No se lo digas a nadie se singulariza por una maestría extraordinaria en el manejo del diálogo, a la altura de los mejores aciertos de Manuel Puig, con no menor oído y sentido del humor, y con una percepción igualmente lúcida de las connotaciones sociales de la realidad descrita.
En palabras de Mario Vargas Llosa: «Esta excelente novela describe con desenvoltura y desde dentro la filosofía desencantada, nihilista y sensual de la nueva generación».
Un retoño de una burguesía que conjuga el machismo y el clasismo con la mojigatería descubre su identidad homoerótica y se ve envuelto en la espiral de la drogadicción y al borde mismo de la prostitución masculina.
Sin embargo, el protagonista no es devorado por el mundo de la marginalidad y, al aceptarse a sí mismo, convierte su conflictiva ruta en una afirmación serena de la condición que le define.
No se lo digas a nadie, primera y apasionante novela de Jaime Bayly, descubre ya la inteligencia y la ironía de este escritor.
Jaime Bayly
No se lo digas a nadie
ePub r1.0
Titivillus 24.04.2015
Título original: No se lo digas a nadie
Jaime Bayly, 1994
Ilustración de portada: Soccer Players, F. Erfmann
Retoque de cubierta: Titivillus
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
A Sandra
JAIME BAYLY (Lima, Perú, 1965 - Actualidad). Es una de las voces imprescindibles de la nueva literatura en español. Obtuvo un éxito inmediato en España con sus primeras novelas: No se lo digas a nadie (1994), que fue llevada al cine, Fue ayer y no me acuerdo (1995) y Los últimos días de «La Prensa» (1996). Su extraordinario talento narrativo se vio confirmado con La noche es virgen (Premio Herralde 1997), Yo amo a mi mami (1999), Los amigos que perdí (2000), Aquí no hay poesía (2001) y La mujer de mi hermano (2002).
En palabras de Roberto Bolaño: «El oído más portentoso de la nueva narrativa en español, una mirada a menudo conmovedora que se mira a sí misma sin autocomplacencia y que mira a los otros con humor e ironía y también con ternura. […] Qué alivio leer a alguien que tiene la voluntad narrativa de no esquivar casi nada. […] No dudaría en calificar la prosa de Bayly de luminosa» (Lateral).
Las historias que aquí se narran
solo ocurrieron en la imaginación del autor;
cualquier semejanza con la realidad
es pura coincidencia.
don’t leave it all unsaid
somewhere in the wasteland
of your head…
MORRISSEY,
Sin Your Life
PRIMERA PARTE
El esclavo
Cuando Joaquín terminó quinto de primaria, Maricucha, su madre, decidió cambiarlo de colegio. Un día de verano, ella le dijo que lo había sacado del Inmaculado Corazón y que lo había matriculado en el Markham. Entonces él se puso a llorar.
—No llores, mi rey, que es para tu bien —le dijo ella, y lo abrazó.
—Yo no quiero cambiarme de colegio, mami —dijo él.
—Te va a encantar tu nuevo colegio, mi cielo —dijo ella—. Es el mejor colegio de Lima.
—Pero no entiendo por qué me sacas del Inmaculado si yo era el primero de mi clase, mami —dijo él.
—El Inmaculado no estaba a tu altura, Joaquincito —dijo ella, y lo besó en las mejillas—. Ese colegio está muy venido a menos. Eras el primero sin esforzarte nada, mi hijito.
—Pero ni siquiera me has preguntado si yo quería cambiarme de colegio, mami. No es justo que me cambies así.
—Tú todavía eres un niño, mi amor. Tu mamita sabe lo que es mejor para ti.
—Te aviso que si me cambias de colegio, nunca más voy a ser el primero de mi clase.
—No digas tonterías, mi rey. Tú has nacido para ser siempre el primero.
Joaquín corrió a su cuarto, cerró la puerta y rompió todos los diplomas que le habían dado en el Inmaculado Corazón.
El primer día de clases en el Markham, Maricucha despertó a Joaquín más temprano que de costumbre. Todavía estaba a oscuras. Joaquín salió de su cama y abrazó a su madre.
—Ofrece tu día, mi cielo —le dijo ella.
Joaquín se arrodilló en el piso, se persignó, cerró los ojos y rezó: Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu. Luego se puso de pie.
—¿Qué te parece tu nuevo uniforme? —le preguntó Maricucha, y le enseñó el uniforme del Markham: un saco marrón, un pantalón corto, una corbata a rayas y una gorra marrón.
—El uniforme del Inmaculado era mucho más lindo —le dijo él.
—No seas tontito, mi cielo —dijo ella, sonriendo—. Además, a ti el marrón te sienta precioso. Va con tu color.
Maricucha y Joaquín salieron del cuarto y entraron al baño. Ella lo ayudó a cambiarse y le enseñó a hacerse el nudo de la corbata. Luego lo peinó con bastante gomina.
—Tienes que ir bien peinadito para que todos tus amiguitos sepan que eres un lord inglés —le dijo.
—Mejor no me pongas esa cosa grasosa en la cabeza —dijo él, que detestaba peinarse con gomina.
—Es para que te veas más churro, mi rey —dijo ella, y siguió peinándolo.
Poco después, terminó de arreglarlo, y los dos salieron del baño y fueron al comedor. Entonces Joaquín tomó su desayuno de prisa.
—Nunca te voy a perdonar que me hayas sacado del Inmaculado, mami —murmuró, sin mirar a su madre.
—No seas rencoroso, mi cielo —dijo ella, acariciándolo en la cabeza—. Con el tiempo vas a entender que yo me desvivo por tu felicidad.
—No sé qué pretendes de mí, mami.
—Tú sabes perfectamente lo que espero de ti, Joaquincito. Que seas siempre el mejor.
—Yo sé lo que tú quieres, mami. Tú quieres que yo sea sacerdote.
—No, mi vida, yo solo quiero que tú seas feliz, feliz como una lombriz. Pero, claro, si el Señor me bendice con un hijo sacerdote, yo me daría por muy bien servida.
—Te aviso que yo no voy a ser sacerdote, mami. Anda haciéndote la idea que yo jamás voy a ser sacerdote.
—Uno nunca sabe qué nos deparan los caminos del Señor, mi cielo.
No bien Joaquín terminó de tomar desayuno, Maricucha se puso de pie, fue a su cuarto y regresó con una cámara de fotos.
—Voy a tomarte unas fotitos, mi cielo —dijo, sonriendo.
—No quiero, mami —dijo él—. Odio que me tomes fotos.
—No seas díscolo, mi vida —dijo ella—. Déjame tomarte unas fotitos para que cuando seas grande tengas un recuerdo de tu primer día en el Markham College.
Él cogió su maleta, se puso la gorra y se paró frente a la puerta de la casa.
—Quítate la gorra, Joaquincito —le dijo su madre—. Un caballero nunca sale con gorra en una foto.
Él se sacó la gorra.
—Cheese —dijo ella—. Sonríe, pajarito.
Él sonrió sin ganas. Ella le tomó un par de fotos.
—Ahora espéralo a tu papi en el carro, no vayan a llegar tarde al colegio —dijo ella, y lo abrazó.
Él se puso a llorar.
—Así es la vida, mi amor —le dijo ella—. Los pichoncitos tienen que salir del nido y aprender a volar.
Diez minutos más tarde, Luis Felipe, el padre de Joaquín, salió de la casa y entró al carro. Era un hombre alto y robusto. No hacía mucho, se había dejado bigotes. Puso su maletín en el asiento de atrás, cerró la puerta y vio que Joaquín estaba llorando.