Annotation
La vida de Kalil Mtube, un niño de Malí, cambia drásticamente cuando, después de haber sido vendido por su padre a un traficante, es obligado a trabajar brutalmente como esclavo en una plantación de cacao en Costa de Marfil. Allí conoce la amistad y el amor, pero también la despiadada crueldad de los seres humanos. Kalil lo gra escapar y llega a la ciudad de Dalao. Después de un año, decide regresar a su casa, pero en el camino es hecho prisionero por un grupo de traficantes de esclavos y metido en un barco. Durante la travesía está a punto de morir, aunque al final es rescatado. Cinco años después, Kalil cuenta toda su historia a un hombre blanco, el mismo que la transcribe a los lectores.
Jordi Sierra i Fabra
LA PIEL DE LA MEMORIA
FB2 Enhancer
© Jordi Sierra i Fabra
© Editorial Luis Vives, 2002
ISBN: 84-263-4860-2
Depósito legal: 2310-02
Cada una de las partes
de esta historia
está sucediendo ahora mismo.
Que la amnesia y el silencio
no maten por segunda vez
a decenas de millones de esclavos.
Frase escrita en el monumento
a los esclavos que iban a América.
Benin, África.
carta de presentación
No es normal comenzar una novela con una carta del autor. Una novela suele ser —casi siempre— algo lúdico, un entretenimiento, un placer de los sentidos, aunque también nos ayude a pensar, a reflexionar, y a conocer el mundo en que vivimos tanto como a nosotros mismos a través de los sentimientos que nos despierta. En este caso, la carta es sólo una puntualización en voz alta, y una aclaración para quien decida sumergirse en esta historia.
Durante mis treinta años de viajero he visto muchos niños y niñas viviendo en situaciones precarias en los cinco continentes, niños vendidos y esclavizados en Asia y en países africanos, niños víctimas de religiones absolutistas y casados a la fuerza, niños en campos de refugiados en Hong Kong, niños que removían basuras buscando alimentos en México o en Brasil, niños desplazados por la guerra en Colombia, niños desprovistos de su identidad en Tíbet, niños y más niños que, cuando me hablaban, lo primero que me transmitían era su inocencia.
La misma inocencia que he querido dejar patente en esta obra.
La piel de la memoria no es un exhaustivo reflejo de la situación en África, sino un ejemplo de lo que es la esclavitud en el mundo actual y, más concretamente, en un punto de nuestro planeta tierra. Tampoco pretende ser un auto de fe o un documentado texto sobre usos y costumbres, religiones y modos de vida en la tierra que describo. Mi única intención ha sido mostrar a través de los ojos de un niño que no sabe nada, porque nadie le ha enseñado, lo que percibe de una situación dramática que se inicia cuando su padre le vende y se ve arrancado de su hogar y obligado a trabajar brutalmente. En mis viajes, siempre que he hablado con niños o niñas, he visto en sus ojos esa inocencia pura e incontaminada. Y esa es la inocencia que he querido preservar en mi protagonista. Él nos cuenta la historia, su historia, y lo hace en primera persona desde la ignorancia. Poner en sus palabras o sus pensamientos reflexiones ajenas a su realidad habría sido falsear la verdad. Por lo tanto, esta novela no es un tratado social, político, religioso o económico en torno a un mundo, sino la voz transparente de uno de tantos protagonistas del horror humano.
Así es como he querido transmitirlo.
El título lo he tomado de una experiencia que tuvo lugar en Medellín —Colombia— en la que intentaban convertir lo cotidiano en arte público. Un autobús recorría el barrio de Antioquía —más conocido hoy como Trinidad— recogiendo objetos de sus habitantes; pero objetos con historia, la historia y los recuerdos de sus protagonistas. Me pareció un hermoso nombre y decidí «tomarlo prestado» para esta novela.
prólogo .
