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Juan Jose Millas - La mujer loca

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Juan Jose Millas La mujer loca

La mujer loca: resumen, descripción y anotación

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Julia trabaja en una pescadería y de noche estudia gramática porque está enamorada de su jefe, que en realidad es filólogo. En sus ratos libres, la joven ayuda en el cuidado de una enferma terminal, Emérita, en cuya casa coincide con Millás, que está haciendo un reportaje sobre la eutanasia. Durante sus visitas, el escritor se siente atraído por la idea de novelar la vida de Julia, aunque para lograrlo deberá enfrentarse a su bloqueo creativo con la ayuda de una psicoterapeuta. La realidad trastoca los planes del escritor cuando Emérita revela un secreto que ha guardado celosamente toda su vida. Lo que había comenzado como una crónica periodística se convierte entonces en una suerte de novela en la que él se verá involucrado como personaje. El mejor Juan José Millás regresa a la novela con La mujer loca, una historia en la que el lector habrá de decidir qué es verdadero y qué es falso, una investigación sobre los límites de la realidad y la ficción en una obra que condensa la esencia del maestro de la extrañeza: humor inteligente, diálogos excepcionales y una escritura provocativa. Un ejercicio de honestidad con el que afronta sus cuitas como autor desde la verosimilitud de la pura ficción.

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Julia trabaja en una pescadería y de noche estudia gramática porque está enamorada de su jefe, que en realidad es filólogo. En sus ratos libres, la joven ayuda en el cuidado de una enferma terminal, Emérita, en cuya casa coincide con Millás, que está haciendo un reportaje sobre la eutanasia. Durante sus visitas, el escritor se siente atraído por la idea de novelar la vida de Julia, aunque para lograrlo deberá enfrentarse a su bloqueo creativo con la ayuda de una psicoterapeuta. La realidad trastoca los planes del escritor cuando Emérita revela un secreto que ha guardado celosamente toda su vida. Lo que había comenzado como una crónica periodística se convierte entonces en una suerte de novela en la que él se verá involucrado como personaje.
El mejor Juan José Millás regresa a la novela con La mujer loca, una historia en la que el lector habrá de decidir qué es verdadero y qué es falso, una investigación sobre los límites de la realidad y la ficción en una obra que condensa la esencia del maestro de la extrañeza: humor inteligente, diálogos excepcionales y una escritura provocativa. Un ejercicio de honestidad con el que afronta sus cuitas como autor desde la verosimilitud de la pura ficción.

