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Cecelia Ahern - Memoria de cristal

Aquí puedes leer online Cecelia Ahern - Memoria de cristal texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2016, Editor: Ediciones B, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Cecelia Ahern Memoria de cristal
  • Libro:
    Memoria de cristal
  • Autor:
  • Editor:
    Ediciones B
  • Genre:
  • Año:
    2016
  • Índice:
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Memoria de cristal - image 1

M EMORIA DE CRISTAL

Cecelia Ahern

Memoria de cristal - image 2

Título original: The Marble Collector

Traducción: Íñigo García Ureta

1.ª edición: noviembre de 2016

© Cecelia Ahern, 2015

© Ediciones B, S. A., 2016

Consejo de Ciento 425-427, 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-576-0

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright , la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Contenido

Para mi Sonny Ray

Vi el ángel en el mármol y esculpí hasta liberarlo.

M IGUEL Á NGEL

P rólogo

Cuando se trata de mis recuerdos, hay tres categorías: cosas que quiero olvidar, cosas que no logro olvidar y cosas que olvidé que había olvidado... hasta que las recuerdo.

Mi primer recuerdo es de mi madre, cuando yo tenía tres años de edad. Estamos en la cocina, ella toma la tetera y la lanza hacia el techo. La sostiene con ambas manos —una en el mango, la otra en el pico— y la arroja con saña hacia arriba, y se rompe contra el techo, y luego cae sobre la mesa, donde estalla en pedazos, con una explosión de agua turbia y bolsitas de té que lo empapan todo. No sé qué motivó ese acto, ni lo que vino después, pero sí sé que se había dejado llevar por la ira, y que mi padre era el causante de esta. Este recuerdo no es una representación fiel del carácter de mi madre, ni la muestra en su mejor momento. Que yo sepa, nunca volvió a hacer nada por el estilo, por lo que imagino que es precisamente por eso por lo que lo recuerdo.

Tengo seis años y veo cómo un guardia de seguridad detiene a mi tía Anna mientras salimos por la puerta de Switzer. El guardia de seguridad mete su peluda mano en la bolsa de la compra y recupera una bufanda con su etiqueta con el precio y un precinto de seguridad todavía prendido. No puedo recordar lo que pasó después de eso; tía Anna me atiborró a helados en el centro comercial, observándome con la esperanza de que el recuerdo del incidente se fuese borrando con cada bocado. El recuerdo está vivo, a pesar de todo, y hasta hoy todo el mundo sigue creyendo que me lo inventé.

En la actualidad voy a un dentista con el que estudié. Nunca fuimos amigos, pero frecuentamos los mismos círculos. Él es ahora un hombre muy serio, sensible, severo, pero cuando se cierne sobre mi boca abierta lo veo como lo vi con quince años de edad, meando contra las paredes de la sala de estar en una fiesta doméstica, mientras grita que Jesús es el anarquista por antonomasia.

Cuando veo a mi profesora de primaria, que hablaba en voz tan baja que casi no podía oírla, la veo lanzando un plátano al payaso de la clase y gritándole: «Déjame en paz, por el amor de Dios, déjame en paz», antes de echarse a llorar y salir del aula. Recientemente me encontré con una antigua compañera de clase y saqué a colación el incidente, pero ella no lo recor­daba.

Me parece que al convocar a las personas en mi mente siempre las veo en los momentos más dramáticos, en los que mostraron una parte de sí mismas que por lo general ocultan.

Mi madre dice que tengo un don especial para recordar lo que otros olvidan. A veces es una maldición; a nadie le gusta que se le recuerde lo que ha intentado enterrar en el olvido con tanta energía. Soy como la persona que lo recuerda todo después de una noche de borrachera, cuando en el fondo todo el mundo desearía no acordarse.

Solo puedo suponer que recuerdo estos episodios porque nunca me he comportado así. No recuerdo un solo momento en el que me haya dejado llevar, en que me haya convertido en otra versión de mí. Yo soy siempre la misma persona. Si me has conocido, me conoces: no hay mucho más. Sigo las reglas de la persona que siento que debo ser y parece que no puedo ser otra cosa, ni siquiera en momentos de gran tensión, cuando seguramente un colapso sería aceptable. Creo que es por eso por lo que admiro tanto a los demás y me acuerdo de lo que deciden olvidar.

