• Quejarse

Heinz Heger - Los hombres del triángulo rosa

Aquí puedes leer online Heinz Heger - Los hombres del triángulo rosa texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1972, Editor: ePubLibre, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

Novela romántica Ciencia ficción Aventura Detective Ciencia Historia Hogar y familia Prosa Arte Política Ordenador No ficción Religión Negocios Niños

Elija una categoría favorita y encuentre realmente lee libros que valgan la pena. Disfrute de la inmersión en el mundo de la imaginación, sienta las emociones de los personajes o aprenda algo nuevo para usted, haga un descubrimiento fascinante.

Heinz Heger Los hombres del triángulo rosa
  • Libro:
    Los hombres del triángulo rosa
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1972
  • Índice:
    3 / 5
  • Favoritos:
    Añadir a favoritos
  • Tu marca:
    • 60
    • 1
    • 2
    • 3
    • 4
    • 5

Los hombres del triángulo rosa: resumen, descripción y anotación

Ofrecemos leer una anotación, descripción, resumen o prefacio (depende de lo que el autor del libro "Los hombres del triángulo rosa" escribió él mismo). Si no ha encontrado la información necesaria sobre el libro — escribe en los comentarios, intentaremos encontrarlo.

Heinz Heger: otros libros del autor


¿Quién escribió Los hombres del triángulo rosa? Averigüe el apellido, el nombre del autor del libro y una lista de todas las obras del autor por series.

Los hombres del triángulo rosa — leer online gratis el libro completo

A continuación se muestra el texto del libro, dividido por páginas. Sistema guardar el lugar de la última página leída, le permite leer cómodamente el libro" Los hombres del triángulo rosa " online de forma gratuita, sin tener que buscar de nuevo cada vez donde lo dejaste. Poner un marcador, y puede ir a la página donde terminó de leer en cualquier momento.

Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer
1. Detenido y sentenciado por ser homosexual

Viena, marzo de 1939. En aquel entonces yo tenía 22 años y estudiaba en una escuela superior de la ciudad preparándome para una carrera académica, más por complacer a mis padres que a mí mismo. Como la política no me interesaba mucho, no formaba parte de la asociación estudiantil nazi ni era miembro del partido ni de ninguna de sus organizaciones.

No es que tuviera nada en contra de la nueva Alemania. Después de todo, el alemán era mi lengua materna y lo sigue siendo, pero la educación que de adolescente recibí en casa siempre tuvo un carácter marcadamente austríaco. Me refiero a que en nuestra casa reinaba la tolerancia y no se hacían distinciones entre las personas por el hecho de que hablaran un idioma diferente, practicaran otra religión o tuvieran un color de piel distinto del nuestro. Respetábamos las opiniones de los demás sin importar lo extrañas que nos pudieran parecer.

Esta es la razón de que todo cuanto hablaban en la universidad acerca de la raza alemana y de la nación, Alemania, que el destino había elegido para dirigir y gobernar Europa, me resultara demasiado arrogante. Y motivo suficiente para que no simpatizara mucho con los nuevos amos nazis de Austria ni con sus ideas.

Formábamos lo que se dice una familia pequeño burguesa de estricta moral católica. Mi padre era un alto funcionario del Estado, puntilloso y correcto en todo cuanto le atañía, ejemplo digno de respeto para mí y mis tres hermanas menores. De pequeños nos regañaba con serenidad y sensatez cuando hacíamos travesuras, reprendiéndonos con el dedo índice en alto, y siempre nos recordaba que mi madre era la señora de la casa. La veneraba profundamente y, que yo recuerde, nunca dejó que pasara el día de su cumpleaños o de su santo sin regalarle flores.

Mi madre, que aún vive, ha sido siempre la encarnación de la bondad y el cariño hacia sus hijos, dispuesta en todo momento a ayudarnos cuando estábamos preocupados o afligidos. Ciertamente, se enojaba o ponía el grito en el cielo cuando debía hacerlo, pero sus enfados no duraban mucho y nunca dejaba lugar al resentimiento. No solamente era una madre para nosotros, sino también una buena amiga a la que podíamos confiar todos nuestros secretos, pues siempre tenía una respuesta razonable, incluso en las situaciones más complejas.

Desde los dieciséis años me di cuenta de que me atraían más las personas de mi propio sexo que las mujeres. Al principio no me pareció que ello tuviera nada de particular, pero cuando a mis compañeros de escuela les dio por enamorarse de las muchachas y galantear con ellas, mientras que yo estaba prendado y embelesado de otro muchacho, empecé a reflexionar en lo que esto suponía.

Me sentía feliz en compañía de las chicas y disfrutaba estando con ellas, pero pronto me di cuenta de que las apreciaba sólo como compañeras de clase, con los mismos problemas y satisfacciones de la escuela, y que no corría tras ellas con los ardientes deseos de los demás muchachos. El hecho de tener inclinaciones homosexuales nunca me hizo abominar a las mujeres ni sentir la menor repulsión hacia ellas, todo lo contrario. Sencillamente no podía enamorarme de ellas; era algo ajeno a mi propia naturaleza, aunque algunas veces lo intenté.

