidad. La virtud entraña, sin embargo, cierto grado de bondad ética, ciertos autocoacción y autodominio. Algunos pueblos pueden tener costumbres, mas no virtud [v. g., los franceses], y otros al contrario. (La conduite no es sino el estilo de las costumbres.) La ciencia de las costumbres no es todavía una doctrina de la virtud y la virtud tampoco supone automáticamente moralidad. Como no tenemos ninguna otra palabra para designar a la moralidad, echamos mano de la de «eticidad» (Sittlichkeit), ya que no podemos utilizar «virtud» como sinónimo de «moralidad».

El espíritu de la ley moral estriba en la intención; la letra en la acción, En el ámbito de la ética nos importa tan solo que la ley moral sea ejecutada conforme al espíritu y las acciones no son tomadas en cuenta para nada.

La ética puede proporcionar leyes de la moralidad que sean indulgentes y estén orientadas a la flaqueza de la naturaleza humana. Éstas pueden adecuarse al hombre, no pidiendo sino aquello que el hombre pueda realizar. Pero también pueden ser estrictas y exigir la máxima moralidad y perfección. La ley moral ha de ser estricta y enunciar las condiciones de la legitimidad. El hombre puede o no llevarlo a cabo, pero la ley no ha de ser indulgente y acomodarse a la debilidad humana, pues contiene la norma de la perfección ética y ésta tiene que ser exacta y estricta; v. g., la geometría proporciona reglas que son estrictas, sin considerar si el hombre puede o no ponerlas en práctica (el punto de un círculo nunca puede ser tan fino como el definido por la matemática). Igualmente la ética propone reglas que deben ser las pautas de nuestra conducta; no ha de orientarse conforme a la capacidad del hombre, sino mostrar aquello que es moralmente necesario. La ética indulgente supone la mina de la perfección moral del hombre. La ley moral tiene que ser pura. Existe un purismo teológico y moral que cavila entre cosas indiferentes, pretendiendo expresar su pureza a base de sutilezas. Tal purismo nada tiene que ver con la ética. La puridad en relación a los principios es algo completamente distinto. La ley moral ha de tener puridad. El Evangelio tiene tal puridad en su ley moral como no detentaba ninguna de las de los antiguos filósofos, quienes en la época del Maestro del Evangelio no eran sino brillantes fariseos que velaban estrictamente por el culto externo, del que el Evangelio dice a menudo: éste no vale para nada si no proviene de la pureza moral. El Evangelio no perdona la más mínima imperfección, es enteramente estricto y puro, y sostiene sin indulgencia la pureza de la ley. Una ley tal es santa, no exige que se constate su aplicación mediante observaciones, sino que cada uno considere que el principio descansa en su entendimiento y pueda sacar la prueba de cualquier entendimiento. Esta precisión, sutilidad, carácter estricto y pureza de la ley moral, que se denomina rectitudo, se nos muestra en todos los casos; v, g., si en una sociedad extraña se ofende a alguien de modo inadvertido, siempre se le puede reprochar el no haberse documentado al respecto. Aquel que concibe la ley moral como indulgente es un latitudinario. La ética ha de ser precisa y santa. Esta santidad le corresponde a la ley moral, no porque nos sea revelada —pues podemos llegar a ella por la razón—, sino porque es originaria y nos sirve incluso para enjuiciar la revelación, ya que la santidad es el bien ético supremo y más perfecto, algo que podemos admitir por nosotros mismos gradas a nuestro entendimiento.

Baumgarten divide la ética en lisonjera y hosca.] Los alicientes y estímulos sensibles no deben ser incluidos dentro de la propia doctrina moral, sino que sólo deben ser tenidos en cuenta después de haber establecido la doctrina de la moralidad de un modo completamente puro, esto es, una vez que se ha aprendido a estimarla y a respetarla; sólo entonces pueden entrar en juego tales móviles, no como causa por la que acontezca la acción (pues en tal caso ya no sería moral), sino que han de servir tan sólo como motiva subsidiaria, dado que nuestra naturaleza posee una especie de inertia ante los móviles relativos a tales conceptos intelectuales. Mas, en cuanto esos móviles sensibles hayan vencido dicha inercia, las auténticas y genuinas motivaciones morales han de volver a ocupar su lugar. Sólo sirven, por tanto, para quitar de en medio mayores obstáculos sensibles, con el fin de que sea el entendimiento quien domine la situación. Pero entremezclar ambas cosas es un grave error que se comete muy a menudo. Este concepto puro tiene un efecto inusitado en quien lo posee, y le incentiva más que todos los estímulos sensibles. Es éste un recurso de preconizar la moralidad a los hombres que ya debería haberse observado en la educación, con objeto de inculcar un juicio puro y un mayor gusto por la moralidad. Al igual que un buen vino no puede ser degustado si se le mezcla con otras bebidas, asimismo la moralidad debe ser considerada en toda su pureza, poniendo entre paréntesis todo lo demás.

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