Roberto Arlt - Aguafuertes gallegas
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- Libro:Aguafuertes gallegas
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2015
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Aguafuertes gallegas: resumen, descripción y anotación
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A fines de 1934, el autor de Juguete rabioso, llega a España como corresponsal para el diario El Mundo. Meses después, el Arlt periodista se encuentra de bruces con la una Galicia que dice, «emociona como un dulcísimo llanto».
Fruto de su visita por el noroeste español, son las Aguafuertes gallegas, nacidas a imagen y semejanza de las Aguafuertes porteñas que con tanto entusiasmo esperaban los lectores de su periódico desde los albores de la década del treinta. Como su propio nombre indica las columnas de Arlt presentaban una imagen ácida y mordaz de la vida cotidiana de aquella sociedad emergente y en proceso de reescritura que se extendía en la orilla occidental del Río de La Plata. Sus gemelas, las gallegas, tienen con Galicia la misma fuerza crítica, enaltecedora en las virtudes e impasible en los defectos, que sus pares.
En ellas hay lugar y momento para resaltar la fortaleza y dedicación al trabajo de sus habitantes, la indomabilidad y bravura de su naturaleza, la belleza y sufrimiento de sus jóvenes «viudas por la emigración», la condición fantástica y supersticiosa de sus bosques y leyendas, el hermetismo de las calles angostas y oscuras de Santiago de Compostela, la frialdad y tristeza de su lluvia eterna, la lucha encarnizada contra el océano en las caza de sus pulpos o la alegría desbordante y colorida de la fiesta de Os Caneiros en Betanzos.
Roberto Arlt
ePub r1.0
Un_Tal_Lucas 24.05.15
Roberto Arlt, 1997
Editor digital: Un_Tal_Lucas
Imagen de portada: Campesina con niño, Alfonso Rodríguez Castelao
ePub base r1.2
E L BRUMOSO temperamento gallego es inexplicable sin el paisaje, como la dulzona psicología andaluza es ininterpretable, si no acudimos a las raíces moriscas, salvadas de los rescoldos de todas las hogueras inquisitoriales.
El folklore gallego es tan rico como el nórdico. Y, además, semejantísimo. El paisaje quebrado, agreste, delicado, horizontalmente recortado por el mar que se mete entre hendiduras y verticalmente penetrado por honduras de cielo y de bosque, es el origen de la astral espiritualidad galaica, que en el campesino se traduce en numerosas leyendas y supersticiones de carácter poético para el civilizado, y místico para el que las vive.
La escenografía gallega está poblada de espíritus. Si no existieran leyendas habría que inventarlas. En determinadas circunstancias, la espiritualidad es una consecuencia de las exigencias estéticas del temperamento. Y el temperamento, producto del medio ambiente.
Tan es así, que el campesino gallego ha poblado las «veigas», los «soutos», los «piñeiros». Ya lo dice el verso popular:
A San Andrés de Teixido
o que non vai de morto
vai de vivo.
La imaginación del campesino no se ha detenido en este umbral. Los espíritus de los muertos revisten múltiples apariencias. A veces no son serpientes, sino mariposas blancas, si han recibido el perdón de sus pecados; negras si aún viven en penitencia. Otra es la abeja. «Mataches unha abella. Tes sete anos de penitencia». El que mata una abeja tiene siete años de penitencia.
En este panorama de montañita, coronada de bosques ovalados, con cascadas de agua, las almas de los muertos merodean como en vida. Las encrucijadas, los bardales, el camino hacia los viñedos, el sendero que se abre en el bosque, el fondo de los lagos que reflejan ciudades lacustres o las ciudades de nubes del espacio, están poblados de almas de muertos. Por la noche no se barre el fuego que arde en la losa de granito, bajo la campana de piedra de la enorme cocina, porque en la obscuridad acuden las almas de los muertos a calentarse. Los ruidos misteriosos que producen la polilla en los muebles, la madera reseca, las juntas de las vigas, son voces de almas de muertos.
