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Francisco Umbral - Diccionario de Literatura

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Francisco Umbral Diccionario de Literatura
  • Libro:
    Diccionario de Literatura
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    ePubLibre
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  • Año:
    1995
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ABERASTURI (Andrés).

Escritor y periodista que ha frecuentado sobre todo la televisión. Autor de un único e interesante libro. Uno de los pocos intelectuales españoles que se asoman con éxito a los medios audiovisuales. A este éxito contribuye su singular personalidad humana. Lleva dentro, reprimido por la timidez literaria, un escritor en la línea de Woody Allen, que todavía tiene que dar mucha prosa. En realidad es un lírico.

ACACIO (Jesús).

Boticario y rojo. Poeta. Tenía la farmacia por Tetuán de las Victorias y vendía condones cuando estaban prohibidos. Autor del importante e ignorado Cancionero de la Sagra.

AGUIRRE (Jesús).

Santander. Duque de Alba. Sermones y otras moradas, y como un polvo de siglos en la melena negra, hombre encanecido de bibliotecas, el oro de los quevedos de ilustrado, ilustrado que es a la vez jesuita y volteriano, hombre a medias, repartido en malicias y saberes, sonrisa de tabaco y una leontina de plata sobre el vientre que no tiene, sobre el chaleco señor, sin fantasías.

Los versos y las prosas, el confesonario y la editorial, se hizo teólogo en Alemania, pero tenía el corazón transido de París: el esnobismo, el spleen, todos los anglicismos que París hizo suyos, un Pascal vestido de británico, un Pascal que sermonea, como el otro, pero desdice con la vida sus sermones. Se sermonea a sí mismo y se divierte. Ríe mucho, con dientes viejos y ojos alertísima.

Las Academias y los Títulos, las mayúsculas en general, el último prófugo de la Escuela de Frankfurt pasado al volterianismo de derechas, al proustianismo de izquierdas y a los veraneos tórridos Marbella/Madrid, para la prensa del corazón y de la vagina, filósofo en cuatricromía, el personaje más «Guermantes» del pequeño Guermantes de Madrid.

Y una prosa que arrastra todo eso, una gran prosa prófuga, o de prófugo, que deserta de teologías y filosofías (él, traductor de Adorno y Benjamin), que hace de la cultura un minué, como en el XVIII hicieron del minué una cultura. Liria, con él dentro, es más Versalles que nunca. Una prosa, decíamos, de alusión y elusión, de chiste, idea, anécdota, ironía, de calidad y Diderot, que va dejando paradojas por las tertulias donde se murmura de él. Gran prosa, curioso hombre un escritor que es rehén de un duque.

Y de una duquesa.

ALAS (Leopoldo).

Perteneciente, sin duda, a la numerosa tribu literaria del gran escritor asturiano, es como el nieto maldito de Clarín pasado por Juan Cueto. Columnista, mondain y boulevardier, está siempre en la última movida madrileña, en la noche mil y uno.

Escribe con naturalidad y gracia, exhibiendo a veces un saludable tono trallero. Bibliografía: De Descuentos a Hablar desde el trapecio (clara alusión ramoniana). Nueve libros de cuentos, poemas, ensayo, humor, novela, teatro, charlas y artículos. Se recomienda su novela Bochorno. De noche suele salir con mamá, lo que le hace un eterno hospiciano de la literatura. También practicaban madres los Panero y los Haro.

ALBIAC (Gabriel).

En la línea de los nuevos filósofos españoles, no incurre en el pensamiento débil, pero su agnosticismo progresivo sobre el mundo y la historia (influencia de Cioran en el culto teórico al suicidio) nos permite definirle como un filósofo post. Cada una de sus columnas es un canto a la Nada. Moralista posterior a la moral. A Cioran sólo lo sostiene el estilo. Un juego peligroso en el que Albiac puede perder, porque es más honesto. Cuando hago esta nota Cioran ha muerto.

ALCÁNTARA (Manuel).