¿Que carezco de carácter? No. Creo firmemente que incluso un cambio repentino en el comportamiento de una persona está dentro de los límites de su naturaleza. Esa parte de nosotros está presente siempre, en todo momento, en estado latente, a la espera de ser revelada. Y no soy una excepción.

Jugar a las canicas

Aliadas

—¡Fergus Boggs!

Estas son las dos únicas palabras que consigo entender de la furiosa diatriba del padre Murphy, y si lo consigo es porque esas palabras forman mi nombre. El resto lo dice en irlandés. Tengo cinco años y llevo un mes en el país. Me mudé de Escocia con Mami y mis hermanos, tras la muerte de papá. Todo sucedió tan rápido, la muerte de papá, la mudanza... y a pesar de que ya había estado en Irlanda antes, durante las vacaciones de verano, para ver a la abuela, al abuelo, al tío, a la tía y a todos mis primos, ahora no es lo mismo. Nunca he estado aquí cuando no es verano. Ahora es un lugar diferente. Ha llovido todos los días desde que llegamos. La heladería ni siquiera está abierta, sino cerrada a cal y canto como si no existiera, como si solo hubiera estado abierta en mi cabeza. La playa a la que solíamos ir no parece el mismo lugar y la furgoneta donde vendían patatas fritas ha desaparecido. Las personas se ven diferentes también. Todos están muy abrigados, de oscuro.

El padre Murphy se cierne sobre mi escritorio. Es alto y gris y ancho. Me escupe al gritar. Siento sus babas en la mejilla, pero me temo que si me limpiara se enfadaría aún más. Trato de mirar alrededor, a los otros niños, para ver sus reacciones, pero él arremete contra mí. Una bofetada. Duele. Lleva un anillo, uno grande. Creo que me ha hecho un corte en la cara, pero no me atrevo a tocarme por si me golpea de nuevo. De repente, tengo que ir al baño. Me han golpeado antes, pero nunca un sacerdote.

Está gritándome palabras en irlandés llenas de ira. Está enfadado porque no le entiendo. En mitad de esas palabras me dice que ya debería entenderle, pero no puedo. No puedo practicar en casa. Mami está triste y no me gusta molestarla. A ella le gusta sentarse y abrazarme. Me gusta cuando hace eso. No quiero arruinar los mimos que me da hablando. Y de todos modos no creo que ella recuerde cómo hablar irlandés. Se fue de Irlanda hace mucho tiempo para trabajar de niñera para una familia en Escocia, y allí conoció a papá. Y nunca hablaban en irlandés entre ellos.

El cura quiere que repita las palabras después de él, pero apenas puedo respirar. Apenas puedo pronunciar las palabras.

— Tá mé, tá tú, tá sí...

—¡M ás alto !

— Tá muid, tá sibh, tá siad...

Cuando no me grita, el aula es tan tranquila que me recuerda que está llena de chicos de mi edad, todos a la escucha. Como tartamudeo, le está diciendo a todo el mundo lo estúpido que soy. Estoy temblando. Me siento enfermo. Necesito ir al baño. Le digo que necesito ir al baño. Su rostro se vuelve púrpura y es cuando la correa de cuero aflora. Me azota la mano con ese cuero que más tarde me entero que tiene peniques cosidos en su interior. Me dice que me va a dar «seis de los mejores» en cada mano. No puedo soportar el dolor. Necesito ir al baño. Me lo hago allí mismo. Espero la risa de mis compañeros, pero nadie ríe. Mantienen la cabeza gacha. Tal vez se rían más tarde, o tal vez reflexionen. Tal vez son felices por el mero hecho de que no les está sucediendo lo mismo que a mí. Me da vergüenza, como él me dice que debo estar, avergonzado. Entonces me saca del aula cogido de la oreja, y me duele, y me lleva por el pasillo, y me mete de un empujón en una habitación oscura. La puerta se cierra detrás de mí y me deja solo.

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