Heinz Bude
La sociedad del miedo
Traducción de
A LBERTO C IRIA
Herder
La traducción de este texto fue financiada por Geisteswissenschaften International-Translation Funding for Work in the Humanities and Social Sciences de Alemania, una iniciativa conjunta con la Fritz Thyssen Foundation, el Ministerio Federal de Relaciones Exteriores de Alemania, la sociedad de gestión colectiva VG WORT y la Börsenverein des Deutschen Buchhandels (Asociación Alemana de Editores y Libreros).
Título original: Gesellschaft der Angst
Traducción: Alberto Ciria
Diseño de la cubierta: Dani Sanchis
Edición digital: Pablo Barrio
© 2014, Hamburger Edition HIS Verlagsges. mbH, Hamburgo
© 2017 , Herder Editorial, S.L., Barcelona
1ª edición digital, 2017
ISBN: 978-84-254-3842-4
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Herder
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Índice
Navegación estructural
I will show you fear in a handful of dust.
Te haré ver el miedo en un puñado de polvo.
T. S. Eliot
Observación preliminar
Quien quiera comprender una situación social tendrá que hacer que las experiencias de los hombres lleguen a decirnos algo. Hoy, a la opinión pública la informan con datos de todo tipo sobre índices de riesgo de pobreza, sobre la disolución de la clase media, sobre el aumento del número de personas que padecen estados depresivos o sobre el descenso de la participación electoral entre quienes por primera vez están autorizados para votar. Pero no queda claro qué es lo que estos diagnósticos significan ni con qué guardan relación.
Queda fuera de toda duda que aquí se están revelando alteraciones en la relación de amoldamiento entre estructuras sociales y actitudes individuales. Por eso, la psicología cognitiva, la economía de la conducta y la fisiología cerebral se ocupan de la «caja negra del yo», la cual tiene la función de establecer mediaciones sin poder atenerse a modelos tradicionales ni a patrones de conducta convencionales. La literatura de asesoramiento, que se acoge a los resultados de investigaciones correspondientes, se publicita anunciando tanto programas de activación intelectual como ejercicios de relajación corporal.
La sociología puede jugar su baza aquí si se toma en serio a sí misma como ciencia basada en la experiencia. La experiencia es la fuente de evidencia tanto de la ciencia empírica como de la praxis vital personal. La experiencia se expresa en discursos y se basa en construcciones. Pero el punto de referencia para el análisis de entradas en «blogs», de artículos de periódicos, de boletines médicos o de informes demoscópicos tienen que ser las experiencias que se expresan en ellos.
Un importante concepto de experiencia de la sociedad actual es el concepto de miedo. Aquí, «miedo» es un concepto que recoge lo que la gente siente, lo que es importante para ella, lo que ella espera y lo que la lleva a la desesperación. En los conceptos de miedo se ve claramente hacia dónde se desarrolla la sociedad, en qué prenden los conflictos, cuándo ciertos grupos han claudicado en su interior y cómo se propagan de pronto ánimos generales apocalípticos y sentimientos de amargura. El miedo nos enseña qué es lo que nos está sucediendo. Hoy, una sociología que quiera comprender su sociedad tiene que dirigir su mirada a la sociedad del miedo.
El miedo como principio
En las sociedades modernas el miedo es un tema que incumbe a todos. El miedo no conoce barreras sociales: ante la pantalla de su ordenador, el negociador de alta frecuencia cae en estados de miedo tanto como el repartidor de paquetes cuando regresa al almacén de recogida; la anestesista al recoger a sus hijos de la guardería tanto como la modelo al mirarse al espejo. Los miedos son también innumerables en cuanto a sus motivos: miedos escolares, vértigo, miedo al empobrecimiento, cardiopatía, miedo a un atentado terrorista, miedo a descender, miedo a comprometerse, miedo a la inflación. Por último, se pueden desarrollar miedos en cada uno de los vectores del tiempo: se puede tener miedo al futuro, porque hasta ahora todo había funcionado tan bien; se puede tener miedo ahora, en estos momentos, del paso siguiente, porque la decisión a favor de una posibilidad representa siempre una decisión en contra de otra posibilidad; incluso se puede tener miedo del pasado, porque podría salir a la luz algo de uno que parecía olvidado ya hacía mucho tiempo.
