Eva Schloss - Después de Auschwitz
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- Libro:Después de Auschwitz
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2013
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Después de Auschwitz: resumen, descripción y anotación
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Después de Auschwitz — leer online gratis el libro completo
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«La historia de Ana Frank es la de una chica que llegó a todo el mundo con la simple humanidad de su diario. Mi historia es diferente. También fui víctima de la persecución nazi y me enviaron a un campo de concentración pero, a diferencia de Ana, yo sobreviví».
Eva Schloss era muy diferente a Ana Frank, pero eran grandes amigas. Después se convertirían en hermanastras, ya que el padre de Ana, Otto Frank, se casó con la madre de Eva.
Eva, como Ana, vivió el horror de Auschwitz, aunque ella consiguió sobrevivir. Sesenta años después de Auschwitz, algo la obligó a contar con una sinceridad apabullante su vida antes y después del campo. Un emocionantísimo relato sobre lo que nadie había contado hasta ahora: sobre todo lo que sucede cuando uno sobrevive una tragedia a la que uno jamás pensó que sobreviviría.
Eva Schloss
ePub r1.0
Titivillus 16.11.15
Título original: After Auschwitz
Eva Schloss, 2013
Traducción: Dulcinea Otero-Piñeiro
Colaborador: Karen Bartlett
Retoque de cubierta: Titivillus
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
A la memoria de las víctimas del Holocausto y del genocidio que no pudieron contar su propia historia
EVA SCHLOSS (Viena, Austria, 1929). Es una sobreviviente del holocausto, memorialista e hijastra de Otto Frank, padre de Margot y Ana Frank. Dedica su vida a educar, alrededor del mundo, sobre la importancia de la tolerancia y el respeto por la diferencia. La resistencia que hizo que pudiera sobreponerse a cada día de sufrimiento, es la misma que hoy se puede ver en su mensaje, que a través de los años, ayuda a mantener viva la memoria.
Eva nace, como Eva Geiringers, en 1929 en Viena, en el seno de una familia judía austríaca, con un gran sentimiento de pertenencia al país. Su padre era zapatero, su madre y hermano tocaban el piano. Pero los años de la familia Geiringers en Austria iban a ser pocos.
Cuando Hitler invadió Austria, en 1938, Eva Geiringers tenía nueve años y su familia decidió mudarse de país. Tras un paso por Bélgica, terminaron en Ámsterdam, Holanda, en la casa de al lado de la de Ana Frank. Allí Eva y Ana se hicieron amigas, compartieron juegos y sueños. Tenían casi la misma edad, pero Eva recuerda que Ana era más madura y parecía siempre saber lo que quería. Ya estaba interesada en moda, en cine y hasta en chicos; reía constantemente y solía ser el centro de atención. «Éramos amigas», recuerda Eva años después. También recuerda a Otto, que hablaba con ella en alemán, porque su holandés no era todavía del todo bueno.
Pero estos días de alegría terminaron para todos. Así como sucedió para la familia Frank, los Geiringers también decidieron esconderse luego de que a Heinz, el hermano mayor de Eva, le llegara la citación para ser llevado a un campo de trabajo.
A partir de 1942, cuando se intensificó la persecución contra los judíos, los Frank y los Geiringers subsistieron en la clandestinidad por dos años, hasta que fueron descubiertos por el régimen nazi y trasladados al campo de concentración de Westerbork y, más tarde, a Auschwitz-Birkenau.
Aunque mucha gente nos brindó apoyo moral durante la redacción de este libro, quisiéramos manifestar un agradecimiento especial a quienes nos asesoraron durante el trabajo de investigación, sobre todo a Karen Tessel, del Museo de la Resistencia Neerlandesa, a la profesora Dienke Hondius, de la Universidad de Ámsterdam, y a Teresin da Silva y Erika Prins, de la Casa Ana Frank de Ámsterdam.
Asimismo quisiéramos agradecer sobre todo a Tom Greenwood que desempolvara numerosas cartas familiares y nos las enviara para usarlas en el libro, y que compartiera sus propios recuerdos con nosotras.
Por creer de inmediato en este libro y por la inmensa ayuda práctica que nos prestaron a lo largo del proceso, nuestra gratitud también a Gaia Banks, de la agencia Sheil Land, y a Fenella Bates, de la editorial Hodder Stoughton.
También nos gustaría agradecer a Zvi Schloss la paciencia y ayuda que nos brindó al asistir a todas las reuniones que mantuvimos para elaborar este libro y al leer cada borrador, así como todo su apoyo incondicional a tantos otros proyectos a lo largo de los años.
La huella que dejamos
«Y ahora sé que Eva querrá decir unas palabras». La frase resonó en el amplio vestíbulo y me llenó de pavor.
Yo era una mujer discreta de mediana edad, casada con un agente financiero y con tres hijas ya mayores. El hombre que había hablado era Ken Livingstone, por entonces todavía el máximo instigador de la inminente abolición del Greater London Council, y el mayor incordio para el bando de la primera ministra Margaret Thatcher.
Nos habíamos visto poco antes aquel mismo día, y sin duda él ignoraba que esas breves palabras me revolverían por dentro. Ni siquiera yo era consciente de que aquello sería el inicio de mi largo viaje hacia la asimilación de los terribles acontecimientos de mi infancia.
Tenía quince años cuando, junto a miles de personas más, recorrí Europa traqueteando dentro de un tren de contenedores de ganado oscuros y abarrotados, y me soltaron a las puertas del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. Habían transcurrido más de cuarenta años, pero, cuando Ken Livingstone me pidió que hablara, se me agarró al estómago un sentimiento de absoluto terror. Quise escabullirme bajo la mesa y esconderme.
Era un día de febrero de 1986 y estábamos inaugurando la Exposición Itinerante Ana Frank en Mall Galleries, junto al Instituto de Artes Contemporáneas de Londres. En la actualidad más de tres millones de personas han visitado esa muestra en todo el mundo, pero entonces estábamos empezando a contar la historia del Holocausto a una nueva generación a través del diario de Ana y las fotografías de ella y su familia.
Esas fotos me unían a Ana de un modo que ninguna de nosotras habría podido imaginar cuando jugábamos juntas en Ámsterdam de niñas. Éramos muy diferentes, pero Ana se encontraba entre mis amistades.
Después de la guerra, el padre de Ana, Otto Frank, regresó a los Países Bajos e inició una estrecha relación con mi madre, favorecida por las pérdidas y las amarguras mutuas. Se casaron en 1953, y Otto se convirtió en mi padrastro. Me regaló la cámara Leica que él había usado para retratar a Ana y a su hermana, Margot, y eso me permitió buscar mi propio camino en el mundo y dedicarme a la fotografía. Utilicé aquella cámara durante muchos años, y aún la conservo hoy.
La historia de Ana es la de una niña pequeña que conmovió al mundo a través de la mera humanidad de su diario. Mi historia es distinta. También fui víctima de la persecución nazi y enviada a un campo de concentración, pero, a diferencia de ella, yo sobreviví.
En la primavera de 1986 llevaba residiendo en Londres casi cuarenta años y, a lo largo de ese periodo, la ciudad había pasado de ser un despojo de pobreza y bombardeos a transformarse en una metrópoli multicultural, bulliciosa y repleta de actividad, absolutamente irreconocible. Me habría encantado decir que también yo había experimentado una metamorfosis similar.
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