Una mañana, una llamada telefónica y una revelación.
El tablero político podría cambiar de manera imprevista; los resultados de las elecciones presidenciales, dentro de solo un mes, ahora son improbables. El candidato favorito, el dueño del canal de televisión y el periodista estrella forman el triunvirato que ha sido puesto en jaque por una niña de apenas catorce años a la que le urge contar su verdad: que no ha sido reconocida, que ha sido incluso negada, pero que su padre sí existe y se llama Alcides Tudela, el hombre que tal vez gobernará Perú durante los próximos cinco años.
En La lluvia del tiempo, Jaime Bayly retrata, o más bien devela, el laberíntico mundo del periodismo televisivo, enfocando las flaquezas, las rivalidades, los arreglos y las deslealtades detrás de las cámaras, para contar la historia secreta de los grandes canales de la televisión peruana, desde sus inseguros inicios frente a la radio hasta su poderoso presente, en el que a menudo determinan el futuro de los políticos y del país.
En esta fascinante historia sobre los entresijos del poder en Perú y el modo en que el tiempo, a la manera de una lluvia persistente, corrompe y erosiona el carácter moral de sus personajes, Bayly nos ofrece su mejor novela.
Jaime Bayly
La lluvia del tiempo
ePub r1.0
Bacha15 27.11.14
Título original: La lluvia del tiempo
Jaime Bayly, 2013
Editor digital: Bacha15
ePub base r1.2
A Silvia
La voz de una adolescente que decía llamarse Soraya Tudela sonó altiva, desafiante. Al otro lado del hilo telefónico, Juan Balaguer se impacientó:
—No soy un periodista independiente, soy dependiente del rating.
Soraya atacó sin vacilaciones:
—Pero tienes fama de ser adulón de Alcides Tudela.
Balaguer se defendió, irritado con esa adolescente que lo había llamado a su casa, despertándolo:
—No soy adulón de Tudela. Pienso votar por él, apoyo su candidatura, pero eso no me convierte en adulón.
—Entonces demuéstralo —dijo Soraya.
Balaguer se quedó en silencio.
—Invítame a tu programa, entrevístame —insistió Soraya—. Soy la hija de Alcides Tudela, él no me quiere reconocer y tengo derecho a decir mi verdad en televisión.
Balaguer pensó que estaba ante una mujer que parecía porfiada.
—¿Cómo puedo saber que no estás mintiendo? —preguntó.
—Te lo demostraré si me invitas a tu programa —lo retó Soraya.
Esta niña resabida me va a traer problemas, pensó Balaguer. Luego preguntó:
—¿Qué edad tienes?
—Catorce años.
—Eres menor de edad. No puedes salir en televisión atacando a un candidato presidencial. Es ilegal que una niña sea usada para fines políticos, ¿no te das cuenta?
Soraya se rio de modo condescendiente.
—Tienes miedo —dijo—. No te preocupes, Juan, mi mamá me va a acompañar; nos entrevistarías a las dos.
No puedo hacerlo, pensó Balaguer. Si saco a esta niña y a su madre en mi programa, Alcides Tudela perderá las elecciones y yo tendré la culpa. No puedo correr ese riesgo, tengo que pedirle permiso al dueño del canal.
—¿Se puede saber quién te dio el número de teléfono de mi casa? —preguntó, irritado.
—Lo conseguí en la guía telefónica —respondió Soraya.
—Eso es imposible. Mi teléfono no está en la guía, es privado.
—Estás mal. Mira la guía de este año y verás que tu número aparece. No solo tu número, Juan Balaguer, también tu dirección, por si acaso.
—Siempre me pasa lo mismo. Estos de la compañía de teléfonos son unos incompetentes.
Se hizo un silencio.
—¿Quieres hablar con mi mamá? —preguntó Soraya.
—No, todavía no —se apresuró en responder Balaguer—. ¿Cómo se llama tu mamá?
—Lourdes. Lourdes Osorio. ¿Te la paso? Está acá a mi lado.
