Primera edición, marzo de 2014 © Raquel Cruz, 2014
© Ùltima linea, S.L., 2014 Luis de Salazar, 5 28002 Madrid
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Publicado de acuerdo con Página Tres Agencia Literaria
Diseño de cubierta: Pablo Magdalena García
Revisión de textos: Ana Belén López de la Reina García Abadillo
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Este libro ha sido impreso siguiendo las normativas: UNE — EN — ISO — 14001 de gestión ambiental UNE — EN — ISO — 9001 de gestión de calidad ISBN: 978-84-16159-01-7 Depósito legal: MA 366-2014 IBIC: FMR, FA, FRD, FT
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Printed in Spain — Impreso en España
Agradecimientos
En 2011 escribí El Arcángel De Luz y desde entonces he conocido gente maravillosa a la que hoy no puedo dejar de agradecer estas líneas. Empezando por mis primeras lectoras, que desde un principio creyeron en mí y en esta historia: Ménica Campos, María Dolores Martí, Úrsula Martínez. A Rocío Carrelón, la primera persona que conocí del mundillo literario y la primera en enseñarme tanto. A Itsy Pozuelo, porque desde que leyó mi novela se ha convertido en su seguidora más leal y siempre logra arrancarme una sonrisa con su entusiasmo. A mi querido grupito de locas, Martita Fernández, Cristina Mas, Yuliss Hale, y la maravillosa escritora María Martínez. Gracias chicas, por arroparme en tantos momentos, por creer en mí y por apoyarme. Gracias, en fin, por todo eso y muchas más cosas que no podría describir en tan solo una página.
A otras amigas que me han ayudado mucho, Enone Cantosereno, Merche Perles, Susana Eevee, Vanessa Lucas y Bea Magaña, que pulió mi novela e hizo que brillara más.
Debo agradecer igualmente a mi agente literario, Piluca Vega, por ser la primera en apostar por mí en lo profesional y a mi editor, Gonzalo Sichar, por cumplir mi sueño de ver esta historia publicada.
En lo personal quiero dar las gracias a esa persona tan especial que día a día, comparte su vida conmigo y me hace ser mejor persona. Mi Pablo. Gracias a mí tía María José, por ser mi amiga y confidente. Por suplir con una sonrisa comprensiva una parte de ese vacío. A mi abuela Flora, que me ha malcriado desde pequeña. Espero que sigas haciéndolo por muchos años más.
Y por último, a ti lector, que me has brindado horas de tu valioso tiempo y has dado vida a esta historia a través de tu corazón. Trataré de compensártelo mejorando cada día.
PREFACIO
«¿Qué diferencia hay entre el bien y el mal?, ¿entre la noche y el día?», me preguntó el ángel del abismo. La respuesta no es la carencia de un alma o la ausencia del sol. Es el silencio que trae consigo la soledad. En el interior de la Fosa, en el Valle del Olvido, no existe el eco de tu propia voz. Y empezarás a gritar tratando de arrancar una respuesta al silencio. Pero jamás sucederá, puesto que, ¿quién va a acercarse al borde de un abismo para escucharte? A los gritos le sucederá la amargura, lamerás la locura y, más tarde, en el transcurrir de la eternidad, te habrás dado cuenta de que tan solo sollozas.
PARTE I
LUCES Y SOMBRAS
¡Cómo caíste del cielo, Lucero, hijo de la mañana! Derribado fuiste a tu tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías a tu corazón: «Subiré al cielo. En lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono y en el monte del testimonio me sentaré, en los extremos del norte; sobre las alturas de las nubes subiré y seré semejante al Altísimo» Mas tú, derribado, eres hasta el Seol, a lo profundo de la fosa.
(Isaías 14:12-15)
CAPÍTULO 1
Siempre llegaba tarde al trabajo, y tenía que ducharme, vestirme y tomar el café en un tiempo récord. Apagué el despertador por quinta vez y me deslicé fuera de la cama. Luego, arrastré los pies hasta el aseo sin dejar de bostezar. Tenía el pelo hecho una maraña de nudos. Se me enredaba con facilidad debido a los rizos, y era horrible meter el cepillo dentro. Decidí dejarlo para después de la ducha, aprovechando que, mojado, sería menos complicado. Pero aun así me llevó más tiempo del que podía permitirme, que era ninguno, y pasé de mi pelo para correr frenética de un lado para otro de la habitación buscando qué ponerme. El desorden también formaba parte de mi vida y era algo que no iba a cambiar nunca. Suponía la típica tara que te acompañaba desde tu nacimiento hasta tu muerte, y yo había nacido bajo la estrella del caos.
Terminé de vestirme y abrí la puerta de la habitación sin quitarle la vista al reloj de pulsera.
—Dana, no puedo creerme que sigas aquí —me dijo Laura—. Hoy batirás un nuevo récord.
—Lo sé. ¿Podrías acercarme tú?
Laura suspiró.
Lo imaginaba. Vamos, o a este paso yo también llegaré tarde por tu culpa.
Laura era mi amiga desde la infancia. Era más que eso, era casi mi hermana mayor, porque me llevaba cuatro años.
Habíamos sido vecinas de pequeñas y compañeras de colegio y de instituto. Luego ella se marchó a estudiar a la facultad de Derecho y, más tarde, yo entré en Periodismo. No fue hasta hace un tiempo cuando, a mis veinticinco años de edad y asentada en mi profesión, decidimos vivir juntas para compartir gastos. Y nos trasladamos a un pequeño piso, ubicado en la ciudad de Valencia.
Laura estacionó frente a mi trabajo sin llegar a parar el motor.
—¿Luego tomamos algo? —preguntó comprobando su imagen en el espejo retrovisor. Muy propio de ella.
—¿En el local de siempre?
—Sí.
—Vale, nos vemos allí —respondí sin entretenerme más tiempo.
Cerré la puerta con un golpe seco y me dirigí a toda prisa hacia la entrada de la redacción.
Una vez arriba, observé que mis compañeros ya se encontraban delante de sus mesas de trabajo y con el ordenador encendido. Como debía estar yo, si no hubiera llegado media hora tarde. Intenté acceder con disimulo a mi lugar de faena para no ser descubierta. Un zulo miserable que encima tenía que compartir con el becario, Iñigo.
Este me esperaba en mitad del pasillo disfrutando del espectáculo de verme agazapada en cada esquina.
—¡Dana! —me saludó con su habitual alegría cuando llegué a su lado—. Por fin apareces.
—Shhli —le silencié—. ¿Se ha dado cuenta? —pregunté vigilando alrededor.
En ese momento, se escuchó el sonido de la puerta contigua abriéndose.
—¡Román, llegas tarde! —gritó Don Urraca desde su despacho y volvió a encerrarse dando un fuerte golpe.
—Ahora sí—respondió Iñigo.
Resoplé irritada.
El señor Santana estaba al mando del pequeño periódico local —El Diario La Fuente— donde trabajaba como periodista.
Siempre que se enfadaba conmigo me nombraba por mi apellido porque sabía que detestaba las formalidades. Pero su verdadera intención era desquitarse del mote con el que yo le había hecho famoso en la redacción, Don Urraca; debido a su fijación por coleccionar objetos valiosos o llamativos que se compraba a costa de racanearnos el presupuesto en los reportajes y llorarnos el sueldo.
Me senté delante del ordenador, con Iñigo justo en la mesa de al lado. Estábamos aislados del resto de la oficina, como parte de un castigo más de
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