En el verso Manuel Machado y en la prosa González-Ruano. Así empezó. Hoy es un poeta de sí mismo, malagueño universal callado, bebedor universal discreto, y todo lo que hace —verso, prosa— tiene una fijeza mental de hombre que no se deja llevar a la cama por su musa, de creador que escribe, no con los cinco sentidos, sino con el inesperado sentido común de la paradoja, la metáfora, la sentencia, el rasgo de un humor frío, personal, indiferente y gentil. Muy popular en los sesenta/setenta, se ha convertido en un «raro», por propia voluntad. Sólo dice su verdad a quien con él va. O ni eso. Hay que leerle y callar. Hay que leerlo y recordar.

Hay que leerle y morir (un cuarto de hora).

Cada día se parece más a su bigote.

ALDECOA (Ignacio).

Vasco de Vitoria. Se manifiesta en lo que pudiéramos llamar la segunda generación de posguerra (Sánchez Ferlosio, Fernández Santos, la propia Josefina Aldecoa, su mujer). Principia publicando cuentos en revistas universitarias del SEU, el sindicato falangista de estudiantes, pero pronto se vería, en sus escritos y conducta, que no era precisamente ésa su filiación política. Llegó a pastorear, siendo ya famoso (aunque su fama nunca fue mucha), algunos grupos de estudiantes maoístas, que él llamaba irónicamente «los chicos del contexto».

Entre sus libros de relatos se cuentan El corazón y otros frutos amargos, Víspera del silencio, etc. En la revista, en el periódico, en el libro, Aldecoa va perfilando su concepto del relato corto, su concepción de éste como una pequeña obra maestra, como una «inmensa miniatura», que se dijera de otro escritor. Digamos que Aldecoa no tenía una facilidad innata para el castellano, por su origen vasco, pero a partir de esa cierta dificultad va concretando, poco a poco, una prosa detenida, exacta, realista, poética, quieta, dura y sugerente, sobria y magistral.

En cuanto a la estructura del cuento, prescinde pronto del final sorpresivo (digamos «sorpresivo», aunque sea latinoché), que en España se consideraba sagrado, la clave de este género. Pero Aldecoa lee mucho a los norteamericanos, aprende de la sobriedad macho de Hemingway, que también frecuenta este saludable hábito de no convertir el cuento en una charada con solución final. El suspense debe estar ya en toda la narración, desde el principio, y no debe dejarse ingenuamente para el final, como hacían Maupassant y todo el XIX.

Hemos citado a Hemingway, pero uno se atrevería a decir que la prosa de Aldecoa, la escritura, el estilo, alcanzan mayor calidad de joya rústica que en el norteamericano, incluso. Nadie hacía así el cuento en España ni lo ha vuelto a hacer, pero como es género editorial de poco rendimiento, esto le trajo a Ignacio una cierta marginación que respetaba su gloria, pero en vano.

En cuanto a los críticos, esos «escritores aplazados», como dice Barthes, tendían a sugerir que el que hacía sólo relato corto es porque no reunía aliento suficiente para la novela (es mucho más difícil el género menor que el mayor). Pero Aldecoa hizo novelas, pienso que sobre todo para probar al personal que también podía, y de qué manera: Con el viento solano, El fulgor y la sangre, Parte de una historia, Gran Sol. Aldecoa se consagra como narrador estricto, rico, sabio, profundo, moroso. Sus novelas no son cuentos alargados, pero tienen el mismo apresto estilístico, inconfundible ya, y el mismo tempo que sus cuentos.

Sobre este gran maestro ha caído un silencio brutal, torpe, porque las modas han cambiado y el realismo está lejos. Yo diría que Ignacio Aldecoa es un Proust de la miseria, el trabajo y los oficios. Un escritor de la raza de los demorados, que es la proustiana. Revoluciona el cuento y acaba con los clarines y otras especies escolares. Ignacio era hombre de pelo caído, estudiantil, y sonrisa desnivelada y triste, la sonrisa del que va a morir pronto. Le fascinó un primer cuento mío. Le di el libro entero y no me lo publicó «porque todos los cuentos eran iguales». A pesar de eso le quiero. Seguramente tenía razón. Cuando publiqué un libro de cuentos a la manera mágica (García Márquez), me dijo: «¿Para qué te vas a fingir loco, si no lo estás?». Sólo salvó un cuento, el más realista, claro, el más aldecoiano.

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