Los aerolitos que pasan, las estrellas fugaces, son también almas de muertos.
La «meiga» o sea la bruja, es un ser malvado, de cuidado. En los bosques viven hadas, «boas fadas», «malas fadas», la que chupa la sangre de los niños, la vampiro. Para evitar su embrujo, es necesario quemar el pelo de la criatura que se teme atacada por la «zugona» en una encrucijada, a media noche.
Las fuentes de aguas también están pobladas de espíritus. En el día de San Juan, el que no tema «a os encantos» y beba agua de nueve fuentes distintas, a media noche, podrá curar el bocio.
¿Se ha detenido aquí la imaginación del campesino gallego rodeado de una naturaleza sustantivamente poética, y que puebla su imaginación de medias luces wagnerianas? No. Los espíritus se encuentran en todas partes. Pueblan la casa, merodean en torno de la «eira»; revolotean en torno de la «gramalleira», la cadena que pende en el centro del hogar y de la cual se suspende la marmita sobre el fuego. Unos, como los demonios de Hoffmann, lo echan todo a perder, hacen diabluras y se denominan «perello», o sea el trasgo clásico; otros, como «o tardo», acuden al durmiente, le sugieren pesadillas o sueños desagradables.
Los castillos de piedra, de las montañas; los menhires levantados por los primitivos gallegos, las ruinas romanas y druídicas, íntegramente el paisaje gallego, está poblado de espíritus y de hechizos. Estéticamente, psicológicamente, el espíritu, los hechizos, los demonios, son las formas humanas, en que el ser viviente puede traducir con palabras la emoción de belleza que le produce el paisaje, la «fontela», el bosque, el valle obscuro, la montaña, el castillo donde merodea la «dama Gelda».
El ensueño es inevitable en el fondo del paisaje gallego. El prodigio, su razón de ser. Hay curas que gozan fama para exorcizar las terribles tempestades, participan de condiciones del brujo cristiano. Cuando amenaza una gran tormenta, se les va a buscar a las aldeas, donde ejercen su curato.
Y es que en este paisaje diabólicamente fantástico, el temperamento más razonable y frío termina por dejarse captar por los espíritus de la naturaleza, y termina por creer en ellos. Yo diría, parodiando las palabras de otro escritor, que este paisaje es un secreto que no se puede comunicar a nadie. En cuanto se abandona la ciudad, y se entra en él, el prodigio comienza, al punto que uno piensa que las primitivas fuerzas de la tierra están aún en la superficie del panorama gallego.
ROBERTO EMILIO GODOFREDO ARLT (Buenos Aires, 26 de abril de 1900 - ibídem, 26 de julio de 1942). Roberto Arlt se esforzó por crear confusión respecto a la fecha original de su nacimiento encontrándose así en distintas biografías las fechas 2 o 7 de abril de 1900. En su partida de bautismo y en la de nacimiento expedida por el Registro Civil consta como fecha de nacimiento el 26 de abril de 1900. Hijo del prusiano Karl Arlt y de la nacida en Austria Hungría Ekatherine Iostraibitzer, un par de inmigrantes pobres recién llegados al país, su infancia transcurrió en el barrio porteño de Flores. En el ambiente familiar se hablaba alemán, tuvo dos hermanas que murieron de tuberculosis (una a temprana edad y la otra, Lila, en 1936). La relación con su padre estuvo signada por un trato severo y poco permisivo o directamente sádico. Roberto Arlt siempre recordó que, cuando él era niño, su padre ante cualquier supuesta falta le decía: «Mañana cuando amanezca te voy a azotar», y Roberto Arlt no podía dormir en casi toda la noche ya que se fijaba en el reloj de su cuarto esperando los golpes que a la madrugada le propinaría el padre. La memoria de su padre aparecerá en futuros escritos. Fue expulsado de la escuela a la edad de ocho años y se volvió autodidacta. Trabajó en un periódico local, fue ayudante en una biblioteca, pintor, mecánico, soldador, trabajador portuario y manejó una fábrica de ladrillos. En 1926 escribe su primera novela
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