Niklas Luhmann, quien con su teoría del sistema de los equivalentes funcionales ve siempre en realidad una vía de salida para todo, advierte en el miedo lo que quizá sea el único factor a priori de las sociedades modernas sobre el que se pueden poner de acuerdo todos los miembros de la sociedad: el miedo es el principio que tiene una validez absoluta una vez que todos los demás principios se han vuelto relativos. Sobre el miedo puede conversar la musulmana con la laica, el cínico liberal con el desesperado defensor de los derechos humanos.
Pero a nadie se lo puede convencer de que sus miedos son infundados. Al conversar acerca de ellos, lo más que se puede hacer es controlarlos y disiparlos. Desde luego que la condición previa para que eso funcione es asumir que los miedos de nuestro interlocutor son reales y no discutirlos. Esto lo hemos visto en las situaciones de terapia: tomar conciencia de que uno mismo comparte el miedo le permite a uno ser más abierto y dinámico, de modo que no tiene por qué reaccionar enseguida poniéndose a la defensiva y rechazando el miedo cuando este aparece en alguna parte.
A pesar de su evidente carácter difuso, los miedos de los que en estos momentos habla la opinión pública dicen algo sobre una determinada situación sociohistórica. Para entenderse acerca de su situación de convivencia, la sociedad se comunica empleando conceptos de miedo: quién sigue adelante y quién se queda atrás, dónde hay puntos críticos y dónde se abren agujeros negros, qué es lo que innegablemente transcurre y qué es lo que quizá todavía queda. Al utilizar conceptos de miedo, la sociedad se toma el pulso a sí misma.
Así es como Theodor Geiger, en su obra clásica sobre análisis de la estructura social Die soziale Schichtung der deutschen Volkes [La estratificación social del pueblo alemán], publicada en 1932, en vísperas del triunfo del nacionalsocialismo, describió una sociedad dominada por los miedos represivos, las pérdidas de prestigio y las situaciones en las que los hombres se ponen a la defensiva. En esa obra aparecen todos los tipos de la época: los pequeños comerciantes, con su vivo odio hacia las asociaciones de consumidores organizadas social y democráticamente; los asalariados que trabajan en sus casas, que en cuanto se ven propietarios de un terreno, por pequeño que sea, se vuelven solitarios y excéntricos y que por haberse aislado en sus casas resultan extravagantes, con su predisposición a una rabiosa rebeldía, así como las jóvenes oficinistas de rostro infantil, amenazadas de despido y que sueñan con hombres apuestos; pero también los mineros, que escancian sus sentimientos de autoestima sublimando el riesgo profesional al hacerlo pasar por heroísmo, y que, con vistas a sus intereses colectivos sindicales, tienen más talante de gremio y de camaradería que conciencia de clase y de gran organización; o los pequeños funcionarios, que custodian tanto más celosamente su pequeña porción de poder y la exhiben tanto más afanosamente cuanto más oprimida resulta su posición en función del rango salarial y del cargo que desempeñan en el servicio interno; así como el ejército de jóvenes académicos, que experimentan que su formación se está devaluando, que su estamento se está desintegrando y que el mundo profesional se les está cerrando; y por último, las diversas figuras de la clase capitalista, que no se soportan entre ellos: los grandes campesinos, que no pueden asumir sin más ese pensamiento de la economía universal que es inherente al capitalismo; quienes viven de las rentas que les proporciona su capital, los cuales ejercen su influencia en todas partes y no están comprometidos con ningún origen social determinado que se les pueda atribuir; los grandes empresarios industriales, que a causa de la relativa inmovilidad de sus plantas industriales están vinculados desde hace varias generaciones a una determinada ubicación empresarial; así como los sagaces mayoristas, que con sus cadenas de grandes almacenes visten a la moda a la población urbana y la surten de delicias ultramarinas; por no olvidar a los parados afectados por la crisis económica mundial, los cuales constituyen una clase irregular, que no tienen nada que perder y a quienes, por eso, nada les parece que sea digno de perdurar.
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