G Porto - El Guardian de los Pensamientos (Spanish Edition)
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G.C.Porto (Guillermo Cerviño Porto) nació en la provincia española de Pontevedra en 1978 y es el autor de la siguiente novela corta de terror y fantasía titulada El guardián de los Pensamientos escrita entre los meses de octubre y diciembre de 2013.
G.C.Porto
EL GUARDIAN DE LOS PENSAMIENTOS
Más un relato corto inspirado en
Las Leyendas de Bécquer:
La Puerta de la Nombradía
Título original: El guardián de los Pensamientos
Diseño de la portada: Guillermo Balbuena Barral y María Jamardo Rial
Modelo de la Fotografía de la Portada: Guillermo Balbuena Barral
Noviembre 2013
Diseño de las ilustraciones La puerta de la Nombradía: G.C.Porto
Primera edición 2014
Obra previamente registrada
Código de licencia: Safe Creative 1311149292348
Fecha 14-nov-201315:29UTC
Licencia : Todos los derechos reservados
ISBN-13: 978-1494846046
ISBN-10: 1494846047
Assigned by CreateSpace.com 30.12.13
Para Elena. Fuente de mi inspiración y pilar de mi vida.
PROLOGO
— ¿Dónde estoy? —Preguntó algo confuso, aunque no tenía miedo. Estaba sereno, y algo le decía que era justamente allí donde debía estar.
—De pie, en medio de la acera. Justo enfrente de tu destino, muchacho.
Pero él no podía ver ni sentir nada. Solo escuchar su voz.
— ¿Y ahora qué? —Preguntó sin pronunciar ni una sola palabra—, ¿qué pasará a continuación?
—Eso es precisamente lo que estás a punto de decidir.
Entonces pudo ver. Un claro se abrió ante sus ojos y pudo verse a sí mismo de pie en medio de la acera. Un grupo de personas se había acercado para preguntarle si estaba bien; si necesitaba ayuda. Formaban un corro de miradas curiosas, impresionadas e incluso algo asustadas a su alrededor. Pero él ni siquiera parecía darse cuenta de su presencia.
— ¿Ese soy yo?
La voz no contestó, pues era obvio que sí.
—Mamá ¿ese señor que está hablando solo…está loco?
La mujer apuró el paso sin detenerse. El chiquillo que llevaba de la mano trastabilló hasta casi caerse y siguió los pasos de su madre con la cabeza girada hacia el extraño de la acera. Uno de los hombres que se habían parado a socorrerle llamaba por el móvil; probablemente para pedir una ambulancia.
El cielo era de un azul opaco y apagado, y algunas de las farolas de la ca si desierta avenida empezaban a parpadear y encenderse. Otras ya derramaban su amarillenta luz sobre el polvoriento gris de las aceras y sus puntiagudas sombras se alargaban en perfecta fila india como alabardas en manos de hojalata hasta perderse a lo lejos. Los últimos rezagados apuraban sus pasos de aquí para allá ultimando sus compras o tambaleándose rendidos tras una dura y monótona jornada de trabajo en la ciudad. Casi todos pasaban indiferentes; algunos echaban un breve vistazo y continuaban cabizbajos y con la mirada sumisa y cansada; solo unos pocos se paraban ante el extraño de la acera; ante el loco de mirada perdida que hablaba solo en medio de la calle. —En las grandes ciudades hay mucha gente, y donde hay mucha gente siempre pasan muchas cosas, y muchas de esas cosas son extrañas, así que se podría decir que incluso lo extraño entra dentro de la normalidad de una gran ciudad—. Tales frivolidades rondaban por su cabeza mientras se observaba a sí mismo a la espera de algún desenlace.
Y el desenlace se produjo, aunque no pudo comprenderlo…todavía no.
Entonces una lágrima comenzó a brotar de uno de sus ojos —los ojos de su otro yo, el de ahí abajo—para corretear alegre bajo su mejilla dejando uno surco salado tras de sí que acto seguido recorrería otra de ellas. Pero el extraño de la acera no estaba alegre, sino que temblaba… ¡temblaba de miedo! El corro de personas se apartó instintivamente unos centímetros ampliando el cerco que todavía lo rodeaba, como si la bestia que residía dentro hubiera soltado un rugido amenazador. Se miraban unos a otros sin saber qué hacer, cuchicheando y preguntándose qué demonios podía ocurrirle mientras unas luces azules y rojas destellaban ya a lo lejos.
— ¿Estoy…llorando? —Preguntó
La voz no respondió a esa pregunta, sino a otra que el muchacho estaba a punto de preguntar.
—A su debido momento sabrás el por qué, muchacho. Ahora ya has elegido…y has elegido bien.
