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Virginia Woolf - Un cuarto propio

Aquí puedes leer online Virginia Woolf - Un cuarto propio texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1929, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Virginia Woolf Un cuarto propio
  • Libro:
    Un cuarto propio
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1929
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Un cuarto propio: resumen, descripción y anotación

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Publicada en 1929, «Un cuarto propio» (título que proviene de la terminante opinión que expresa la autora al principio del volumen: «para escribir novelas, una mujer debe tener dinero y un cuarto propio») trata, básicamente, de la relación entre la condición femenina y la literatura, desde el punto de vista de una de las mejores y más singulares escritoras del siglo XX, Virginia Woolf (1882-1941), que volcó en cada una de sus páginas su inconfundible sensibilidad, el acervo de sus vivencias y su particular subjetividad. Obra en la que ­según Jorge Luis Borges, autor de la traducción­, «alternan ensueño y realidad y encuentran su equilibrio», «Un cuarto propio» es una lectura inolvidable para todo aquel ­sea hombre o mujer­ interesado por los siempre sutiles vínculos entre vida y creación artística.

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Publicada en 1929 Un cuarto propio título que proviene de la terminante - photo 1

Publicada en 1929, Un cuarto propio (título que proviene de la terminante opinión que expresa la autora al principio del volumen: «para escribir novelas, una mujer debe tener dinero y un cuarto propio») trata, básicamente, de la relación entre la condición femenina y la literatura, desde el punto de vista de una de las mejores y más singulares escritoras del siglo XX , Virginia Woolf (1882-1941), que volcó en cada una de sus páginas su inconfundible sensibilidad, el acervo de sus vivencias y su particular subjetividad. Obra en la que según Jorge Luis Borges, autor de la traducción, «alternan ensueño y realidad y encuentran su equilibrio», Un cuarto propio es una lectura inolvidable para todo aquel sea hombre o mujer interesado por los siempre sutiles vínculos entre vida y creación artística.

Virginia Woolf Un cuarto propio ePub r10 Daruma 050414 Título - photo 2

Virginia Woolf

Un cuarto propio

ePub r1.0

Daruma05.04.14

Título original: A Room of One’s Own

Virginia Woolf, 1929

Traducción: Jorge Luis Borges

Diseño de portada: Daruma

Editor digital: Daruma

ePub base r1.0

VIRGINIA Notas 7 Para unos pocos amigos y para tus pesares canta Los - photo 3

VIRGINIA Notas 7 Para unos pocos amigos y para tus pesares canta Los - photo 4

VIRGINIA

Notas

[7] Para unos pocos amigos y para tus pesares, canta. / Los bosques de laurel no son para ti; / Sean lo bastante oscuras tus sombras que ellas te basten.

Capítulo 1

P ero, dirán ustedes, nosotros le pedimos que hablara sobre las mujeres y la novela. ¿Qué tendrá eso que ver con un cuarto propio? Intentaré explicarlo. Cuando me pidieron que hablase sobre las mujeres y la novela me senté en la orilla de un río y me puse a pensar lo que esas palabras querrían decir. Podían significar simplemente unas observaciones sobre Fanny Burney; otras sobre Jane Austen; un tributo a las Brontë y un esbozo de la casa parroquial de Haworth bajo la nieve; algunas eventuales ironías sobre Miss Mitford; una respetuosa alusión a George Eliot; una referencia a Mrs. Gaskell y asunto concluido. Pero repensándola bien, la empresa no me pareció tan sencilla. El tema Las mujeres y la novela puede querer decir, y ustedes pueden querer que quiera decir, las mujeres y lo que parecen; o si no las mujeres y las novelas que escriben; o tal vez las mujeres y las novelas que se escriben sobre ellas; o esas tres cosas inextricablemente mezcladas, y esto último puede ser lo que ustedes quieren que estudie.

Pero, al disponerme a adoptar esa interpretación, que me parecía la más interesante de todas, pronto advertí que tenía una desventaja fatal. Nunca podría llegar a una conclusión. Nunca podría cumplir lo que es, entiendo, el primer deber de un conferenciante: ofrecerles después de una hora de charla una pepita de verdad pura, que ustedes envolverían en las hojas de sus libretas y guardarían eternamente sobre el mármol de la chimenea. Sólo puedo ofrecerles una opinión sobre un tema menor: para escribir novelas, una mujer debe tener dinero y un cuarto propio; y eso, como ustedes verán, deja sin resolver el magno problema de la verdadera naturaleza de la mujer y la verdadera naturaleza de la novela.

