De cada nacimiento, de cada catástrofe, de cada cumpleaños, hay cientos de testimonios gráficos, pero al final sólo uno de ellos, con suerte, es elegido como icono de una época, de un suceso, de un espectáculo. ¿Por qué? Porque entre todos los fotógrafos espontáneos sólo uno supo mirar, sólo uno supo fotografiar las luces o las sombras, sólo uno acertó con el «emplazamiento de cámara», con el punto de vista.
Gran parte de las fotografías seleccionadas para este libro, incluida la de la cubierta, tienen la virtud de que, sin dejar de ser profesionales y de referirse a asuntos públicos, irradian un halo de fotografía familiar, de representación íntima. Parecen escenas captadas a través del ojo de una cerradura, lo que constituye una singularidad sorprendente. Cierren un ojo, asómense y verán.
Juan José Millás
El ojo de la cerradura
Título original: El ojo de la cerradura
Juan José Millás, 2006
Revisión: 1.0
05/09/2019
Autor
JUAN JOSÉ MILLÁS (Valencia, 1946) es autor de novelas como El desorden de tu nombre, Visión del ahogado, El jardín vacío. La soledad era esto. Volver a casa. Letra muerta. El orden alfabético. Dos mujeres en Praga, etc., y de trabajos periodísticos como Hay algo que no es como me dicen, El caso de Nevenka Fernández contra la realidad. Cuerpo y prótesis o Articuentos. Ha obtenido, entre otros, el Premio Sésamo, el Nadal, el Primavera. También ha publicado volúmenes de cuentos como Primavera de luto. Ella imagina o Cuentos de adúlteros desorientados. Publica habitualmente en El País y en los periódicos del grupo Prensa Ibérica reportajes y artículos por los que ha obtenido premios como el Mariano de Cavia, el de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, el Atlántida o el Francisco Cerecedo. Su obra narrativa se ha traducido a más de una docena de idiomas. En Ediciones Península se han publicado Todo son preguntas y María y Mercedes.
PRÓLOGO
El álbum familiar
Todo el mundo tiene una cámara de fotos, pero no todo el mundo tiene mirada. La desproporción entre la abundancia de los objetivos y la escasez de las miradas constituye uno de los misterios más grandes de nuestra época (claro, que también hay más bolígrafos que escritores propiamente dichos). Te asomas a un acontecimiento cualquiera —un incendio, un accidente de automóvil, un concierto de rock— y descubres a miles de personas sacando fotografías con sus teléfonos móviles. El móvil se usa ya más para fotografiar sucesos que para hablar con la esposa. Como el mecanismo de hablar se encuentra tan cerca del de fotografiar, a veces se cruzan los cables y nos salen conversaciones en blanco y negro o fotografías susurradas.
—Mira, ésta es mi perra en el momento mismo de parir. Tuvo siete cachorros.
De cada nacimiento, de cada catástrofe, de cada cumpleaños, hay cientos de testimonios gráficos, pero al final sólo uno de ellos, con suerte, es elegido como icono de una época, de un suceso, de un espectáculo. ¿Por qué? Porque entre todos los fotógrafos espontáneos sólo uno supo mirar, sólo uno supo fotografiar las luces o las sombras, sólo uno acertó con el «emplazamiento de cámara», con el punto de vista.
El fotógrafo de domingo es bueno para las fotografías del álbum familiar. La fotografía de álbum es una especialidad rara, cultivada en la soledad del cuarto de estar. El autor de esta clase de fotos pasa tanto tiempo disparando su máquina como seleccionando y ordenando el material resultante. Tiene algo de coleccionista de sellos. No busca la posteridad, sino el placer inmediato de ordenar la vida, la realidad, el árbol genealógico. El tiempo mejora la obra de este artista anónimo. Basta acudir a los mercadillos de antigüedades para darse cuenta. En esos tenderetes encuentras con frecuencia fotografías antiguas de grupos familiares, y casi todas son estupendas. ¿Por qué? Porque el tiempo ha llenado de sentido la mirada de los retratados, que siempre nos dicen algo (generalmente, algo trascendental) desde esa emulsión química en la que han quedado petrificados.
Todos los abuelos de las fotografías antiguas son nuestros abuelos. Todas las madres de las fotografías antiguas son nuestras madres. Todos los cuartos de estar son nuestro cuarto de estar. Todos los daguerrotipos son nuestro daguerrotipo. La gente que anda con los móviles por ahí, sacando instantáneas de las inundaciones o de los terremotos, debería conservar sus energías para retratar a sus hijos, a sus cuñados, a sus yernos, o a sus perras en el momento de parir. Es relativamente fácil fotografiar un incendio, pero enormemente complicado retratar a una suegra. La imagen del incendio se perderá, pero la de la suegra permanecerá, durante generaciones, en el álbum familiar.
Gran parte de las fotografías seleccionadas para este libro, incluida la de la cubierta, tienen la virtud de que, sin dejar de ser profesionales y de referirse a asuntos públicos, irradian un halo de fotografía familiar, de representación íntima. Parecen escenas captadas a través del ojo de una cerradura, lo que constituye una singularidad sorprendente. Cierren un ojo, asómense y verán.
JUAN JOSÉ MILLÁS
El ojo de la cerradura
EL NUDO DE LA CORBATA
¿Se suicidó o no se suicidó este hombre? Lo ignoramos. El pie de foto decía: «Reginald Keys, padre de un soldado británico muerto en Irak, amenaza con ahorcarse mientras Tony Blair pronuncia su discurso ante los delegados laboristas en Brighton». La noticia hablaba de la caza del zorro, pero no decía ni una palabra acerca de Reginald Keys, que continúa suspendido en nuestra memoria de la misma soga que aparece en la foto. Como nadie tiene una cuerda de ese calibre en casa, hay que suponer que la compró donde las vendan. Así que el hombre llegó y dijo: «Póngame tantos metros de cuerda de ahorcar que me haga juego con el traje». Cogió la soga, la metió en el maletero del coche y regresó al despacho. Tampoco sabemos quién le enseñó a hacer el nudo corredizo, que es perfecto. Si se fijan, se parece a la cola de una serpiente de cascabel y no resulta menos peligroso. El nudo corredizo se llama así porque se desliza a lo largo de la cuerda hasta encontrar el cuello, sobre el que presiona en proporción directa al peso de la víctima. La fuerza de la gravedad, como la bomba atómica, no es ni buena ni mala, depende de cómo se use. Las frases hechas son estupendas para cerrar párrafos.
Contrasta la perfección del nudo corredizo con la chapuza del utilizado para sujetar la cuerda a la torre, como si el uno denotara seguridad y el otro duda; como si quisiera matarse por un lado y sobrevivir por el otro. Pero sorprende, sobre todo, la longitud de la cuerda que llega hasta la parte inferior de la fotografía y continúa bajando, quizá hasta el mismo suelo. Funciona así como un cordón umbilical que une a Reginald Keys a la Tierra. Y decimos cordon umbilical porque curiosamente las cuerdas de ahorcarse tienen una textura semejante, lo que bien mirado constituye una advertencia de que todo aquello que nos da la vida nos la quita. Algunos individuos sorprendentemente avisados acerca de tal contradicción salen ahorcados ya del útero, con lo que se evitan comprar la cuerda, entrar en Internet para averiguar cómo se hace el nudo y buscar el árbol o la torre metálica de la que colgarse.