Annotation
La beatificación de los dos videntes Francisco y Jacinta despertó en el mundo entero un vivo y bien justificado interés por todo cuanto se refiere al mensaje de Fátima. Historiadores, autores espirituales, teólogos y biblistas intentan profundizar sobre el mensaje sin agotarlo; siempre es posible extraer de su riqueza cosas nuevas y viejas como sucede con el Evangelio, del que Fátima es síntesis. El libro de Manuel Fernando Sousa e Silva es una clara muestra de lo anteriormente dicho. Fátima, en su plenitud, es Dios en la Historia de la Humanidad. No se puede describir la historia del siglo XX sin una referencia obligatoria a los acontecimientos de Fátima, como dijo un día Juan Pablo II. Manuel Fernando Sousa e Silva nació en San Lourenço de Sande, Guimâraes, Portugal, en 1932. Estudió en el seminario de Braga donde fue ordenado sacerdote en 1956. Doctor en Derecho Canónico, es profesor de esta disciplina en la Universidad Católica de Lisboa. Considerado como uno de los mejores expertos en el mensaje de Fátima, ha publicado numerosos artículos en diversas revistas. Director de la revista de liturgia y pastoral “Celebraçao litúrgica”, en la que colabora desde su fundación, en 1970. Su libro más reciente se titula “Caminhos de amor (Descoberta do projecto pesoal de vida)”.
LOS PASTORCITOS DE FÁTIMA
Título Original: Pastorinhos de Fátima
Traductor: Santiago y González, Manuel de
©2003, Sousa e Silva, Manuel Fernando
©2008, Homo Legens, S.L.
ISBN: 9788493643393
Generado con: QualityEPUB v0.23
PRÓLOGO
La beatificación de los dos videntes Francisco y Jacinta despertó en el mundo entero un vivo y bien justificado interés por todo cuanto se refiere al Mensaje de Fátima.
Historiadores, autores espirituales, teólogos, biblistas,… intentan profundizar sobre el Mensaje sin agotarlo; siempre es posible extraer de su riqueza cosas nuevas y viejas (cf. Mt 13,52), como sucede con el Evangelio de quien Fátima es síntesis.
El libro de Manuel Fernández Sousa y Silva que ahora ve la luz es una clara muestra de lo anteriormente dicho.
Publicista de múltiples facetas, el autor es, en este libro, sobre todo historiador y cita con amplitud las fuentes, como el lector podrá comprobar.
Comienza mostrando el hogar cristiano donde nacen los pastorcitos: fueron los padres los primeros educadores con la palabra y el ejemplo, constituyendo en realidad la «iglesia doméstica», «madre y maestra».
Cuando parece que fuerzas poderosas se confabulan para destruir la familia, célula base de la Iglesia y de la sociedad civil, nos hace bien respirar esta bocanada de aire fresco que emana de estos hogares-modelo.
Permítaseme aludir aquí a una entrevista con Ti Marto, padre de Francisco y Jacinta, siendo yo un joven sacerdote. Entre otras cosas, le pregunté si le había sido fácil creer en lo que sus hijos le contaban acerca de las Apariciones de la Santísima Virgen en Cova da Iría. Respondió con serenidad y calma, como pensando las palabras: «Mi mujer no dejaba en paz a los niños, insistiéndoles para que le dijesen de qué les había hablado Nuestra Señora. Jacinta un día se adelantó a decirle: si madre viese lo que nosotros vimos pasaría toda la vida llorando. Yo, continuaba Ti Marto, oía, callaba y pensaba: los hombres empeñados en acabar con Dios (vivíamos en pleno jacobinismo, entonces) y —dijo poniendo la mano en la frente— «esta es la respuesta de Dios».
Así era en efecto: Fátima, en su plenitud, es Dios que viene al encuentro del hombre, en su deseo de salvarlo. Es una nueva intervención de Dios en la Historia de la Humanidad. No se puede hacer Historia del siglo XX sin una referencia obligatoria a los acontecimientos de Fátima, dijo un día Juan Pablo II.
De todas partes llegan a nuestros oídos gritos desesperados. El suicidio se convierte en un suceso banal. Terrorismos de ayer y de hoy colocan a la humanidad en situación de alarma.
Más alto debe ser, pues, nuestro grito de esperanza. Para ello no nos faltan motivos: el siglo XX fue por excelencia el siglo de los mártires: decenas de millones, en número superior a los de siglos precedentes.
La profecía de Fátima —los buenos serán martirizados— se cumplió más allá de toda previsión. Tanta semilla enterrada no puede quedar infecunda. Dios, supremo conductor de la Historia, ha de bendecir el trigal, de modo que produzca abundante fruto.
Nuestra esperanza de hijos de Dios será la semilla de la nueva humanidad. En el mensaje de Fátima, la paz está confiada a Nuestra Señora; fue así en el pasado y lo será en lo porvenir.
El Inmaculado Corazón de María triunfará.
Se cuentan por millares los libros sobre Fátima. El que ahora tienes en tus manos, lector amigo, puede, con toda justicia, ser contado entre los mejores.
Saludo al autor con júbilo y gratitud.
Fátima, 20 de febrero de 2002, fiesta de los beatos Francisco y Jacinta Marto.
Alberto COSME DO AMARAL. Obispo Emérito de Leiría-Fátima
INTRODUCCIÓN. Fátima, patrimonio del mundo
En un breve espacio de tiempo, y sin apoyo significativo de los poderosos medios de los medios de comunicación social —la radio daba sus primeros pasos, no había TV ni internet— sólo quedaba la comunicación escrita. Fátima pasó a ser conocida en el mundo entero. Es verdad que la prensa periódica fue la primera en ocuparse de lo que estaba pasando en un lugar desconocido de la Serra d'Aire. La curiosidad popular, despertada por las noticias que corrían de boca en boca, hizo que se divulgara tan gran novedad.
Hasta el 13 de mayo de 1917, Cova da Iría era un lugar desconocido incluso para las personas vecinas, como confiesa María da Carreira, Tía María da Capelina. El mismo P. Agustín Marques Ferreira, quien sirvió en Fátima, primero como coadjutor y después como párroco, desde el 18 de octubre de 1908 al 2 de febrero de 1910, declaró que nunca había oído hablar del lugar llamado Cova da Iría. El lugar «Cova da Iría» […] no era conocido más que por las personas que allí tenían terrenos. Yo conocía aquel sitio, pero ignoraba como se llamaba —declaró poco después de las apariciones—; era un sitio muy agreste, de poquísimo valor, no merecía la atención de nadie…
Hoy, el sólo hecho de oír pronunciar su nombre, hace que en cualquier lugar del mundo, las gentes vibren.
Recuerdo, a este propósito, lo que sucedió en Lourdes en el verano de 1981. Tenía lugar allí, entre los días 16 y 23 de julio, el 51° Congreso Eucarístico Internacional. Había representantes de los cinco continentes.
De Portugal había cerca de 700 peregrinos, llegados en tren especial, a los que se unieron fraternalmente 70 angoleños, más algunos peregrinos de Mozambique, Guinea, Cabo Verde y de otros países africanos de lengua portuguesa. De Brasil se encontraba un grupo de 200 personas. Un vehículo transformado en Capilla, con el Santísimo Sacramento expuesto en la Custodia, salió al encuentro de los peregrinos.
Nuestro destino era el pabellón de San Pedro —una enorme tienda militar— donde podríamos celebrar nuestros encuentros.
Lourdes, Casa de la Madre, había sido, de modo no premeditado por los hombres, el lugar escogido para el encuentro de las comunidades africanas de la lengua de Camoes, posterior al golpe de Estado de 25 de abril de 1974, el cual, en un primer momento, con todos los antecedentes de la guerra colonial y prejuicios sembrados por los intereses extranjeros, alojaba en los corazones el veneno de la desconfianza hacia la Madre Patria.
De acuerdo con el programa establecido, el domingo 19 de julio, tuvo lugar, una celebración en el Prado, una enorme explanada frente a la Gruta, que reunió a más de 80.000 personas. Como era necesario que el grupo volviera a reunirse al final, y las banderas, en medio de aquella multitud, eran difícilmente identificables, alguien sugirió que podríamos utilizar una señal fácil y eficaz: un pequeño grupo de peregrinos portugueses comenzaría a cantar el