A quien leyere…
En el verano de 1961, hallándome yo en Londres, un abogado inglés invitó a un sacerdote católico romano y a mí para que participáramos en una conferencia sobre libertad religiosa en París. Después de la conferencia, que se celebró en un céntrico hotel de la capital francesa, el sacerdote húngaro me dejó un periódico en el cual se publicaba un breve suelto hablando de unas apariciones misteriosas en una aldea santanderina. Cuatro niñas decían que veían a la Virgen y hablaban con ella. Era una de las primeras noticias que se publicaban en el extranjero sobre este extraño suceso, y el redactor no era claro en sus explicaciones. Esta fue la primera noticia que tuve de los acontecimientos en San Sebastián de Garabandal. Yo siempre había deseado poner de manifiesto las contradicciones de todo orden que había observado en las apariciones de Lourdes y de Fátima, según los libros que había leído acerca de estas apariciones. Por eso decidí aprovechar la oportunidad que me ofrecían estas cuatro niñas españolas, quienes desde el alto pico de una aldea casi ignorada en la provincia de Santander, pasaron a ser actualidad internacional.
Como el tema de las apariciones me intrigaba desde mucho tiempo atrás, opté por hacer un viaje a la aldea y hablar con las niñas personalmente. El resultado de este viaje lo expongo en la primera parte del libro. Fue primeramente publicado en el periódico LA VERDAD, que me cabe el privilegio de dirigir. El lector acostumbrado a leer periódicos advertirá que esos cuatro cortos capítulos están escritos en forma de reportajes. Nada he querido cambiar de ellos, ni el estilo literario.
En la segunda parte del libro me aparto intencionadamente de lo ocurrido en la localidad española y analizo algunas de las incompatibilidades que existen entre lo que las vírgenes aparecidas dicen y lo que dice Dios en la Biblia. Luego trato de explicar el origen de ese mundo fantástico de las apariciones y termino con un llamamiento a la conciencia del lector sincero para que se aparte de la impostura y dirija sus pasos por el camino de la Verdad.
Este libro no lo he escrito para académicos ni para intelectuales de talla. Estos están inmunizados contra el mito de las apariciones. No son ellos precisamente quienes se distinguen por sus visitas a los santuarios católicos.
Esta obrita la dedico al pueblo, a esa masa de peregrinos que arrastra sus enfermedades físicas y espirituales de un santuario a otro, de una a otra Virgen.
Teniendo esto en cuenta, he usado un vocabulario popular, lo más sencillo que he podido, para que los sencillos me entiendan.
Sé y lo admito, que en algunos pasajes mi lenguaje es atrevido, duro, hasta violento. No lo he podido evitar. Es la reacción natural de un ser que ha vivido el engaño que ahora repudia. No se trata, en modo alguno, de un vocabulario elegido para la ofensa. No. Es la sublevación de un espíritu sincero contra la desviación religiosa, contra el suicidio colectivo de las multitudes en los hábiles lazos del Enemigo. Es la indignación de un alma creyente contra los falsos guías religiosos que conducen al rebaño a la perdición.
Mis quejas van dirigidas contra una institución religiosa, no contra los individuos miembros de esa institución, aunque bien sé que el hombre es inseparable de su ideal. Pido excusas, pues, a las personas que pudieran sentirse heridas con mi manera de exponer los errores en que incurren las apariciones.
Recuerden estas personas que son los mediquillos débiles, los indecisos, los que por falta de carácter y de dignidad profesional se limitan a suministrar al paciente calmante tras calmante, sin decidirse a atacar la enfermedad de frente. Por el contrario, el cirujano responsable no vacila en amputar el brazo o la pierna con tal de salvar el resto del cuerpo. Nos causa un daño momentáneo, pero nos cura para siempre.
La salvación de un alma bien vale las heridas morales que la lectura de este libro pueda causarle. A la larga lo agradecerá.
