Los hijos son el proyecto más importante en la vida del ser humano. Desde mucho antes de su concepción establecemos pautas y expectativas de cómo será la crianza de este nuevo ser. Emprender la labor de ser padres no es tarea fácil, por lo que el reconocido psicólogo venezolano César Landaeta nos brinda en Nadie nos enseñó a ser padres, una provechosa guía, que abarca los aspectos más importantes de la formación del niño, desde la elección del nombre hasta su entrada en la adolescencia.
«César Landaeta descubrió que su vocación terapéutica también podía plasmarse en forma de libro; desde entonces, no ha dejado de escribir páginas llenas de humor y sabiduría, que acercan a los lectores a la psicología de una forma comprensiva y útil para la vida cotidiana.»
También es bueno amar, porque el amor es difícil. Tener amor un ser humano por otro; esto es quizás, lo más difícil que se nos ha encomendado; es lo supremo, la última prueba y examen, el trabajo ante el cual, todos los otros trabajos no son más que preparación.
Introducción
En una de sus más hermosas canciones, “Esos locos bajitos”, el cantautor Joan Manuel Serrat asegura que uno llega a ser padre “sin conocer el oficio y sin vocación”.
Evitando el extremo de tomar a la poesía como una verdad científica, lo cierto es que cada día, cuando uno analiza la forma en la cual la mayoría de los seres humanos asume el rol de la paternidad, puede comprobar lo acertado de tal afirmación.
Poco es en verdad, lo que sabemos los humanos sobre eso de ser padres. Ciertamente, antes de traer un nuevo ser a este mundo, el rol que hemos asumido por muchos años ha sido básicamente el de hijos. Es decir, que lo que tenemos en nuestro repertorio de conocimientos sobre el oficio parental, es lo que hayamos vivido desde la posición “subalterna” de la díada, padre – hijo.
Pasamos un largo tiempo (niñez y adolescencia) obedeciendo órdenes o rebelándonos a ellas; recibiendo beneficios sin que necesariamente nos sintiéramos obligados a retribuirlos y siguiendo patrones predeterminados por nuestra familia.
Aprendimos a trancas y barrancas, de lo que nuestros padres hicieron con nosotros, de lo observado en la vida de nuestros amigos, o de lo que vimos en el cine o en las series de televisión. Pero en realidad, no tuvimos el chance de saber a ciencia cierta, qué nos demandaba un trabajo de tanta trascendencia y por eso, cuando nos toca enfrentar nuestra propia tarea parental, no nos queda sino recurrir a la improvisación o lo que a veces es peor, a la repetición.
Irónicamente, el arte más exigente del mundo, queda basado en el azar.
Algunos de quienes no se permiten pensar sobre lo que están haciendo, se amparan bajo la cómoda consigna, de: “Así me criaron a mí… y mis padres no se equivocaron puesto que me hicieron una persona de bien”; mientras que otros, al verse atrapados en una situación que no saben manejar, se quejan amargamente apelando a otra frase hecha:
- Nadie nos enseñó a ser padres.
Tal vez, siendo benevolente, uno podría admitir el primero de esos slogans como una excusa plausible para la mala práctica parental. Después de todo, lo que uno aprende de cierta manera, tiende a repetirlo sin mayores modificaciones, en la creencia de que funcionará tal como lo hizo en su momento, aun cuando los tiempos, las circunstancias y los personajes hayan cambiado.
No obstante, el frío análisis de la relación costo–beneficio, debería ser una de las variables a considerar en el momento de examinar si un patrón de crianza ha sido adecuado o no.
Convendría preguntarles a los padres que se acogen a los principios mencionados, si no se habrían podido lograr iguales o mejores resultados con menos esfuerzo y sufrimiento.
¿Ha considerado usted, querido lector, este último detalle?
Quienes estiman como una buena práctica la repetición o la improvisación, ¿No estarán olvidando los malestares que la crianza de la obediencia ciega y el látigo dejan en quienes la reciben? ¿Se habrán planteado que, quizás a sus padres les haya hecho falta alguna guía para conducir razonablemente a sus hijos?
Pues, de eso se trata esta obra.
La idea central que animó el proyecto de proveer a quienes emprenden la labor de formar nuevos seres humanos con una guía útil de trabajo, es la certeza del desamparo en que se encuentra la mayoría y en la desazón que muchos sienten por temor a no tener buenos resultados.
Naturalmente, en el fondo de mi ser estoy convencido de que no hay - ni habrá - un manual de técnicas infalibles para formar hijos sanos, ya que la última verdad reside en ellos.
Son aquellos a quienes queremos formar, los destinados a enseñarnos el oficio de ser padres, aun cuando por mucho tiempo hayamos pensado que era al revés.
A esos niños y jóvenes que tenemos bajo nuestro cargo, es a quienes hay que observar y escuchar, para adquirir el mejor aprendizaje posible.
Entonces, esta obra no es un instructivo basado en verdades absolutas, sino más bien una herramienta para prestar más atención a lo que tratan de decir sus hijos y formar con ellos un equipo orientado hacia la excelencia.
En ella, intento compartir información destinada a hacerle reflexionar, no sobre el trabajo artesanal de ser padre (que ya de por sí es una gran empresa), sino, sobre el refinado y sutil arte que le subyace: El de fabricar seres humanos saludables.
Algo así como la simbólica imagen de un dios clemente y sabio, diseñando el prototipo de un ser “a su imagen y semejanza”.
En mi humilde opinión, tal es la verdadera esencia de una profesión que se asume desde el momento mismo en que un espermatozoide, fecunda a un óvulo femenino.
Para que la alusión a un dios creador no se preste a confusión y usted llegue a pensar que se le ha otorgado el don superior de la omnipotencia, le regalo un pensamiento preventivo:
No necesitamos seres todopoderosos o padres perfectos. Debemos aceptar que, a pesar de nuestros buenos deseos, estamos expuestos a que algo nos salga mal.
Nuestro ejercicio de la paternidad, solo nos demanda hacer el trabajo encargado de la mejor manera posible, tratando de minimizar los riesgos de equivocación.
De aquí se deduce que estas páginas no están dirigidas a estimular la formación de ángeles celestiales sino, dicho más terrenalmente, a instruir a verdaderos “profesionales de la familia”. A formar líderes eficientes, que ejerzan su oficio con inteligencia, pero con la humildad necesaria para reconocer sus faltas y corregirlas.
Me gusta pensar en el sistema familiar como una empresa que debe funcionar al máximo de su eficiencia, la cual compite en el mercado con el mejor producto que se pueda desear. Pero para ello, debe contar con técnicas modernas y prácticas que garanticen un mejor manejo que aquel que nos dejaron nuestros antepasados.
Estoy convencido de que si usted ha adquirido esta obra, es porque coincide con ese anhelo y desea convertirse en un ejecutivo moderno de la empresa familiar y ejercer su rol tal como ella lo requiere.