LOS RECUERDOS
Me llamo Kalil Mtube y nací en una aldea de Malí que ni siquiera sale en los mapas, Mubalébala, al sur de Bankass y muy cerca de la frontera con Burkina Faso. Una aldea pequeña y perdida, lejos de cualquier parte, sin nada, sin electricidad, sin comodidades. De niño creía que no había otra cosa, que el mundo entero era mi pequeño mundo. Desconocía distancias, razones, porqués, cuándos y cómos. Sabía que mi madre me daba amor y que mis hermanos y hermanas, todos más pequeños que yo, estaban siempre cerca. No era una vida fácil, pero a mí me lo parecía. No sabía nada, y en mi ignorancia, era feliz.
Pero la ignorancia es también la raíz de muchos de nuestros males.
Cuando tenía siete u ocho años, tal vez nueve, porque el tiempo se distorsiona en la infancia, el hombre sabio de mi pueblo, Mayele Kunasse, me habló del mundo. Me dijo que tras las montañas, los desiertos, la sabana y las llanuras llenas de valles y ríos que nos envuelven, había otros paisajes, otras gentes —incluso de otros colores—, y otras formas de ser y de entender la vida, extraordinarias, misteriosas e inquietantes al mismo tiempo. Fue Mayele Kunasse el que pobló mi mente de sueños por primera vez y el que la llenó de luces. Yo era un niño, ávido de inquietudes, dispuesto a abrir mi corazón. Un niño que veía y absorbía, que esperaba y creía. Era inocente. Todavía. Y desde entonces, siempre supe que un día abandonaría mi casa, mi pueblo, para ver ese otro mundo, aunque, según Mayele Kunasse, era peligroso, cruel, amargo. Un mundo egoísta en el que los seres humanos se odiaban entre sí.
Podría decir que ahora sé muchas cosas, que Mayele Kunasse tenía razón y que no la tenía, porque a lo largo de mi experiencia y después de ella, yo conocí primero el dolor, la soledad, la injusticia, pero después, finalmente, hallé la paz y la bondad. Podría decir que, en efecto, el mundo es grande, y que en él viven personas felices en países felices y personas tristes en países tristes, y también personas felices en países tristes y personas tristes en países felices. Hoy sé que en mi tierra, África, millones de personas se mueren de sida. Sé que las guerras que nos asolan, tribales o no, son la herencia del colonialismo que nos dominó desde tiempos remotos. Sé que hay un África seca y sin agua que mata a miles de personas llevándolas a la hambruna. Y sé que hay un África que espera, que confía, que tiene un futuro, aunque nos parezca lejano, tan lejano que hoy se nos antoja imposible.
Lo sé.
Como sé que hay millones de niños, no sólo en mi tierra sino en todo el mundo, que han pasado, pasan y pasarán por lo mismo que pasé yo: la esclavitud.
La esclavitud en pleno siglo XX, y en pleno siglo XXI.
Sí, yo sé todo eso ahora. Lo amargo es que también lo sepan millones de personas más, y que ellas, pudiendo, no hagan nada.
Lo que voy a contar es la verdad, mi verdad, aunque ahora lo recuerde con la distorsión del tiempo. Cuando sucedió, yo no conocía apenas nombres o detalles, si pasábamos por tal ciudad o por tal río. Así que mi relato ofrecerá matices que en aquellos días me eran desconocidos. Intentaré que entendáis lo que sentí y lo que vi, aunque emplee palabras que entonces no sabía. Intentaré ser directo y razonable, usar un lenguaje comprensible sin demasiados términos difíciles. Lo intentaré para que os sumerjáis en la historia, no en sus «detalles africanos» más simples o irrelevantes. Mayele Kunasse me dijo un día: «Habla siempre con el corazón. Y si tu corazón enmudece, no hables».
Hoy hablo con el corazón, pero con palabras que surgen de mi mente.
Me llamo Kalil Mtube y esta es mi historia, tal y como la recuerdo.
1 .
EL CAMINO
Venta
No supe que mi padre me estaba vendiendo; ni siquiera cuando escuché aquel extraño diálogo.