Por lo demás, haga Dios que su lectura sencilla ilumine muchos cerebros cegados por el oscurantismo religioso y resplandezca en ellos la divina luz del Evangelio.
PRIMERA PARTE
Capítulo I
Empieza el mito
Por la prensa tuve conocimiento de los extraños acontecimientos que estaban ocurriendo en una aldea de la provincia de Santander. Al principio, los relatos que leía eran un poco confusos. Luego las noticias concretaban más. En San Sebastián de Garabandal, una aldea situada a setenta y ocho kilómetros de Santander, limitando con las provincias de Palencia, León y Asturias, la Virgen y los ángeles se estaban apareciendo casi a diario a cuatro niñas de la aldea. La primera aparición tuvo lugar el 18 de Junio de 1961. La noticia fue propagándose como la pólvora. A San Sebastián de Garabandal empezaron a acudir peregrinos de toda España y de más allá de nuestras fronteras, deseosos todos de presenciar aquellos “milagros” y de hablar con las niñas. Acudieron periodistas y reporteros gráficos y la noticia se extendió por todos los rincones de nuestra geografía peninsular. Dos meses después de la primera aparición, el periodista Carlos Echeve enviaba al semanario barcelonés Por Qué un amplío reportaje ilustrado con fotografías de las niñas, que apareció en el número 45 de la citada revista. Anteriormente, con fecha 26 de julio de 1961, la misma revista publicó otro reportaje sobre el caso, enviado desde Galicia por Ángel de la Vega. En su información, Carlos Echeve decía:
“Sí. Reportero y servidor de ustedes, hemos acudido con los centenares de peregrinos llegados de todas partes, a una de las supuestas apariciones.
Las cuatro niñas, cada una con su rosario, iniciaron el rezo de rodillas. El silencio era impresionante. Parecía que nadie respiraba...
Estábamos en una calleja, cerca de un camino y ya lindando con la última casa del lugar; todos de rodillas sobre los guijarros, esperando, mirando atentamente al rostro sencillo, ingenuo de las cuatro niñas.
Escasamente llevarían cinco minutos de rezo cuando se observó en sus caritas infantiles algo extraño. Dejaron de orar y quedaron arrobadas en éxtasis, los ojos fijos en el cielo y, de vez en cuando, pronunciando palabras en voz muy queda, que no pudimos entender. Luego, reían las pequeñas...
Un escalofrío de emoción sacudió a cuantos presenciamos el suceso. Al periodista le sobrecogió ver al párroco del pueblo, don Valentín Marichalar, tratando de separar a las niñas del lugar en que se hallaban sin conseguir ni tan siquiera moverlas, tan petrificadas se encontraban”.
A estos relatos siguieron otros muchos. La misma revista Por Qué publicó un número extra, de 32 páginas, en formato menor que el ordinario, dando cuenta amplia de todos aquellos sucesos un tanto extraños. Periódicos de casi toda España informaron sobre el caso. Algunos informadores exageraban los hechos y en otros, como ocurrió en el semanario madrileño Siete Fechas , las noticias aparecían un tanto deformadas. Empezaron a acudir sacerdotes de toda España, eclesiásticos de todas las órdenes religiosas. El Obispo de Santander se creyó en el deber de hablar, de opinar sobre los acontecimientos. Publicó dos notas oficiales el 26 de agosto y el 24 de octubre de 1961. En ambas prohibía terminantemente las visitas de peregrinos a la aldea santanderina. En la última nota, el Obispo se expresaba así:
«Por lo que respecta a los sucesos que vienen ocurriendo en San Sebastián de Garabandal, pueblo de nuestra Diócesis debo deciros que en cumplimiento de nuestro deber pastoral y para salir al paso de interpretaciones ligeras y audaces de quienes se aventuran a dar sentencia definitiva donde la Iglesia no cree aún prudente hacerlo, así como para orientar a las almas, venimos en declarar lo siguiente: