A mediados del siglo XIX, el Observatorio de Harvard comenzó a emplear a mujeres como calculadoras o «computadoras humanas» para interpretar las observaciones que sus contrapartes masculinas realizaban por telescopio cada noche. Al principio este grupo incluía a las esposas, hermanas e hijas de los astrónomos residentes, pero pronto incluyó a graduadas de las nuevas universidades de mujeres Vassar, Wellesley y Smith. A medida que la fotografía transformaba la práctica de la astronomía, las damas pasaban de la computación a estudiar las estrellas capturadas en placas fotográficas de vidrio.
El universo de cristal del medio millón de placas que Harvard acumuló durante las décadas siguientes permitió a las mujeres hacer descubrimientos extraordinarios: ayudaron a identificar de qué estaban hechas las estrellas, las dividieron en categorías significativas y encontraron una manera de medir distancias en el espacio por la luz que emiten. Entre estas mujeres destacaban Williamina Fleming, una escocesa contratada originalmente como criada que identificó diez novas y más de trescientas estrellas variables; Annie Jump Cannon, que diseñó un sistema de clasificación estelar adoptado por los astrónomos de todo el mundo y que sigue vigente; y la doctora Cecilia Helena Payne, que en 1956 se convirtió en la primera profesora titular de astronomía, y la primera mujer jefa de departamento de Harvard.
Dava Sobel
El universo de cristal
La historia de las mujeres de Harvard que nos acercaron las estrellas
Título original: The Glass Universe: How the Ladies of the Harvard Observatory Took the Measure of the Stars
Dava Sobel, 2016
Traducción: Pedro Pacheco González, 2017
Revisión: 1.0
18/05/2019
A las mujeres que han sido mi apoyo:
Diane Ackerman, Jane Allen, K. C. Cole, Mary Giaquinto, Sara James, Joanne Julian, Zoë Klein, Celia Michaels, Lois Morris, Chiara Peacock, Sarah Pillow, Rita Reiswig, Lydia Salant, Amanda Sobel, Margaret Thompson y Wendy Zomparelli,
con amor y agradecimiento.
Autor
DAVA SOBEL: Reportera y divulgadora científica estadounidense. Graduada en 1964 en la Escuela Secundaria de Ciencias del Bronx, Sobel es profesora honoraria de Letras en la Universidad de Bath (Inglaterra), y en el Middlebury College de Vermont (EE.UU.). Fue reportera de ciencia del New York Times, y es conocida por obras como La hija de Galileo o Longitud, que cuenta cómo se consiguió el primer cronómetro que permitía a los navegantes determinar la longitud, y es considerado uno de los mejores textos de divulgación de la actualidad. En Los Planetas, Sobel recorre el camino que nace de la fascinación infantil por los hermanos de la Tierra y llega hasta el último enredo sobre la descalificación de Plutón como planeta, narrado en una posdata fechada en 2006.
Galardonada con el prestigioso Public Service Award del National Science Board, en junio de 2006 alcanzó un gran privilegio: ser el único miembro no científico elegido para formar parte del Comité de Definición de los Planetas de la Unión Astronómica Internacional (UAI). Sobel es la editora de la colección Best American Science Writing 2004, publicada por Ecco Press. También ha participado en jurados tan importantes como los del Premio Pulitzer para libros de no ficción, y el Premio Lewis Thomas de la Universidad Rockefeller para los científicos que se distinguen como autores. Actualmente su libro El universo de cristal esta nominado a mejor libro de ciencia del 2016 del Premio PEN / E. O. Wilson de literatura científica.
Notas
[1] En castellano también se utiliza una regla mnemotécnica: ¡Oh, Bienaventurados Aquellos Feligreses!, Gritó Krispín Mientras Regaba Nuestros Sauces. (N. del T.)
[2] Basada en la novela de 1890 de Arthur Conan Doyle con el mismo título, La firma de Girdlestone, que retrata las transacciones falsas de un negocio familiar en quiebra.
[3] Publicada originalmente en 1839, esta novela de Philip Meadows Taylor pretende ser un relato verídico de un asesino que pertenece a la secta Thuggee de India.
[4] Los libros sibilinos contenían una recopilación de la sabiduría de un antiguo oráculo griego, transmitida al rey romano Lucio Tarquinio el Soberbio por una profetisa.
[5] En la mitología, Cefeo era el padre de Andrómeda, la mujer encadenada. En el cielo, los dos yacen a cada lado de la reina Casiopea, la madre de Andrómeda.
[6]En castellano se usa la regla mnemotécnica siguiente: ¡Oh, Bienaventurados Aquellos Feligreses!, Gritó Krispín Mientras Regaba Nuestros Sauces. (N. del T.)
[7] «Libros antiguos» era el término que utilizaba la señora Hogg para referirse a los catálogos astronómicos históricos y a otros textos de los que hablaba en su columna habitual, «Sobre libros antiguos», para el Journal of the Royal Astronomical Society de Canadá.
Prefacio
U n pedacito de cielo. Era una forma de ver la lámina de vidrio que tenía delante. Medía más o menos lo mismo que un portarretratos, veinte por veinticinco centímetros, y no más gruesa que el cristal de una ventana. Estaba recubierta por un lado con una fina capa de emulsión fotográfica, que ahora contenía varios miles de estrellas fijas, como diminutos insectos atrapados en ámbar. Uno de los hombres había pasado toda la noche en el exterior, orientando el telescopio para capturar esa imagen, junto a una docena más que formaban el montón de placas de cristal que la estaban esperando cuando llegó al observatorio a las 9 de la mañana. En un ambiente cálido y seco, con su vestido largo de lana, se dirigió hacia las estrellas. Determinaba sus posiciones en la cúpula celestial, medía su brillo relativo, estudiaba cómo cambiaba su luz a lo largo del tiempo, obtenía indicios de su contenido químico y, de vez en cuando, descubría algo que posteriormente aparecía en la prensa. Sentadas junto a ella, otras veinte mujeres hacían exactamente lo mismo.
Era la única oportunidad laboral que el Observatorio de Harvard ofrecía a las mujeres al principio del último cuarto del siglo XIX, y no era algo habitual para una institución científica, y puede que incluso menos para un bastión masculino como era la Universidad de Harvard. Sin embargo, la amplitud de miras del director a la hora de contratar personal, unida a su compromiso de fotografiar sistemáticamente el cielo nocturno durante décadas, creó un campo de trabajo para las mujeres en un universo de cristal. La financiación para estos proyectos provenía principalmente de dos herederas con un gran interés en la astronomía: Anna Palmer Draper y Catherine Wolfe Bruce.
El numeroso personal femenino, al que a veces se hacía referencia como el harén, estaba formado tanto por mujeres jóvenes como mayores. Eran buenas en matemáticas o eran devotas astrónomas o ambas cosas. Algunas formaban parte del alumnado de las recientemente creadas escuelas superiores femeninas, aunque otras solo aportaban los conocimientos adquiridos en la escuela secundaria y sus habilidades innatas. Incluso antes de conquistar el derecho a voto, muchas de ellas realizaron contribuciones de tanta importancia que sus nombres se ganaron un lugar de honor en la historia de la astronomía: Williamina Fleming, Antonia Maury, Henrietta Swan Leavitt, Annie Jump Cannon y Cecilia Payne. Este libro es su historia.