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Montejo - Los abrazos oscuros

Aquí puedes leer online Montejo - Los abrazos oscuros texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2016, Editor: Penguin Random House Grupo Editorial España, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Montejo Los abrazos oscuros
  • Libro:
    Los abrazos oscuros
  • Autor:
  • Editor:
    Penguin Random House Grupo Editorial España
  • Genre:
  • Año:
    2016
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Los abrazos oscuros: resumen, descripción y anotación

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Aunque queramos encerrarlo bajo llave, el pasado siempre vuelve y se cobra su precio. Julia Montejo nos sorprende con una novela donde el deseo, la intriga y el suspense se instalan en la vida de una mujer felizmente casada. Vista desde la media distancia, mientras camina por las calles de Madrid o desayuna en la cocina de su casa, Virginia parece una mujer confortablemente asentada en una vida que ella misma eligi©đ despu©♭s de a©łos de aventuras: ahora tiene a Alex, un marido estupendo, dos hijas peque©łas que la adoran y un proyecto profesional que llena sus d©Ưas. Hace falta acercarse un poco m©Łs para descubrir en su mirada un hambre extra©ła, que no se sacia con besos y caricias al uso. Daniel, un hombre que lo esconde casi todo detr©Łs de unas gafas de concha y un traje de corte impecable, intuye que las ganas de Virginia vienen de lejos, y desde la misma noche en que se encuentran sabr©Ł c©đmo domarlas. Sus m©♭todos quiz©Ł parezcan ins©đlitos, pero las cartas est©Łn en la mesa y el juego nos llevar©Ł lejos, hasta la infancia de Virginia en una ciudad del norte, en un barrio obrero donde las casas parecen c©Łrceles y quien huye siempre paga un precio. ℗Vali©đ la pena marcharse, olvidar quienes fuimos, traicionar los recuerdos para salvar solo aquellos pedazos de vida que muestran lo mejor de nosotros? Esas son las preguntas que recorren las p©Łginas de Los abrazos oscuros de Julia Montejo, una novela que arranca en la piel de Virginia y hurga en la memoria de todos. ℗±Vamos por la vida oyendo mal, viendo mal e interpretando mal para dar sentido a la historia que nos contamos.℗Jeanette Malcolm La opini©đn de la cr©Ưtica:℗±Esta autora va aquedarse ya en el mundo de la escritura, Julia Montejo es una novelista cuajada.℗Carlos Aganzo, director de El Norte de Castilla.

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Los abrazos oscuros Julia Montejo Julia Montejo nació en Pamplona Estudió - photo 1
Los abrazos oscuros

Julia Montejo

Julia Montejo nació en Pamplona Estudió canto y piano en el Conservatorio - photo 2

Julia Montejo nació en Pamplona. Estudió canto y piano en el Conservatorio Superior Pablo Sarasate, periodismo en la Universidad de Navarra y dos másteres de Guion, Producción y Dirección cinematográfica en la Universidad de California. Vivió ocho años en Estados Unidos, trabajando como guionista y directora de cine. En Los Ángeles escribió y dirigió la película No Turning Back (Sin retorno), que cosechó numerosos premios internacionales, entre ellos el ALMA a la mejor película latina independiente.

En 2004 regresó a España y desde entonces ha vivido en Madrid, compaginando la actividad docente en la universidad con su trabajo como guionista en distintas series de televisión. Sus reportajes y artículos de prensa han aparecido en Ronda Iberia, Excelente, Diario de Navarra y El País.

Como novelista publicó Eva desnuda en 2006 y Violetas para Olivia en 2011, una obra que fue traducida y publicada por la editorial italiana Mondadori. En 2015 Lumen publicó Lo que tengo que contarte, que muy pronto aparecerá en Francia y Turquía. Los abrazos oscuros es su novela más reciente.

A Jose

Vamos por la vida oyendo mal, viendo mal e interpretando mal para dar sentido a la historia que nos contamos a nosotros mismos.

J ANET M ALCOLM

PRIMERA PARTE
1

Hubo un tiempo en el que quería estar todo el rato borracha. Los segundos presentes y los venideros se me hacían insufribles. Luchaba contra las resacas con grandes dosis de agua, ibuprofeno y, si mis compromisos profesionales me lo permitían, con más alcohol. Vino, whisky y coñac. Siempre he sentido predilección por el coñac. El auténtico, claro. Y dentro de los coñacs, los maduros, los Napoleón. Era tan conocida mi pasión por esta bebida que, en cierta ocasión, un jeque agradecido me regaló en Dubái una botella de Jenssen Arcana. No entiendo por qué el coñac se ha popularizado como bebida de hombres. Bueno, en realidad sí, pero eso merecería una reflexión que ahora no viene al caso.

Por fortuna, descubrí este placer al tiempo que mi trabajo era valorado con tanta generosidad como estupidez. El dinero llegaba como por arte de magia, y con la misma facilidad se iba. Yo, a pesar de mi éxito, estaba convencida de que no se podía vivir más intensamente, ni ser más desgraciada. Me equivocaba. Ahora soy consciente de que, en aquella época de los noventa, eran los sueños, los ideales inalcanzables, los que me estaban matando. La esquizofrenia que me producía el desempeño de mi profesión en los infiernos del planeta, y la facilidad con la que yo, y solo yo, regresaba a casa en preferente, dejando atrás seres humanos arbitrariamente castigados. O quizá no fuera el choque entre el mundo de la abundancia y el de la miseria. Quizá era solo yo. Yo y mi libertad no digerida. Y ese momento especial en que una se percata de que por sí misma, no puede. Que el mundo se mueve solo, que nadar a contracorriente solo te convierte en una mujer exhausta y desesperanzada.

