María Luz Gómez - La Virgen de Guadalupe

La Virgen de Guadalupe

María Luz Gómez

Prólogo

Me lleva a escribir este libro mi devoción a la Santísima Virgen en cualquiera de sus “retratos” o advocaciones. Pero en él me voy a referir a la de Guadalupe. En España es particularmente invocada así en Extremadura y Galicia; pero aquí hablaré de la “Guadalupana”, patrona de México; no para extender su devoción entre los mexicanos, que la veneran de corazón, y conocen seguramente mucho mejor que yo sus apariciones a San Juan Diego, y sus promesas de amor, amparo y refugio para todos los que se acojan a su protección. Pienso en personas de otros países que apenas la conozcan, o ni siquiera hayan oído nunca hablar de Ella, y puedan sentirse impactadas por esta verídica y preciosa historia; y o bien ahonden en su amor a la Reina del Cielo, o se pregunten si puede ser razonable y valer la pena creer en esta revelación.

Desde luego las revelaciones privadas no son dogma de fe para los católicos. Sólo están obligadas a creerlas las personas que las reciben. Y a los no creyentes, muy posiblemente puedan parecerles un bonito cuento. Pero si parecen auténticas, la Iglesia las aprueba, pueden ayudarnos, y están avaladas por milagros, los cristianos nos preguntaremos fundadamente si son dignas de crédito, y no resulta tonto ignorarlas.

Tengo la seguridad de que lo fundamental de mi relato es exacto. Pero lo más probable es que muchos de los sucesos complementarios que han llegado hasta mí, sean más o menos reales o legendarios. Incluso alguno puede considerarse un auténtico cuento de hadas. Pero como dicen los italianos, “si non e vero, e ben trovato”.

Antecedentes. El gran Imperio Azteca

Antes de la llegada de los españoles a América, ésta estaba poblada por diversos pueblos a menudo enemigos entre sí. Pero como en este libro voy a referirme únicamente al territorio mexicano, hablaré tan sólo de sus pobladores. Entre ellos se distinguió el pueblo azteca, o mexica, pues por los dos nombres se le conocía. Dicen que procedía del Norte; de Aztlán o “lugar de las garzas”, de donde le viene el primer nombre. El segundo quiere decir “hijo de la luna”. Parece que fue descendiendo paulatinamente hacia los grandes lagos, hasta llegar a la Región de Anáhuac.

Los aztecas creían ser conducidos por su dios Huitzilopotchli, guerrero y terrible, hacia la tierra que les había prometido. Construirían la capital de su Imperio en el lugar en que encontrasen un águila sobre un nopal, devorando una serpiente.

Estaban convencidos de que los dioses los habían elegido para realizar una gran misión, y en su andadura fueron desplazando, o imponiéndose sobre ellos, a muchos otros pueblos. Los sometían: o bien convenciéndolos de que les convenía más permanecer bajo su dominio pagando un tributo, que enfrentarse a ellos en una dura guerra en la que serían vencidos, dada su superioridad; o bien, valiéndose de su mejor organización y del valor de sus guerreros, derrotaban a los que no lograron convencer y permanecían rebeldes, adueñándose de sus tierras. Además de esto, tomaban sintetizado lo mejor de las culturas de los pueblos sometidos.

En su avance hacia las costas del Océano Pacifico y golfo de México, llegaron a su valle, tan fértil y hermoso, en 1.168. Se establecieron en él, y construyeron en la gran laguna en que vieron la soñada águila, su capital: Tenochtitlán, la actual ciudad de México. Aquella era, sin lugar a dudas, la tierra prometida. La capital fue consagrada, en unión del magnífico Templo piramidal (Teocali, o casa de dios) que se hallaba en su centre, en el año 1.325.

El pueblo azteca estaba organizado en diferentes clanes. El primero estaba constituido por los Nobles (Pipiltin), el Gremio sacerdotal, la casta de guerreros, y los jueces y físicos: “la elite”, que ejercía gran poder en el gobierno y poseía numerosas tierras, cultivadas por campesinos y esclavos. El segundo lo componía la gente común (Macehualtin), a la que pertenecían los comerciantes y artesanos. El tercero estaba formado por el humilde pueblo llano, o “Motolinia”. Y por último (estos miembros ya no constituían clan alguno; y en algunos casos sus componentes podían provenir de cualquiera de ellos) estaban los Tlatlacohtin: delincuentes, prisioneros de guerra, y esclavos. Bastantes de estos últimos habían llegado a serlo por deudas. Todo el pueblo estaba bajo el mando de un poderoso emperador.

En el año 1390 ostentó ese cargo Moctezuma I el Grande Ilhuicomina, que fue el quinto de los emperadores aztecas. Me refiero a él especialmente, por ser el más famoso de todos, y porque durante su reinado obtuvo el Imperio su máximo esplendor.

Era hijo de Huitzilihuiti; y antes de ser emperador, durante los reinados de Chimalpopoca y Tizcoátl en los años de 1.417 a 1.440, dirigió el ejército azteca. Con la ayuda de sus aliados Texcoco y Tlacopa derrotó a Tlatelolco que pretendía usurpar el trono; sometió a Atonal, señor de Coixtlahuaca; arrasó las ciudades rebeldes de Chalco y Tepeaca; y dominó todo el altiplano de Anháuac.

Ya emperador, gobernó con poder absoluto frente a la nobleza militar y sacerdotal. Para ejercer justicia en la capital tenía en su Palacio tres salas, en las que doce jueces la impartían.

Sobre los pueblos conquistados no ejercía un dominio directo. Se contentaba con un control militar, unido al cobro de tributos; y con que aquellos de sus comerciantes que los visitaban, además de vender en las ferias sus productos y comprar otros del país, o intercambiarlos con ellos, ejercieran un cauteloso espionaje.

En el famoso mercado de la capital en el que se ejercía el máximo comercio, se manejaba en gran escala el trueque de productos de arte y lujo: joyas, objetos de oro, plata, y cerámica; tejidos de algodón, y multicolores adornos de plumas.

También alguna vez Moctezuma se valió de alianzas, incluso matrimoniales; pero fundamentalmente eran políticas. La más famosa de ellas fue la llamada “Triple Alianza”, con Texacoco y Tlacopán.

Cuando el Imperio estaba en su momento de mayor esplendor, sobrevino una catástrofe natural: una serie de inundaciones, que causaron la pérdida de numerosas cosechas y trajeron la hambruna al país.

Para calmar la cólera de los dioses, los aztecas les ofrecieron gran cantidad de sacrificios humanos: desde bebés y ancianos, delincuentes y esclavos, a múltiples prisioneros de guerra. Para aumentar el número de víctimas organizaron lo que llamaban “la guerra florida”. Esta consistía en atacar una vez al año a ciudades independientes como Daseacala o Huetozingo, y conseguir así múltiples prisioneros para ofrecer en sacrificio.

Con aquella catástrofe natural el Imperio perdió parte de su esplendor. Pero una vez que cesaron las inundaciones a partir de 1.456, lo recuperó con creces.

A pesar de su carácter severo y autoritario, y de su incapacidad para lograr una administración eficaz, Moctezuma I fue admirado y respetado hasta su muerte, acaecida en 1.469.

Los aztecas se habían desarrollado de manera próspera, y estaban relativamente adelantados en cuanto a las ciencias y artes. Habían elaborado un calendario bastante exacto; y un sistema de escritura que, junto al de los Mayas, fue el único en la América prehispánica.

En cuanto a las artes, eran numerosos los preciosos objetos y joyas que fabricaban con oro, plata, y piedras preciosas, que se vendían en gran número; sobre todo en el mercado de la capital como ya hemos dicho. Trabajaban muy bien toda clase de metales, pero desconocían el hierro.

En lo que eran auténticos maestros era en el arte de la construcción. Sus pirámides, completas o truncadas, templos para sus dioses, eran algo único.