He eludido el deber de arribar a una conclusión; las mujeres y la novela son dos problemas que no he resuelto. Pero en compensación trataré de mostrarles cómo he llegado a esa opinión sobre el dinero y el cuarto propio. Voy a desarrollar ante ustedes, con toda la plenitud y franqueza posibles, el proceso mental que me condujo a ella. Si expongo las ideas o los prejuicios que respaldan esa tesis, ustedes acabarán por reconocer que ellas tienen alguna relación con las mujeres y la novela. Sea lo que fuere, cuando un tema es muy discutible —y cualquier tema donde interviene el sexo lo es— nadie puede esperar decir la verdad. Sólo es posible referir de qué modo uno ha llegado a una opinión. Sólo es posible dar al auditorio la oportunidad de formarse opiniones individuales, al observar las limitaciones, los prejuicios, las idiosincrasias del conferenciante. En este caso los hechos son menos verdaderos que la ficción. Por eso, aprovechando todas las libertades y licencias del novelista, les contaré la historia de los dos días que precedieron a mi llegada: cómo, agobiada por el peso del tema que ustedes han cargado sobre mis hombros, lo repensé y lo entreveré con mi vida diaria. No preciso decir que lo que voy a describir no tiene existencia: Oxbridge es una invención, Fernham también, «yo» no es más que un símbolo cómodo para alguien que no existe realmente. De mis labios fluirán mentiras, pero tal vez se mezclará con ellas alguna verdad; a ustedes les toca buscar esta verdad y resolver si vale la pena guardarla. Si no, claro que arrojarán el conjunto al canasto de los papeles y lo olvidarán para siempre.

Ahí estaba yo (díganme Mary Beton, Mary Seton, Mary Carmichael, o el nombre que se les antoje —todo es igual—) sentada a la orilla de un río, hace un par de semanas, en el hermoso tiempo de octubre, absorta en mi pesar. Ese yugo de que les hablé —las mujeres y la novela, la obligación de resolver de alguna manera un problema que despierta tantas pasiones y prejuicios— doblaba mi cabeza hacia el suelo. A derecha e izquierda, unas malezas coloradas y de oro, brillaban con un tinte de fuego, y hasta parecían arder con un calor igual. En la ribera opuesta, lloraban los sauces en perpetua lamentación, la cabellera desatada sobre los hombros.

El río reflejaba lo que quería de cielo y puente y árboles ardiendo, y cuando el estudiante había deslizado su bote por los reflejos, estos se juntaban de nuevo, absolutamente, como si él no hubiera existido nunca. Ahí, mientras las horas giraban en el reloj, uno podía ensimismarse en su pensamiento. El pensamiento —para darle un nombre más orgulloso del que merecía— había hundido su línea en la corriente. Oscilaba, minuto tras minuto, de un punto a otro entre los reflejos y los yuyos, dejándose levantar y hundir por el agua, hasta —ustedes ya conocen el tironcito— la brusca aglomeración de una idea en la punta del aparejo, y después la subida cautelosa y la cuidadosa atracción. Ay de mí, qué insignificante y pequeño parecía ese pensamiento mío en el césped: el pez que un buen pescador restituye al agua para que engorde, y algún día valga la pena cocinarlo y comerlo. No quiero molestarlos ahora con ese pensamiento; si se fijan bien, ya lo descubrirán en lo que diré.

Pero por pequeño que fuera, tenía sin embargo esta propiedad misteriosa: restituido a la mente, se transformó de golpe en algo muy interesante y preciso, y al hundirse y dardear y zigzaguear y chisporrotear, promovió tal remolino de ideas que me fue imposible estar quieta. Fue así que me encontré caminando con suma rapidez por un cantero de césped. Inmediatamente la figura de un hombre se me cruzó. Al principio no comprendí que esas agitaciones de un objeto rarísimo, con un frac y camisa de etiqueta se dirigían a mí. Su cara manifestaba indignación y horror. El instinto más bien que la razón vino en mi ayuda: él era un Bedel; yo una mujer. Este era el césped; aquel el camino. Sólo el Profesorado y el Magisterio pueden andar por aquí; el pedregullo es mi lugar. Esos pensamientos fueron la obra de un instante. En cuanto regresé al camino los brazos del Bedel descendieron, la cara se calmó y aunque mejor es pisar césped que pisar pedregullo, nada irreparable había sucedido. La única querella que yo pude haber entablado contra el Profesorado y el Magisterio de aquel colegio era que para proteger su césped, alisado durante 300 años, habían espantado mi pescadito.

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