Juan José Millás
LA MUJER LOCA
FB2 Enhancer
© Juan José Millás, 2014
© Editorial Seix Barral, S. A., 2014
© Portada, Kat Muri Matkovskaya
www.seix-barral.es
www.planetadelibros.com
1ª edición (epub): marzo de 2014
ISBN: 978-84-322-2262-7
1
Pobrema, por ejemplo, jamás había sido escrita ni pronunciada, no estaba en ningún libro ni en ningún periódico, no formaba parte de ninguna canción, de ningún verso, ni de manual alguno de instrucciones. Nadie la añadiría a la lista de la compra. Pobrema estaba excluida del mundo de las palabras, que no toleraban su presencia. Si se acercaba a un libro le cerraban el paso antes de que cruzara la cubierta; si a un diálogo, era rechazada por los que participaban en él; si a un taller de etiquetas o rótulos, terminaba en el cubo de la basura, junto a los desperdicios de la jornada. Inhábil para pertenecer a nada o a nadie, se ocultaba durante el día y por la noche salía a respirar, pegándose, como los insectos nocturnos, a las ventanas en las que había luz. Si descubría a alguien escribiendo o hablando al otro lado, intentaba llamar discretamente su atención con la esperanza de que solicitara sus servicios. Lejos de eso, la gente corría las cortinas o bajaba las persianas como quien vuelve la vista frente a un espectáculo desagradable.
Todo esto se lo contó la palabra Pobrema a Julia una noche que se coló en su habitación y revoloteó como un insecto alrededor de la lámpara antes de posarse con mil cautelas en el borde de la mesa. La chica dice que levantó los ojos del libro de gramática que tenía delante y preguntó a Pobrema qué hacía allí.
—Yo, nada —dijo Pobrema—. ¿Y tú?
—Yo estudio Lengua —confesó la chica.
—Entonces sabrás decirme por qué, siendo una palabra, no me aceptan en ninguna frase.
Julia dice que tomó un diccionario que había sobre la mesa, junto al libro de texto, y lo abrió para buscarla, pero no dio con ella.
—No estás aquí —dijo.
—¿Cómo voy a estar ahí si estoy aquí? —respondió Pobrema.
—Las palabras pueden estar en muchos sitios a la vez, pero si no estás aquí, no estás en ninguno porque no existes.
—¿Cómo puedes hablar conmigo si no existo?
—No lo sé, también hablo con personas imaginarias. Las personas imaginarias, sin existir, tienen una capacidad especial para comunicarse con las reales. Pero para ser una palabra has de significar algo como para ser médico necesitas un título.
—¿Y qué es el significado?
Julia hizo ademán de responder, pero al no dar con las palabras adecuadas, prefirió consultar de nuevo el diccionario.
—Aquí dice que el significado es el contenido semántico de cualquier tipo de signo.
—¿Y eso qué quiere decir?
—No lo sé.
—Busca «semántico», a ver qué pone.
Buscó semántico.
—Dice que es lo perteneciente o relativo al significado de las palabras.
—Pues hemos vuelto al principio —se quejó Pobrema.
—Sí —dijo, impotente, la joven.
—¿Pero para ti qué es el significado? —preguntó ahora la palabra inexistente.
—Sé lo que es, pero no sé explicarlo.
—Esfuérzate un poco, coño.
—Vamos a ver, mesa quiere decir mesa y árbol quiere decir árbol e idiota quiere decir idiota, así que cuando dices mesa ves una mesa dentro de tu cabeza y cuando dices árbol ves un árbol y cuando dices idiota ves a un idiota. Pero si dices Pobrema no ves nada porque Pobrema no quiere decir nada, por eso no eres una palabra.
—¿Y no podría ser una palabra falsa?
—¿Falsa, cómo?
—Pues como hay falsos policías o falsas monedas o enfermos falsos.
—No sé si hay palabras falsas.
—Bueno, ¿entonces qué soy?
—La verdad, no sé.
La joven dice que se encogió de hombros y regresó a lo suyo mientras Pobrema permanecía pensativa. Pasados unos minutos, la palabra inexistente volvió a hablar. Dijo:
—¿Y tú no podrías arreglarme lo de la falta de existencia?
La chica observó detenidamente a Pobrema. Luego sonrió malignamente, como si se le hubiera ocurrido algo divertido o perverso, y dijo:
—Tal vez sí. Desnúdate y túmbate en este folio.
Interrogada por Millás acerca del modo en que se desnudó la palabra, Julia respondió que con normalidad, quitándose la ropa. Así que eso es lo que hizo Pobrema, quitarse la ropa y echarse sobre el folio en blanco. Dice que parecía asustada, como cuando te bajas los pantalones o te desabrochas la blusa delante del médico. Tras examinarla de arriba abajo, la joven advirtió que amputándole la última sílaba (ma), se quedaría en Pobre.
—¿Y «pobre» quiere decir algo? —preguntó Pobrema.
—Sí —dijo Julia.
—Qué.
—«Pobre» quiere decir pobre.
Como Pobrema no abandonara su expresión interrogativa, Julia abrió una vez más el diccionario y leyó:
—Que carece de recursos.
Pobrema, que no parecía muy convencida de las ventajas de existir al precio de carecer de recursos y de ser mutilada, preguntó si le dolería que le quitara esa extremidad.
—Si te opero con anestesia —dijo la joven por seguir la broma—, no notarás nada.
Tras dudar un poco, Pobrema accedió a que Julia le amputara la sílaba sobrante con la punta de un bolígrafo. Resultó sencillo e indoloro, porque la tinta, inadvertidamente, poseía virtudes analgésicas. Cuando se le pasó el efecto de la anestesia, Pobrema, ahora convertida en Pobre, se levantó, se miró, se tocó el cuerpo con gestos de aprobación y se marchó contenta de significar algo, de ser alguien, de pertenecer a un vocabulario.
Julia dice que miró el reloj, bostezó y se metió en la cama.
2
Julia trabajaba entonces en la pescadería de una gran superficie que quedaba lejos de la habitación en la que vivía de alquiler. Cogía el metro muy cerca de la casa, pero tenía que hacer dos trasbordos y tomar luego un autobús que, ahora sí, la dejaba a las puertas mismas del centro comercial. Durante los trayectos de ida y vuelta descabezaba un sueño o hablaba con las personas imaginarias que aparecían dentro de su cabeza y cuya procedencia ignoraba. Quizá, se decía a modo de explicación, vengan de un mundo de gente sin cuerpo que necesita, para vivir, meterse en la cabeza de las personas de carne y hueso.
—La expresión «carne y hueso» —puntualizó— me produce inquietud.
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