Durante tres años conseguí ocultar a mi madre el secreto de mis sentimientos homosexuales, aunque fue muy duro para mí no poder hablar de ello con nadie. Hasta que un día decidí confiarme a ella y le confesé todo lo que nos creemos en el deber de decir para aliviar nuestro corazón y nuestra conciencia, no tanto en busca de sus consejos, sino para liberarme definitivamente del peso de un secreto que me agobiaba.

—Querido hijo —me respondió— es tu vida y eres tú quien tiene que vivirla. Nadie puede cambiarse el pellejo y meterse en otro, tienes que resignarte y saber llevarlo. Si crees que solamente con otro hombre encontrarás la felicidad, eso no quiere decir que te hayas convertido en un monstruo. Pero cuídate de las malas compañías, y evítalas, porque caerías enseguida en el chantaje. Trata de encontrar un amigo estable, eso te alejará de muchos riesgos. Yo ya lo sospechaba desde hace tiempo. No has de perder la paciencia porque seas así. Sigue mis consejos y recuerda que, pase lo que pase, eres mi hijo y siempre puedes acudir a mí con tus preocupaciones.

El parecer y las palabras razonables de mi madre me confortaron mucho. No hubiera esperado otra cosa de ella: en cualquier situación, siempre había sido la mejor amiga de sus hijos.

En mis años de universidad conocí a varios compañeros que sentían lo mismo que yo, o mejor dicho, que tenían gustos parecidos a los míos. Creamos una asociación estudiantil; al principio contaba con pocos miembros, pero después de la invasión alemana y del Anschluss. Como es natural, no nos limitábamos a repasar los trabajos académicos en grupo: no tardaron en formarse parejas y un día, a finales de 1938, conocí al gran amor de mi vida.

Fred era hijo de un jerarca nazi del Reich. Me llevaba dos años y quería terminar sus estudios en la escuela de medicina de Viena, célebre en todo el mundo. Tenía un carácter enérgico y al mismo tiempo sensible; su apariencia viril, su facilidad para los deportes y los descomunales conocimientos que tenía me impresionaron tanto que caí cautivado enseguida: Yo también debí gustarle, supongo que por mi encanto vienés y mi marcada sensibilidad. Además, yo tenía también un cuerpo atlético, lo que no dejó de tener su efecto. Éramos muy felices el uno con el otro y hacíamos toda clase de planes para el futuro, seguros de que nunca nos separaríamos.

Un viernes, a eso de la una de la tarde, casi exactamente un año después de que Austria se hubiera convertido en una mera Ostmark, oí que llamaban dos veces al timbre de la puerta. Solamente fueron dos timbrazos cortos, pero de alguna manera sonaron imperiosos, autoritarios. Al abrir me sorprendió ver a un hombre vestido con sombrero de ala ancha y abrigo de cuero. Tras decir secamente la palabra «Gestapo» me entregó una tarjeta con un requerimiento reglamentario en el que se me citaba para presentarme a un interrogatorio a las dos de la tarde en el cuartel central de la Gestapo, ubicado en el hotel Metropol de la Morzinplatz.

Mi madre y yo nos quedamos perplejos, aunque yo sólo acertaba a pensar que la citación tendría que ver con algún asunto de la universidad: probablemente estarían investigando a un universitario que había caído en desgracia dentro de la liga de estudiantes nacionalsocialista.

—No puede ser nada grave —le dije a mi madre—. Si lo fuera, la Gestapo me habría llevado detenido.

Mi madre no acabó de tranquilizarse, se le podía ver la preocupación en el rostro. Yo, por mi parte, tenía una vaga sensación de desmayo en el estómago, ¡pero quién no siente algo así en una dictadura cuando tiene que ir para ser interrogado a las dependencias de la policía secreta!

Eché un vistazo por la ventana y vi que el hombre de la Gestapo estaba unas puertas más adelante, parado frente a un escaparate. Parecía que sus ojos observaban nuestra puerta en lugar de mirar los artículos expuestos en la tienda. Cabía suponer que le habían ordenado vigilarme para evitar que intentara escapar. No había duda de que me seguiría los pasos hasta el hotel. La escena me dio mucho que pensar, y me asaltó una angustia indefinida: la sensación de que un peligro me acechaba.

Mi madre debió de sentir lo mismo, porque cuando me despedí de ella para acudir al requerimiento de la Gestapo, me dio un abrazo muy cariñoso y me repitió varias veces:

¡Cuídate, hijo, cuídate!

Ninguno de los dos pensó, sin embargo, que sólo nos volveríamos a ver y a abrazar al cabo de seis años: yo convertido en una piltrafa humana, ella en una mujer destrozada, atormentada por la suerte de su hijo, pues durante seis años tuvo que soportar los insultos y el desprecio de los vecinos y de los demás ciudadanos porque era sabido que su hijo era homosexual y había sido enviado a un campo de concentración.

Página siguiente
Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer

Libros similares «Los hombres del triángulo rosa»

Mira libros similares a Los hombres del triángulo rosa. Hemos seleccionado literatura similar en nombre y significado con la esperanza de proporcionar lectores con más opciones para encontrar obras nuevas, interesantes y aún no leídas.


Reseñas sobre «Los hombres del triángulo rosa»

Discusión, reseñas del libro Los hombres del triángulo rosa y solo las opiniones de los lectores. Deja tus comentarios, escribe lo que piensas sobre la obra, su significado o los personajes principales. Especifica exactamente lo que te gustó y lo que no te gustó, y por qué crees que sí.