Para bien y para mal, descubrí en mí el instinto genético por sobrevivir. Así fue como encontré al que se convertiría en mi marido y comenzó una etapa nueva. Plácida, segura. Alejada de la injusticia social y la pobreza, de las guerras y la maldad del ser humano. Esa que yo había denunciado una y mil veces con mi cámara, hasta sentir casi que el dolor ajeno me aburría. Me enamoré de Álex y se acabaron los viajes por los lugares más desgraciados del planeta. Poco a poco, conseguí recuperar el aliento. Y llegaron mis hijas…

Con el bienestar llegaron los acontecimientos sociales, esas fiestas siempre iguales: idénticas manos que saludan, sonrisas llenas de dientes blanqueados, a menudo enmarcados por silicona de serie y brillos de lentejuelas oscuras que celebraban pertenecer a un mundo superior. Pocos ojos. La mayoría huidizos. Ninguna mirada auténtica. No hay miradas auténticas en el club de los privilegiados, a menos que seas un completo imbécil y goces entonces de una mirada auténticamente imbécil. Aquella noche, si la memoria no me falla, estábamos invitados a la fiesta que una gran editorial había organizado en el impresionante ático de una finca regia de la Castellana. Al echar un vistazo pensé que los hombres eran idiotas. A las mujeres, por solidaridad, solo las califiqué de frívolas.

En la práctica, que los hombres me parecieran idiotas no era algo perjudicial para mi relación. Una noche, tras una cena a la luz de las velas y una botella de vino, expuse a Álex mi forma de ver al género opuesto. En resumen, a medida que pasa el tiempo, la chispa que empuja al hombre a la caza pierde consistencia hasta apagarse. Entonces solo queda el interior, desnudo, sin adornos. Y el vacío suele ser decepcionante. Es más, confesé a Álex que podía quedarse tranquilo. Si él moría, jamás volvería a casarme ni a emparejarme. Las amigas me bastarían. Lástima no ser lesbiana, terminé con un sincero suspiro que le hizo soltar una carcajada. Él me preguntó si estaba convencida de lo que decía. ¿Cómo podía estar tan segura de que jamás encontraría a un hombre interesante? Yo tenía la respuesta, hilvanada a copia de tópicos y buena voluntad. Por los hombres poco interesantes, brindó él. Después hicimos el amor.

Yo era feliz como nunca lo había sido, convencida de que por fin había encontrado mi lugar. He de reconocer ahora que los primeros años de matrimonio me habían hecho recuperar algo de la ciega ingenuidad con la que abracé la profesión de fotógrafa cuando era joven. Confiaba en mí, en él. En la familia que habíamos construido. Indestructible. O sumamente frágil, como todo lo que de verdad vale la pena.

Pero volviendo a la fiesta…, una dichosa fiesta igual a tantas otras. ¿Qué cambió esa noche el curso de ese camino sin trabas que yo tan conscientemente había elegido? Fue el deseo, o más bien ese hormigueo extraño que anuncia el deseo, y entró por donde más le convenía: por la piel.

Una mano blanca y fuerte, acostumbrada a los saludos profesionales, emergió del bullicio de la fiesta. Creo que fue el anfitrión quien nos presentó. No estoy segura. Lo que sí recuerdo es que el primer encuentro tuvo cierta solemnidad. Nuestro presentador quería dejar patente que aquel hombre no era un cualquiera, y sin embargo, él parecía empeñado en pasar desapercibido. Llevaba una americana clásica, camisa blanca sin corbata. Tenía el rostro cuadrado y armonioso, y una barba cuidada sin excesos. El vino y el bullicio no consiguieron protegerme de una mirada azul de ojos grandes y líquidos, tras unas gafas de hipermétrope. Por supuesto tenía que ser así. Él ya me conocía, había pensado en mí y realizado algunas pesquisas, o eso dijo. Yo irradiaba seguridad. Había logrado volver a sentir satisfacción con la fotografía sin jugarme mi felicidad familiar, simplemente estudiando mi entorno. Con la cámara veo lo que otros no ven, y siempre hay mucho que explorar a nuestro alrededor. Mi presencia levantaba curiosidad y expectación. Mi marido saludaba, orgulloso de mí. Disfrutando de mi éxito. Le cogí la mano, y entrelazamos los dedos sin dejar de saludar. Amigo, amante, apoyo sin condiciones. De hecho, por muy buenas que fueran mis fotos, sabía que sin él no hubiera estado en aquella fiesta aquella noche. Antes de casarme, solo se me conocía en el mundo del periodismo pero ahora me dedicaba a la fotografía artística.

Álex no percibió nada, y él era habitualmente el primero en notar el interés de otros hombres hacia mí, pero en aquella ocasión, su instinto de protección falló. La primera grieta en nuestro sólido y rígido paraíso apareció cuando extendí la mano hacia el desconocido y acepté su tarjeta. Más aún, como no podía corresponderle con una mía, él me pidió que le enviara un correo electrónico para mantenernos en contacto. Todo correcto aunque presentí cierta urgencia y también cierta necesidad de que, en su petición, hubiera testigos de por medio, como para garantizar su interés meramente profesional. Sin embargo, no se me escapó una mirada entre todas las miradas que, rebotada en un espejo en penumbras, se dirigía con intensidad y curiosidad a mi marido.

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