Entonces se vio a sí mismo correr y abrirse paso entre la desconcertada gente que ahora le abría un pasillo hasta perderse de vista bajo las sombras de los álamos.
DIARIO DE ADÁN
El pasillo estaba oscuro; tremendamente oscuro y…esas malditas luces rojas no ayudaban en absoluto a ver, y por el contrario incrementaban la ya extraña sensación de encontrarme en uno de esos manicomios de los años 60. ¡Al menos estuvieran fijas y no parpadeando demoniacamente sin cesar! Pero esto es una prisión… ¿Verdad? Esas denegridas puertas de acero, y esa s pequeñas ventanas de rejas ¡Que sensación de claustrofobia! Y el infernal eco de nuestros pasos al recorrerlo…lenta y acompasadamente. Ese maldito sonido se te mete en lo más profundo del cerebro, se encoge en algún recoveco de tu mente para reproducirse una y otra vez muchos minutos, incluso horas después de haber abandonado el pasillo, como una comadreja que te provoca y te provoca escondida en algún lugar desconocido para ti; una vocecilla tediosa y penetrante que se superpone a los demás pensamientos, tan débilmente y la vez tan implacable…Pero eso no es todo; el crepitar de los circuitos eléctricos en mal estado y el tintineo de las goteras...toda una siniestra orquesta sinfónica que no podría decidir si es real o un producto de mi imaginación. Las paredes están cubiertas de humedad, viscosas y llenas de moho por algunas zonas por donde corren hilillos de agua del techo sembrando toda clase de hongos a su paso. Por consecuencia el aire es muy denso, cargado de olores rancios y desagradables, algunos de los cuales he podido identificar como: oxido, el muscíneo verdor de la hierba, y algo parecido a lo que podrías percibir en una caverna antigua profanada por la curiosidad del hombre moderno: el olor terroso y a la vez húmedo de paredes de roca pura impregnado de orín, basura y quizá algún cuerpo en descomposición; los demás olores… me veo incapaz de describirlos; El conjunto sería como un conglomerado infecto de partículas invasoras diminutas, frescas y cargadas como el perfume de una lumia que se mezclan con el cada vez más irrespirable aire. ¿Qué clase de prisión es esta? ¿En qué lugar inmundo se encuentra este agujero? ¿No es exagerada tanta seguridad —por que la hay, sí señor, alta seguridad entre ruinosas y precarias instalaciones…que extraña metáfora—para un delincuente menor?
Delincuente…sí bueno, supo ngo que en eso me he convertido; pero aun así me parece desproporcionado un lugar de castigo como éste para alguien que…que a decir verdad no se acuerda demasiado de su delito…de mi delito; tan solo trazos lejanos y borrosos en las 2 ó 3 semanas que, según he podido calcular por las raciones de comida —2 al día nos han dicho— debo llevar aquí. ¿Tan abominable ha sido? ¿Me he convertido acaso en un asesino en serie o algo parecido? ¿En un monstruo?
Luego están los destellos de la celda número 354; esas luces blanquecinas y frenéticas que salen del ventanuco centelleando al compás de los gritos desgarrados de alguien a quien me referiré en este diario como: Miserable. ¡Parece que el guarda disfruta viendo como se me salen los ojos de las órbitas al contemplarlo; cómo se me acelera el corazón y cómo retiro una y otra vez la mirada para volver de nuevo a otear por el ventanuco! ¡No puedo evitarlo…! ¿Por qué demonios lo miro una y otra vez? Y ¿Por qué coincide mi traslado siempre con la dichosa tortura? Hasta que la función no acaba el guarda no comienza a golpearme con la porra para que siga caminando. ¡Creo que si no me detuviese por esa extraña voluntad propia él me obligaría a ello! ¡Demonios, no sé cómo puede resistirlo! ¿Qué clase de monstruos habitan en estas celdas tan apartadas de nuestro pabellón?…pero… ¿cómo es posible que no sepa ni en qué año estamos? Estoy convencido de que usan algún tipo de psicotrópico para aturdirnos…para hacernos perder la cabeza. El caso es que mi estancia en esta prisión no presenta lagunas en mis recuerdos —al menos eso creo— y sigue una lúcida línea de torturas, las cuales he escrito religiosamente en este diario, y las cuales recuerdo perfectamente. Sin embargo, lo que no recuerdo es haber llegado hasta aquí. ¡Dichas lagunas existen y afectan a todo lo anterior a esta prisión…a mi vida real en el mundo real! Mi reflexión me lleva a pensar que ello es parte del programa de castigo. Borrar de la mente del delincuente todo a excepción de lo que aquí dentro les acontece. Puede que sea retorcido, pero no se me ocurre nada que lo explique mejor.
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