—No, no —se asustó Balaguer—. Déjame tu número, yo haré unas consultas y te llamaré. Lo mejor sería reunimos los tres en privado y que me cuenten todo antes de tomar una decisión.
—¿Con quién vas a consultar? —preguntó Soraya, suspicaz.
—¿Con quién crees? —preguntó Balaguer.
—¿Con Alcides Tudela?
—No, no te pases, no soy mayordomo de Tudela. Tengo que consultarlo con Gustavo Parker, el dueño del canal.
—Entonces no me vas a entrevistar.
—¿Por qué estás tan segura?
—Porque Gustavo Parker apoya a Alcides Tudela más que tú; no te va a dar permiso para que me entrevistes, ¿no te das cuenta?
—¿Qué sabes tú de Gustavo Parker? —volvió a enfadarse Balaguer—. Gustavo Parker es mi amigo y es un gran empresario, y sí, él apoya a Alcides Tudela como lo apoyo yo, pero él respeta mi independencia periodística, y si yo decido entrevistarte, solo tengo que informarle, él no me va a prohibir nada.
—Veremos —sentenció secamente Soraya.
—Sí, veremos. Tampoco me puedes obligar a entrevistarte, ¿comprendes?
—Yo no te obligo, Juan Balaguer. Tu conciencia debería obligarte.
De nuevo, la voz de Soraya pareció impregnada de cierta superioridad moral, o de la firmeza de quien cree que no miente. Balaguer tomó nota del teléfono que le dictó la adolescente.
—Te llamaré por la noche —dijo.
—Sí, claro —acotó ella, en tono desconfiado.
—No te pases de lista, Soraya. Te llamaré y nos reuniremos acá en mi casa.
—¿Con mi mamá, no?
—Obviamente, con tu mamá.
—Ya. Entonces espero tu llamada.
—Saludos a tu mamá. Te llamo por la noche.
Juan Balaguer colgó el teléfono. ¿Y ahora qué carajo hago?, pensó. Esta niña no parece estar mintiendo, seguro que el pingaloca de Alcides Tudela es su papá, el muy pendejo tiene pinta de tener diez hijas no reconocidas. Ya me cagué. Si no la entrevisto, irá a otro programa o a un periódico y contará que yo tuve la oportunidad de entrevistarla y no lo hice, y quedaré como un lameculos de Alcides Tudela y mi credibilidad se irá al suelo. Estoy jodido, tengo que entrevistarla. ¿Por qué carajo esta niña relamida tenía que llamarme a mí y no a otro periodista? ¿Por qué tenía que venir a joderme cuando solo faltan cuatro semanas para las elecciones presidenciales y es un hecho que Alcides Tudela las ganará? Tengo que avisarle a Alcides ahora mismo, después de todo es mi amigo y es íntimo de Gustavo Parker, y no sé si esta niña está diciendo la verdad o está inventándose todo para joder la candidatura de Tudela.
Balaguer marcó el celular de Alcides Tudela. Contestó su secretario de prensa, Luis Reyes.
—Pásame con tu jefe. Es urgente.
—No puede atenderte —dijo Reyes—. Está con el kitchen cabinet.
—Pásame con Tudela —insistió Balaguer.
—Voy a ver si lo puedo interrumpir —se ofreció Reyes.
Balaguer escuchó una voz atronadora, imperiosa, de resaca añeja, del que ya sabe que ganará la presidencia y da órdenes: su amigo Alcides Tudela quejándose porque había bajado dos puntos en las encuestas y amonestando en tono mandón a sus subordinados.
—No me interrumpas, carajo —le dijo a Reyes, y Balaguer pudo escucharlo perfectamente—. Estoy con mi kitchen cabinet—rugió Alcides Tudela, y dijo esas dos últimas palabras en el decoroso inglés que había aprendido en la Universidad de San Francisco.
—Don Alcides, es Juan Balaguer —se disculpó el secretario Reyes, haciendo una venia.
—¡Dile que después lo llamamos! —gritó Tudela—. ¡Estoy en mi trinchera combatiendo por la democracia, no me jodan, carajo! —levantó más la voz, y golpeó la mesa, y su vaso de